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“Huguito, ¿es necesario que me haga la prueba?…”

Dibujitos, tapabocas, grillos y zopilotes se agolpan en Palacio, en estos tiempos del coronavirus.

Dibujitos, tapabocas, grillos y zopilotes se agolpan en Palacio, en estos tiempos del coronavirus.

“Huguito, ¿es necesario que me haga la prueba?…”

“Huguito, ¿es necesario que me haga la prueba?…”

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El Presidente suelta la risa cuando su nuevo Pepe Grillo, el subsecretario de Salud Hugo López-Gatell, lo describe como un hombre inocuo: “Goza de buena salud y aunque pasa de los 60, no es una persona de riesgo especial”.

Entre los reporteros domina otra vez el morbo por saber si el mandatario se practicará la prueba del coronavirus, si dejará de hacer giras, si evitará los apapachos del pueblo, si suspenderá las mañaneras, si se pondrá cubrebocas o si los exámenes se extenderán a la prensa acreditada. La nueva pandemia no es aquí, en las gradas reporteriles de Palacio, un asunto de salud pública ni una emergencia mundial sólo combatida con información, sino un melodrama personal…

Hugo López-Gatell, reconocido en el gabinete presidencial por su elocuencia y sosiego, esta vez abandona la calma, como medida desesperada contra las murmuraciones:

“Sería mejor que el Presidente padeciera coronavirus, porque lo más probable es que él, en lo individual, como la mayoría de las personas, se recuperaría espontáneamente y quedaría inmune; entonces ya nadie tendría esta inquietud sobre él”.

Así ha sido en los últimos días, ante el oleaje de invenciones, fábulas y supuestas inquietudes sobre la salud de Andrés Manuel López Obrador en un escenario de abrazos o cariñitos cotidianos.

—¿Estaría usted dispuesto a hacerse la prueba de diagnóstico para el COVID-19? —se le pregunta desde la primera fila.

—Me ajusto al protocolo de salud. Si hace falta, me la hago, lo que me indiquen los médicos, pero si el asunto de salud pública se deja en manos de politiqueros, todo se altera.

De repente, se queda en silencio, como intentando reconstruir detalles de la noche anterior…

Llegó al Aeropuerto de la Ciudad de México alrededor de las 21:30 horas del domingo, tras una gira de fin de semana en Guerrero. Mientras se desarrollaba el vuelo había surgido la noticia del primer fallecido por coronavirus en el país: el empresario José Kuri, familiar de Carlos Slim. Apenas bajó de la aeronave, debió sortear los flashazos.

“Había una nube de reporteros, pero sobre todo camarógrafos, acosándome, para que declarara sobre el primer muerto de coronavirus, que si no me interesaba, que si no iba a mandar un pésame a los familiares, atropellantes, hasta el carro. Yo les decía que estaba en huelga de entrevista, que mañana (ayer lunes) se levantaran temprano… No puede ser que la ambición al dinero los obnubile, al grado de actuar contra otros seres humanos. Eso sí es una enfermedad, peor que el coronavirus. Es como cuando llegaron los conquistadores y desesperados decían: es que nosotros traemos una enfermedad que sólo se cura con el oro”…

Sólo un recuerdo, pero aquí, en el Salón Tesorería, la insistencia es cuándo se hará el examen.

“Cuando los médicos responsables nos hagan un llamado a comportarnos de determinada manera, a ellos les haremos caso, no a un diputado, a un senador, a un presidente municipal, a un líder de partido o a un gobernador que salga a dar una conferencia sobre la epidemia”, responde, de vuelta al presente.

Dedica varios minutos a describir a “los zopilotes”, hasta ser asaltado por una duda espontánea: “Hugo, ¿es necesario que me haga la prueba?”.

López-Gatell, ansioso por revirar, toma el micrófono. Ya no es aquel funcionario condescendiente de los tiempos previos al COVID-19.

“Esta idea de ‘hay que hacernos todos la prueba’ o, ‘con mayor razón el señor Presidente debe hacerse la prueba’, parte de una visión fuera de lugar en términos científicos. La enfermedad es exactamente igual se sepa o no que tiene el virus, porque no existe en el mundo y muy probablemente no existirá a lo largo de la epidemia, un tratamiento que lo aniquile. Se cura sola. Aún más descabellado es pensar que preventivamente tenemos que hacernos la prueba, nosotros o el señor Presidente. No tiene ninguna lógica”.

Y se enfoca al trabajo reporteril, casi como una súplica: “Por favor, sigan con atención lo que se dice todos los días, porque si no lo hacen, no ayudan al público a tener información útil. Si el propósito es desviar la atención de lo útil, para que nos protejamos juntos colaborando armónicamente gobierno y sociedad sin agendas políticas, entonces hacen un mal servicio”.

Pero el dardo pareciera fantasmal, ilusorio, frente a la obsesión de propiciar cierres, cancelaciones, parálisis, encierros y demás especulaciones funestas…

—Si el Presidente llegara a ser portador y va a una zona de alta marginación, ¿podría contagiar?

—La fuerza del Presidente es moral, no una fuerza de contagio —fulmina el subsecretario.

Nada, ninguna petición, ningún llamado habrá de tener efecto. Las preguntas en el mismo sentido se apilan en el fragor de la conferencia matutina: ¿En qué momento consideraría suspender las giras?, ¿las dejaría de hacer en la fase dos o esperaría hasta la fase tres?, ¿los reporteros también vamos a pasar por el examen?”.

El Presidente, autocalificado como idealista, soñador, romántico y Quijote, suelta su última carta: “Que Hugo informe aquí cuándo me va a ordenar que ya no me mueva, que ya no tenga contacto con la gente, que ya no deba ir a estos actos, ni saludos ni abrazos, ni besos ni nada”.

—¿Y la conferencia?

—En caso de una situación más compleja, yo vendría aquí y ustedes a distancia. Haré caso de la recomendación de los especialistas, pero no como lo sugieren algunos, venir aquí con un tapabocas, no.

Y ya desconcertado, el subsecretario adelanta también su próxima estrategia: seguirá informando a diario, de mañana y de noche, pero ahora “con dibujitos”…