Opinión

Francisco Rojo Lluch, exiliado en México

El presente texto forma parte del catálogo de la exposición Vicente Rojo: 80 años después: Cuaderno de viaje de Francisco Rojo Lluch en el vapor Ipanema: Burdeos-Veracruz, junio-julio de 1939, editado por El Colegio Nacional, 2020.

Francisco Rojo Lluch, exiliado en México

Francisco Rojo Lluch, exiliado en México

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Javier Garciadiego | Parte 1

El asilo de los exiliados republicanos españoles en México es uno de los gestos humanitarios más estremecedores de la historia del siglo xx en el mundo; sin embargo, la acogida de alrededor de 25 000 españoles fue mucho más que una política humanitaria para México, en sí misma admirable. A pesar de los ríos de tinta y de las miles de páginas publicadas sobre el tema, en memorias, testimonios, entrevistas, crónicas y análisis históricos, tanto en periódicos y revistas como en libros, siempre habrá posibilidades de acercamientos nuevos y diferentes. Esta obra es un ejemplo de ello: un artista plástico reconstruye gráficamente las experiencias de su padre en su travesía a México, hecha en 1939 en uno de los barcos llamados “de la libertad”: el Ipanema.

¿Cómo encuadrar esta experiencia personal en el amplio y complejo proceso que fue el exilio español en México? Para comenzar, debe quedar muy claro que, desde finales del siglo xix, había tenido lugar un constante flujo de españoles hacia América, motivado por razones económicas. El “perfil” de quienes viajaron es muy ilustrativo: varones jóvenes y solteros de alrededor de veinte años, procedentes del ámbito rural español y muchos de ellos analfabetas. El exilio de la guerra civil fue muy diferente. Antes que nada, se concentró en México como resultado de una política activa del gobierno mexicano; sin embargo, además del humanitarismo de Lázaro Cárdenas, en esta decisión había también un manifiesto ingrediente de pragmatismo. Una vez alcanzada la pacificación del país después de la violencia revolucionaria; una vez lograda la estabilidad política; una vez comenzado el proceso de cambio de un país rural a uno urbano con pretensiones industrializadoras, y una vez iniciado el proceso de “sustitución de importaciones” como obligada respuesta a la armamentización de la industria estadounidense, era obvio que México estaba por empezar la modernización de su economía.

En dicho contexto, era imprescindible contar con el capital humano necesario; esto es, con los “cuadros” adecuados y suficientes de profesionistas, administradores y técnicos. Cierto es que la Universidad Nacional de México había sido fundada en septiembre de 1910, pero, dado que dos meses después había estallado la lucha revolucionaria, en realidad esta institución padeció durante los siguientes diez años constantes irregularidades y numerosas vicisitudes. En el mismo tenor, tan sólo en 1936 había sido inaugurado el Instituto Politécnico Nacional (ipn), por lo que puede decirse que para 1939, cuando empezaron a llegar los exiliados españoles, aún no egresaba la primera generación de estudiantes. No hay duda: Cárdenas y sus principales colaboradores percibieron claramente que muchos de los españoles que se radicarían en México serían colaboradores decisivos en la nueva etapa histórica que estaba por iniciar.

Un elemento fundamental para esta invaluable aportación fue la homogeneidad lingüística. Los exiliados españoles pudieron empezar a trabajar desde el día siguiente de su llegada, pues, a diferencia de la mayoría de los exiliados del mundo, no tuvieron que aprender la lengua del refugio. Además de esta ventaja lingüística, debe considerarse su idoneidad laboral. En efecto, la guerra civil expulsó sobre todo a profesionistas y técnicos, “poseedores de un alto promedio de escolaridad”. A diferencia de la migración previa, los españoles que llegaron a partir de 1939 estaban casi todos (98%) alfabetizados.

También debe empezar a ser periodizado el proceso del exilio republicano en su conjunto. La segunda mitad de 1939 y casi todo 1940 corresponden a la etapa épica. Aunque el exilio español en México se identifique con el sexenio —incluso con la persona— del presidente Cárdenas, lo cierto es que a él sólo le correspondió el último año y medio de su gestión. Claro está que Cárdenas —y su esposa, doña Amalia Solórzano— siguió atento y ocupado con los exiliados y sus descendientes, pero la etapa épica, la más politizada, terminó a finales de 1940. En cambio, el largo proceso de aclimatación al nuevo país y de integración a su dinámica económica y a su estructura social y cultural tuvo lugar con otros presidentes, todos ellos con diferentes actitudes frente al exilio. En otras palabras, si los exiliados arribaron con el resuelto Cárdenas, los que habían llegado adultos envejecieron con sus sucesores, y quienes eran niños crecieron mientras maduraban los que habían venido jóvenes, con el solidario pero moderado Manuel Ávila Camacho, con el incluso hostil Miguel Alemán o con el indiferente y distante Adolfo Ruiz Cortines. La explicación no puede limitarse a diferencias personales. Es evidente que, después de la Segunda Guerra Mundial, México tuvo que ir reduciendo —“aunque jamás del todo”— su activa política exterior, “para irse comprometiendo en una política bilateral con los Estados Unidos que ocupaba la mayor parte de su agenda”. No hay duda, con la guerra fría se impusieron nuevas prioridades y reglas, y los gobernantes mexicanos tuvieron que asumir otras actitudes y posturas en los asuntos mundiales, incluyendo el tema español. Obviamente, el exilio español era en México también un asunto de política interior.

Para conocer mejor la naturaleza del exilio español es preciso insistir en que no fue de intelectuales. Éstos eran una clara minoría entre los que llegaron, acaso de 5%. La explicación de esta distorsión histórica se puede argumentar con facilidad: los intelectuales dejaron numerosos —y valiosos— testimonios de su participación en el proceso, en libros de memorias, entrevistas, artículos periodísticos, poesías. Incluso dispusieron de muchos discípulos y colegas que escribieron sobre ellos. Éste no fue el caso de los muchísimos médicos y químicos que llegaron, ni de los numerosos ingenieros y técnicos. Su legado quedó —y sigue— silenciado, pero no fue menos importante que el de los intelectuales y artistas. Su provechosísima labor se plasmó en la mejora de decenas de hospitales, en la consolidación de numerosos laboratorios, en la construcción de muchas carreteras y puentes; sobre todo, en incontables fábricas y en la modernización agropecuaria del país. Como se ha dicho de manera insuperable, los refugiados españoles republicanos “abarcaron todas las profesiones y oficios, de la a a la z, desde abogados y albañiles hasta zapateros y zootécnicos”.

Llegaron cuando comenzaba la modernización de México y sus aportes fueron imprescindibles. Incluso debemos dejar de preguntarnos si fue una oportuna casualidad, una simple coincidencia, que llegaran en ese momento de nuestra historia, pues es obvio que ésta era la razón última de la estrategia cardenista. Por lo tanto, estos exiliados deben ser vistos como participantes esenciales en la construcción del México moderno. No tengo la menor duda: más que simples beneficiarios, fueron protagonistas de ese proceso, hombro con hombro con muchos mexicanos. La perspicacia de Cárdenas y de sus principales allegados fue notable. Ellos sabían que no sólo se les necesitaba en el ámbito educativo. Lo tenían muy claro: se les requería también en lo que muchos llaman “el mundo del trabajo”.

Seamos más precisos: entre los varones adultos del exilio, la mayoría eran los profesionistas y los “técnicos de grado medio”, los que trajeron sus métodos, sistemas e instrumentos para beneficio de numerosas empresas de todos los tamaños, tanto públicas como privadas. Así, varios agrónomos desarrollaron la industria olivarera en Baja California Norte, donde también promovieron, igual que en el Bajío y Aguascalientes, la viticultura.

De manera comprensible, por su eterna relación con el mar, algunos exiliados fueron responsables del desarrollo de la pesca —sobre todo atunera— en México. Asimismo, los ingenieros que llegaron colaborarían en la construcción de caminos, canales, puentes y puertos; así como en las industrias minera, aeronáutica, y metálica y metalúrgica. Mención aparte merece el “gran impulso” que dieron a la Comisión Federal de Electricidad (cfe), recién fundada en 1937. También fue notable su aportación al proceso de sustitución de importaciones de enseres domésticos, prendas de vestir, telas, corsetería y muebles; lo mismo hicieron en el ramo de la ferretería. No hubo sector de la economía que no se beneficiara de sus aportaciones técnicas y de su afán innovador. Indiscutiblemente, no se trataba de un exilio de empresarios: la mayoría eran técnicos, que comenzaron con “empleos menores”, para los cuales sólo con el paso de los añosvino la mejoría”.

Por último, también nos falta conocer mejor la dinámica y la estructura social de los exiliados. Hoy sabemos cuántos fueron, cómo era su pirámide demográfica y cuál era su profesión o su especialidad laboral. También sabemos de qué regiones de España procedían y cuáles eran sus características ideológico-culturales; esto es, su religión y su filiación política. Sin embargo, salvo por algunos testimonios, nos falta saber qué significó llegar solos o al frente de una familia, y cómo afectó esto en el proceso de su integración en México. Nos falta conocer cómo se reprodujeron aquí los tradicionales conflictos regionalistas de España. Asimismo, seguramente se mantuvieron las discrepancias políticas que tanto dañaron al bando republicano durante la guerra civil. Por otra parte, algún día deberá saberse si hubo diferencias socioeconómicas entre los exiliados, y cuáles fueron sus manifestaciones y repercusiones. Por último, debemos reconocer las actitudes de rechazo que les expresaron algunos sectores de la sociedad mexicana.

Todas estas consideraciones enmarcan el caso personal que aquí nos ocupa: el de Francisco Rojo Lluch, quien llegó a México en el barco Ipanema el 7 de julio de 1939, segundo en arribar a las costas mexicanas, apenas tres semanas después del emblemático Sinaia. Dos documentos son imprescindibles para reconstruir su biografía y los motivos de su llegada al país: la solicitud para trasladarse a México, hecha el 14 de marzo de 1939 en la Legación de México en Francia, y su boleta de ingreso, elaborada en el puerto de Veracruz el mismo 7 de julio

La cifra total ha dado lugar a varias sumatorias diferentes. Es muy probable que la más precisa sea la de Clara Lida, que incluye datos que abarcan hasta 1950. Cf. Inmigración y exilio. Reflexiones sobre el caso español, Siglo XXI Editores, México, 1997, pp. 58 y 76.

Fernando Serrano Migallón, Los barcos de la libertad. Diarios de viaje. Sinaia, Ipanema y Mexique (mayo-julio de 1939), El Colegio de México, México, 2006.

Lida, op. cit., p. 75.

Ibid., pp. 75 y 92.

Son muy numerosos los trabajos sobre el exilio en los que el gran protagonista es Lázaro Cárdenas, si bien es cierto que asimismo han sido objeto de múltiples estudios algunos de sus “operadores”, como Gilberto Bosques y Luis I. Rodríguez. Un libro reciente es el de José María Murià, De no ser por México, pról. de Sergio García Ramírez, Miguel Ángel Porrúa, México, 2019.

Fernando Serrano Migallón, “… Duras las tierras ajenas…”. Un asilo, tres exilios, fce, México, 2002, pp. 211-226 y 393.

Cf. José Antonio Matesanz, México y la República española. Antología de documentos, 1931-1977, Centro Republicano Español de México, México, 1978.

A mi gusto, la mejor obra sobre el tema —aunque hay muchas buenas— es la de Fernando Serrano Migallón, La inteligencia peregrina. Legado de los intelectuales del exilio republicano español en México, Academia Mexicana de la Lengua, México, 2006.

Véanse los capítulos respectivos en la voluminosa obra colectiva El exilio español en México, 1939-1982, fce-Salvat, México, 1982.

Lida, op. cit., p. 111.

Alfonso Maya Nava, “Actividades productivas e innovaciones técnicas”, en El exilio español en México, 1939-1982, op. cit., pp. 125-161. La conclusión de este autor no deja lugar a réplicas: los exiliados con capacitación profesional o técnica llegaron exactamente cuando la economía mexicana “se adentraba a una nueva etapa”, cuando iniciaba su “despegue”. Su apoyo es “imposible” de cuantificar.

Respecto a los exiliados catalanes, que son los que aquí nos ocupan, los estudiosos coinciden en que tuvieron su propia socialización, en lo posible al margen de los madrileños. Cf. Albert Manent, Martí Soler y José María Murià, Cultura y exilio catalán en México. Tres ensayos, El Colegio de Jalisco, Zapopan, 2001; Dolores Pla, Els exiliats catalans. Un estudio de la emigración republicana española en México, inah, México, 1999.

José Antonio Matesanz, Las raíces del exilio. México ante la guerra civil española, 1936-1939, El Colegio de México-unam, México, 1999.