Opinión

¡Imperativo, someter a Trump!

¡Imperativo, someter a Trump!

¡Imperativo, someter a Trump!

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy
Se vio conmovedor el presidente de Guatemala, Jimmy Morales, tramitando un recurso constitucional para darle la vuelta a un amparo que le impedía convertir a su país si no en campo de concentración, sí en traspatio de Estados Unidos.

Idéntica impresión han causado nuestro Jefe de Estado y otros mandatarios impelidos, mediante amenazas y chantajes, a apechugar con las exigencias comerciales y migratorias del despreciable gringo.

Mal puede tan patético alineamiento de estos gobernantes, sin embargo, ser considerado producto sólo de la pusilanimidad.

La triste tesitura en que se hallan es resultado de la dejadez de ese embeleco llamado comunidad internacional.

Y de las fantasmales organizaciones de esa entelequia, incapaces de forzar un comportamiento civilizado en el prepotente ocupante de la Casa Blanca.

Como todo bravucón, Donald Trump hace y deshace no con quien quiere, sino con quien puede, que lamentablemente es más de medio mundo, descontando sus incondicionales, las potencias económicas y los países con poderío nuclear.

En el caso de México, la condescendencia y los esfuerzos para atender la exigencia de frenar, a como dé lugar, el flujo de indocumentados, o resignarse a malograr el T-MEC, han servido lo mismo que un sombrero en una tormenta.

Es doloroso, pero cierto: Apergollado por Trump, el gobierno de la 4T configura, junto con el gobierno estadunidense, una de las mayores crisis humanitarias en la historia de nuestra región, con migrantes acosados y agredidos por el norte y por el sur.

La fotografía de la guatemalteca Lety Pérez, en Ciudad Juárez, abrazada a su hijo Anthony, llorando y rogándole a un elemento de la Guardia Nacional que le permitiera cruzar a Estados Unidos, le dio la vuelta al mundo para vergüenza de los mexicanos.

Y dotó de un arsenal a los críticos del lópezobradorismo, incluido —¡vaya descaro!— Felipe Calderón, el mandatario que —ya está documentado— le abrió de par en par las puertas a la CIA.

De nada ha servido, empero, el infame colaboracionismo de nuestro gobierno.

Apenas horas después de reunirse con Marcelo Ebrard y de reconocer con hipocresía los resultados de nuestra política migratoria —30 por ciento menos migrantes hacia Estados Unidos—, Mike Pompeo subió la vara hasta un nivel imposible de saltar.

En declaraciones a la televisora favorita del trumpismo, el canciller estadunidense celebró los resultados de la implacable persecución de la GN a los indocumentados; pero, dijo, aún falta por hacer. Porque éste es asunto de seguridad nacional para su país y el objetivo, “cero detenciones de migrantes”.

En su encuentro, este sábado, con el hondureño Juan Orlando Hernández, Andrés Manuel López Obrador deberá tener en cuenta esta meta inalcanzable.

Deberá preguntarse qué sentido tiene bailar al son que Trump le toca, si no hay modo alguno de quedar bien ni tener contento al irredento racista del Salón Oval, a menos que uno acepte ponerse de tapete.

Lo que procede es desplegar acciones diplomáticas orientadas a tratar de animar los inanes organismos teóricamente multilaterales, con miras a ponerle un ¡hasta aquí! al matón del vecindario.

Podría decirse, con razón, que Trump está en lo suyo: en  su papel de Presidente de los Estados Unidos. Porque, salvo diferencias de estilo, defiende con todo el poder a su disposición los intereses imperiales, tal como han hecho todos sus antecesores.

De Barack Obama a George W. Bush, pasando por  Bill Clinton y Ronald Reagan, para hablar sólo de la historia reciente, todos los presidente de Estados Unidos —lo digan o no— propugnan el destino manifiesto y el America first and only America first.

Eso es cierto; pero el racista hasta los huesos que ahora ocupa la presidencia de esa potencia hemisférica ha roto todos los parámetros.

Actúa con la arrogancia de quien sabe que no hay poder alguno que pueda domarlo.

¡Cómo no va a ser así, si con sus baladronadas asusta aun a otras potencias, aparte la comunión de intereses con algunas de éstas!

Basta ver lo que sucede en Irán, donde el magnate, sin que nadie se le pusiera enfrente, hizo trizas un acuerdo nuclear avalado por China, Alemania, Francia, Ingla­terra y Rusia.

Y basta ver a las calificadoras de riesgo y los organismos financieros internacionales, que ni en sueños o la peor de las pesadillas se atreverían a amagar siquiera con aplicarle sanciones a Estados Unidos por violación contumaz de los derechos humanos.

O, ¿alguien escuchó por allí que Standar and Poor’s o Moody’s, el FMI o el Banco Mundial, le bajará la calificación al Tío Sam por enjaular niños o perseguir como animales a migrantes en pavorosas redadas?

Si los líderes de aquellas poderosas naciones y los directivos de esos organismos globales son incapaces de siquiera mostrarle los dientes al norteamericano, ¡cómo no sentir conmiseración frente al  presidente guatemalteco! Pobre.

Morales hizo desfiguros tratando de  tumbar un amparo conseguido por excancilleres y el procurador de Derechos Humanos, Jordán Rodas, el cual le impedía firmar lo que ayer finalmente se consumó, un acuerdo de Tercer País Seguro.

El repulsivo presidente gringo se salió con la suya. No podía ser de otra manera. Días atrás, vociferante, había amagado con imponerle a Guatemala “vetos, aranceles, impuestos a remesas o todo esto junto”.

Y hasta acusó mentirosamente al gobierno de nuestro vecino del sur de formar caravanas de migrantes, en las cuales incluye a personas con antecedentes penales.

Cómo no entender la circunstancia del guatemalteco. Y cómo no compadecerse ante la idéntica situación de López Obrador, a quien con desfachatez critican Calderón y Vicente Fox, expresidentes de proverbial entreguismo.

Se entiende, en tal condición, el comportamiento cainita de Nayib Bukele.

Sintiéndose en un escenario de sálvese quien pueda, el salvadoreño le suplicó a Trump un trato diferente del que les dispensa a Guatemala y  Honduras, países que —dijo— no han obtenido resultados en materia migratoria.

“En las caravanas el 40 por ciento está formado por migrantes hondureños, el 40 por guatemaltecos, ocho o nueve por ciento por migrantes de otros países, y 11% por salvadoreños”, dijo Bukele con tono lacayuno, esperanzado en ganarse una estrellita en la frente.

La comunidad internacional debe salir de su marasmo. Y marcarle el alto al rufianesco mandatario gringo que ha conseguido poner la dignidad de la región al nivel de la alcantarilla.

aureramos@cronica.com.mx