Opinión

Guerrero, Iturbide y los congresos del siglo XX

Guerrero, Iturbide y los congresos del siglo XX

Guerrero, Iturbide y los congresos del siglo XX

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Porque vieron la oportunidad, porque se les ocurrió que era tiempo de un “ajuste de cuentas”; porque había línea presidencial, y si había línea presidencial, peor para la realidad. Fue en los congresos de 1921 y de 1971 donde las figuras de Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide fueron “reconfiguradas” conforme a la voluntad política del momento. Las conmemoraciones de la consumación de la independencia nacional, al cumplirse 100 y 150 años, fueron un caldo de cultivo perfecto para instrumentar esos, que fueron claros usos políticos de la historia, y que se quedaron, consignados en toda su parcialidad, en los diarios de debates de la Cámara de Diputados.

Ambos personajes sostuvieron, en los días en que cada uno fue jefe del Estado mexicano, complejas y, en ocasiones, ríspidas relaciones con sus respectivos Congresos. No les fue mejor con las legislaturas del siglo XX que expulsaron a uno de ellos del muro de honor de la cámara, y a otro lo convirtieron en héroe inmaculado.

LE APLICAN UNA SALIDA “FAST TRACK” A AGUSTÍN DE ITURBIDE

El 27 de septiembre de 1821, no había caballero más elogiado en la Nueva España, recién independizada, que Agustín de Iturbide: “…entre el brillante séquito y numerosa comitiva de su estado mayor, venía vestido modesta y sencillamente el gran Padre de la Patria, el inmortal Iturbide… resonaban alegres, repetidos y diversos vivas en honor del Héroe Mexicano, apellidándole unos así, otros el inmortal Iturbide, otros nuestro libertador, otros nuestro Padre y otros de la Patria…” De ese modo contaba el Diario Político Militar Mexicano, editado por oficiales trigarantes, la entrada triunfal de Iturbide a la ciudad de México. El periódico reproducía otros calificativos que daban cuenta de la altísima popularidad de la que gozó don Agustín en esos días: “Héroe Americano del Septentrión”, “Terror del despotismo”, “Protector de la religión cristiana”, y, desde luego, “Libertador y Padre de su patria”.

A la vuelta de un par de años, todos estos elogios habían desaparecido. La ambición política había llevado a Iturbide al trono mexicano y con ello al enfrentamiento con un Congreso hostil. Después de su abdicación, ocurrida en marzo de 1823, el Congreso lo declaró “traidor y fuera de la ley en caso de que se presente en territorio mexicano”. Es más, lo calificaron de “enemigo público del Estado” y con él, a toda persona que colaborara en su regreso. De nada de esto se enteró don Agustín, y en esa ignorancia volvió a México, en julio de 1824, desembarcando en Tamaulipas, donde fue arrestado y en una resolución relampagueante, fusilado.

A los mexicanos del siglo XIX, hablar del “libertador Iturbide” no les causaba ninguna perturbación. En 1835, la Cámara de Diputados aprobó la colocación del nombre de Iturbide en el Muro de Honor. Pero con los años, a la memoria del héroe que a fuerza de astucia había conseguido la independencia, se impuso la del ambicioso que cayó en la tentación de la corona de un nuevo imperio.

Ochenta y seis años más tarde, en 1921, otra resolución de la Cámara de Diputados, que se votó en fast track, resolvió sacar a don Agustín del muro y lo envió, en definitiva, y no sin polémica, al catálogo de villanos nacionales.

El gobierno de Álvaro Obregón había conseguido llevar a la realidad una paradoja que se antoja deliciosa: celebrar la Consumación de la Independencia… sin mencionar a uno de los consumadores, que, por cierto, era un protagonista esencial.

Oficialmente, Iturbide y Guerrero fueron reconocidos, en las conmemoraciones de 1921, como los artífices de la independencia, pero a la hora de los discursos, se evitaba mencionar el nombre de Iturbide, y tampoco se mencionaba el 27 de septiembre como la fecha esencial.

A la distancia, resulta natural: no importaba tanto el logro de 1821 como el pujante espíritu renovador de 1921; el presidente Obregón permitió que se reprodujera la entrada del Ejército Trigarante al Zócalo, pero encabezó una “demostración de gratitud” ante la tumba de Guerrero, y la corona que depositó en la Columna de la Independencia, decía: “A Guerrero, consumador de la Independencia”.

Álvaro Obregón también asistió a rendir homenaje a los restos de los caudillos insurgentes, que, por aquellos años, dormían la eternidad en una capilla de la Catedral. Ingresó al templo con levita, chistera y banda presidencial. Prudente, no se asomó a saludar a los restos de Iturbide, que se hallaban –como ahora- en la capilla de San Felipe de Jesús; bastaba con ir al Te Deum, aunque los diputados reclamaran por el elemento religioso del homenaje.

En donde no olvidaron, y no para bien, fue en el Congreso de la Unión. Después de un encendido debate que arrancó el 23 de septiembre de ese 1921 y que duró varias sesiones, la iniciativa del diputado Antonio Díaz Soto y Gama triunfó: el legislador exigía eliminar del Muro de Honor el nombre de Iturbide, porque “representaba a las fuerzas más retrógradas del país”, y no merecía estar junto a los nombres de Miguel Hidalgo y José María Morelos. Desde luego que hubo polémica, pero solamente le tomó un par de semanas, al diputado Soto y Gama, sacar adelante su iniciativa: el 7 de octubre, el dictamen fue aprobado y se eliminó el nombre de Iturbide del Muro de Honor. En su lugar, más tarde, se colocó el nombre de Belisario Domínguez.

…Y ASÍ CONVIRTIERON A GUERRERO EN ÚNICO ARTÍFICE DE LA INDEPENDENCIA

Cincuenta años más tarde, la disciplina partidista acabó de eclipsar a Iturbide, y, en cambio, cargar la balanza a favor de Vicente Guerrero.

En septiembre de 1971, ocurrió un peculiar debate en la Cámara de Diputados, en el cual resultó que era uno, y solo uno, el artífice de la consumación de la independencia de México: …Guerrero.

En el inicio de los años setenta, eran ya millones los mexicanos que habían aprendido en una narrativa histórica muy básica, y muy convencional, que uno de los sucesos relevantes del proceso que condujo a concretar la independencia era el famoso Abrazo de Acatempan, protagonizado por Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide. Pero no. A principios de septiembre de 1971, las cosas corrieron por una ruta diferente en el Congreso de la Unión, donde el diputado priista Moisés Ochoa Campos, guerrerense para más señas, se encargó de presentar la iniciativa que enviaba el Ejecutivo.

La propuesta constaba de dos puntos: el primero, inscribir, con letras de oro, en la Cámara de Diputados, en el Senado, en la Suprema Corte de Justicia de la Nación y en Palacio Nacional, la frase que la tradición adjudica a Guerrero, cuando rechazó una oferta de indulto: “La patria es primero”. El segundo, conmemorar los 150 años de vida independiente del país con una ceremonia cívica en Tixtla, la población natal del caudillo insurgente.

…¿Y Agustín de Iturbide? Después de enumerar todos los defectos y errores del personaje, Ochoa Campos concluyó que, después de tantas traiciones, Iturbide no podía “ser un héroe”, y que el “verdadero” consumador era Guerrero. Educadamente, algunos diputados panistas, se manifestaron a favor de la nueva inscripción, pero objetaron la contundente desaparición de Iturbide y solicitaron que no se fabricara una “historia oficial”.

Por respuesta obtuvieron dos andanadas, una al discutirse la iniciativa, y otra, en la sesión solemne realizada el 23 de septiembre, en las cuales no solo se le acomodó una dura repasada al panismo, sino que, en un esfuerzo de síntesis, se les explicó: “la consumación de la independencia política del México la realizó el pueblo mexicano representado por Vicente Guerrero”: así venía la iniciativa enviada por el Ejecutivo -es decir, el presidente Luis Echeverría- y así se quedaría. Desde luego, operó el mayoriteo legislativo y así se terminó la discusión.