Opinión

Genialidad y estupidez

Genialidad y estupidez

Genialidad y estupidez

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El pasado 12 de abril todavía en pademia, tuvo lugar el sesenta aniversario del primer ser humano que orbitó la Tierra. El honor correspondió a la extinta Unión Soviética como parte de su proyecto espacial que en 1957 había ya logrado lanzar el primer objeto espacial, el satélite Sputnik, del que ahora toma el nombre la polémica vacuna rusa contra la Covid19. Poco más de un año después de esa hazaña, el mundo demostró hasta dónde puede llegar la cerrazón en la lucha por el poder con la crisis de los misiles de Cuba, que enfrentó a las dos superpotencias al dilema de la guerra nuclear y la única certeza posible: la destrucción mutua asegurada. Al final el cálculo político obedeció a la razón, pero los historiadores de las relaciones internacionales coinciden en señalar que ese momento fue uno de los más cercano al inicio de una conflagración de escala y destrucción planetaria.

Ese cosmonauta, navegador del universo, de nombre Yuri Gagarin, era originario de una localidad rusa de nombre Klushino, nacido en un mes de marzo de 1934. A los 27 años, a bordo de la cápsula Vostok 1, personalizó este triunfo de la ciencia y la tecnología de su país, aunque visto en perspectiva puede decirse que en nombre del conjunto de la humanidad, lo mismo que años después, en julio de 1969, Neil Amstrong, parafraseando sus inmortales palabras, dio un pequeño paso para alunizar, pero un gran paso para la humanidad -el primer hombre en la Luna . Esa fue la primera y única misión al cosmos de Gagarin, luego de que su exitoso vuelo hiciera que como celebridad internacional la fama orbitara a su alrededor. Le escuché por estos días al periodista Alejandro Paez Varela una estupenda narración sobre la importancia y el simbolismo de Gagarin para las generaciones de esa época y de cómo su fama lo llevó a todo el mundo para compartir su experiencia, con excepción de Estados Unidos, en donde se le prohibió la entrada, aparentemente por instrucción directa del presidente de ese país, habida cuenta de la bipolaridad (EE.UU vs URSS) en la que se debatía el mundo de la guerra fría. Otra vez el contraste entre genialidad y estupidez, que al parecer nos define como seres humanos. Decía el periodista en su narración que Gagarin hizo famosa la frase: “estoy ardiendo, adiós camaradas”, la cual pronunció cuando la Vostok 1 cruzaba la atmósfera en su regreso terrestre. No volvería al espacio pero si a los aviones, y como todos los protohombres, el héroe de la URSS murió joven, en 1968, al estrellarse su MiG15, paradójicamente también un mes de marzo.

Transportada esa hazaña al presente, sin salir al espacio, los científicos de los que se habla poco en comparación con las compañías y los laboratorios para los que trabajan, diseñaron en tiempo récord, según los recuentos especializados, vacunas para proteger a las personas del peligroso virus SARS-CoV-2 que mantiene al mundo semiparalizado y atemorizado desde finales de 2019 cuando inició su inexorable avance hasta convertirse en pandemia. El trasfondo político internacional contemporáneo claramente no obedece más a la lógica de la guerra fría, la cual se saldó con la desintegración de la URSS y el colapso del llamado socialismo real. Sin embargo, ese contraste entre genialidad y estupidez de la mano del cálculo interesado consustancial a la lucha del poder permanece de otras maneras. No parece exagerada esa afirmación cuando observamos el comportamiento en la disponibilidad y la distribución de las vacunas, y el peligroso juego que aparentemente juegan países y compañías sobre esa base, cuando la ciencia y las organizaciones especializadas en la materia, como la OMS, han repetido incontables ocasiones que nadie estará seguro hasta que todos estemos seguros y que, en ese sentido, la vacunación universal es fundamental para alcanzar la ahora famosa, por ideal, inmunidad de rebaño. Como lo ha dicho un ilustre pensador mexicano, “lo racional sería liberar la patente de al menos una vacuna y producirla en todas partes… el control de las patentes permite lucrar con la pandemia y mucho”. (Twitter @DrLorenzoMeyer)

La organización sin fines de lucro “Bulletin of the Atomic Scientists”, fundada por Albert Einstein y científicos de la Universidad de Chicago en 1947, creadora del polémico Reloj del Día Final (Doomsday Clock), observa -con razón- que los humanos pueden manejar los peligros que plantea la moderna tecnología, incluso en tiempos de crisis, pero que si la humanidad quiere evitar la catástrofe los dirigentes deben realizar un mucho mejor trabajo para combatir la desinformación, atender la ciencia y cooperar para disminuir los riesgos globales. En su declaración de enero de este año, en relación con la pandemia, esta organización expresó que solamente a través de la acción colectiva y un liderazgo responsable será posible asegurar un planeta pacífico y habitable para futuras generaciones. (www.thebulleting.org)

No cabe duda de que se nos está haciendo muy tarde en el Reloj del Día Final.