Opinión

Incertidumbre, política y futuro. El disfraz de Peña Nieto

Incertidumbre, política y futuro. El disfraz de Peña Nieto

Incertidumbre, política y futuro. El disfraz de Peña Nieto

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El 18 de septiembre de 2019 la politóloga mexicana, la Doctora Soledad Loaeza Tovar, recibió el nombramiento de profesora-investigadora emérita de El Colegio de México de la presidenta de esa institución, la Doctora Silvia Giorguli Saucedo, otorgado por unanimidad por sus colegas del Centro de Estudios Internacionales, donde ha prestado sus servicios por más de 44 años. Es un acto académico de gran significado para ella, su comunidad académica y el gremio de los científicos de la política.

La trayectoria de la homenajeada es impresionante. Su labor docente y de investigación se encuentra dentro de los más altos niveles del mundo y se refleja en todo lo que ha escrito, sus participaciones en consejos editoriales y científicos, su colaboración permanente en instancias de consulta y dirección académica, las instituciones en las que ha impartido cátedra y su activa participación en medios masivos de comunicación como divulgadora del conocimiento de los partidos y el régimen políticos mexicanos, entre una amplia gama de saberes. Es una estudiosa acuciosa y objetiva de nuestra realidad.

La ceremonia fue sobria —republicana al estilo de El Colegio de México y de la profesora— y concluyó con una singular conferencia: “El pasado tiene futuros inesperados”, en la que presentó una visión pesimista de nuestro presente. Hay que señalar que no lo atribuyó al gobierno, ni a ningún actor político en especial. Es una circunstancia y que —en sus palabras— nadie hubiera previsto hace 20 años en pleno entusiasmo por la alternancia del poder en México y la derrota de los autoritarismos en el orbe.

¿Quién se hubiera imaginado en el siglo pasado a Obama o Trump como presidentes de Estados Unidos o la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea? De la vida nacional también hay muchos sucesos que en el pasado no hubieran sido parte del futuro previsible. Las certezas de la generación de los “baby boomer” hoy son odres viejos. Las carreras profesionales estables y lineales son un recuerdo cada vez más lejano. Las nuevas generaciones viven la incertidumbre en la continuidad y permanencia en el estudio y el trabajo.

La política hoy es la expresión de esa intranquilidad y se convierte en tierra fértil para la fantasía. La profesora para dar fuerza a esta idea citó El otoño de la Edad Media, de Huizinga, libro que llega a la médula de la sociedad europea del siglo XIV y muestra el comportamiento del hombre en una época de angustias y aislamiento, donde la figura del caballero y el héroe sustituyen a la realidad llena de carencias y miedos.

El futuro no está en el discurso de los ganadores, ni de los perdedores de las elecciones recientes. Es un ausente hoy y durante todo el proceso de la precampaña y campaña. Hay reclamos de los rezagos y excesos; hay actos de culpa y arrepentimiento; hay urgencias, necesidades no atendidas y desigualdad social ancestral, pero no hay un proyecto claro, más allá de la búsqueda de un pasado perdido y añorado. Vana pretensión en un mundo globalizado.

En palabras de Loaeza, no vivimos una crisis como la que padecimos en los ochenta, sino una transformación en el régimen político, con lo que sutilmente se opone a la propuesta gubernamental que busca un cambio de régimen (subrayó el uso de la preposición). No hay nada nuevo a la vista y lo único que se manifiesta es un deseo político vago de No ser como éramos en el peñismo.

La circunstancia divide porque no hay rumbo y esto no es necesariamente atribuible al gobierno. Es algo más profundo que se comparte con el resto del mundo. La tranquilidad de la posguerra y su desarrollo económico son realidades hoy fantasmagóricas.

El conflicto es el signo de nuestra época, que contrasta con el optimismo y la esperanza en las instituciones de hace veinte años.

Nadie defiende el pasado inmediato, mucho menos si el líder de sus protagonistas pasea disfrazado por Nueva York el mismo día en que la reforma educativa que impulsó es herida de muerte, pero tampoco es sensato descalificar absolutamente el pasado.

La Edad Media fue una época de contrastes e incertidumbres. El amor o la muerte. La luz o la oscuridad. El amigo o el enemigo. También, como la actual, fue una época de transformación.

La política tiene dos caras: el consenso o la confrontación; la construcción o la destrucción; la cooperación o la acción aislada.

El futuro se piensa y se imagina, salvo que el pasado llene de enojo y frustración el corazón y el presente sea demasiado apremiante.

La transformación es una circunstancia. No tiene signo político, ni ideología, aunque un grupo quiera apropiarse de ella.

La reflexión a la que invita Loaeza es que hay que adaptarnos para poder crear un futuro que sea compartible y regenere el ánimo de ser un Nosotros. El regreso al pasado es atractivo, pero inviable política, social y económicamente.

Carlos Matute

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