Opinión

Jorge Carrión y China (primera parte)

Jorge Carrión y China (primera parte)

Jorge Carrión y China (primera parte)

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

A finales de la década de los noventa del siglo pasado la Universidad de Pekín organizó un gran Simposio internacional en homenaje a George Steiner, al que asistió el célebre profesor de Cambridge. En la cena que se organizó en su honor se enteró, por voz del deán de humanidades de la universidad que lo acompañaba en la mesa, que su libro Después de babel (1975) había sido traducido al mandarín y publicado por la universidad. Ante la novedad de saber su libro publicado en China sin el permiso y pago correspondiente de los derechos de autor, Steiner intentó ironizar la situación al comentarle a su anfitrión: “!Vaya sorpresa! Supongo que al menos me van a dar un ejemplar”. A lo que el deán le respondió: “¡Pero cómo cree maestro!, ¡Le vamos a dar tres ejemplares!”.

La anécdota ilustra con precisión la dificultad que representa para el pensamiento Occidental entender a la China contemporánea y sus múltiples dualidades y contradicciones. En el caso citado una comunidad académica local, tradicional y cosmopolita, dispuesta a estudiar a un autor fundamental en Occidente, pero arraigada en la mala costumbre de despreciar las reglas más elementales de la propiedad intelectual. Traigo el tema a colación tras leer el estimulante y revelador artículo del escritor español Jorge Carrión “China un paradójico imperio cultural”, publicado en la edición en español del New York Times del primero de agosto.

Carrión, que ha destacado en los últimos años como un gran estudioso y divulgador de los nuevos fenómenos culturales de nuestro siglo, se refiere a la “esquizofrenia que experimenta la expansión cultural del nuevo imperio”, “una autocracia sin libertad de expresión“. Atina al describir un país que, desde la llegada al poder de Xi Jinping en 2013, ha profundizado su estructura autoritaria de manera paralela al éxito de su modelo económico, y su consolidación como la gran potencia del siglo XXI en la que ya se convirtió.

Esta nueva China que acendró su autoritarismo conservador en los últimos años, poderosa y empoderada, triunfalista y pagada de sí misma, nos dice Carrión: “han diseñado poderosos planes de soft power tanto físico como digital. El problema es que el nacionalismo y el autoritarismo chocan frontalmente con la globalización”. Nos dice también que “el gobierno controla la (producción cultural) que se encuentra físicamente radicada en su territorio y se expresa en su idioma. Pero tiene problemas con la que se comunica fuera de sus fronteras en código y en inglés”.

Me detengo en esta última afirmación y me permito disentir o matizar lo dicho por Carrión en relación al control interno de su producción cultural. En las últimas tres décadas, a pesar del creciente autoritarismo y los golpes censores del gobierno de Pekín y del Partido Comunista en el poder, subsiste, se reacomoda, se expande y sobrevive una comunidad intelectual y artística china independiente, crítica, cosmopolita, incómoda en muchos sentido para el régimen pero hasta cierto punto tolerada, que se expresa de múltiples e ingeniosas maneras y que se proyecta internacionalmente como una suerte de soft power paralelo al del régimen, no sancionado ni cobijado abiertamente por él, pero que –con un pragmatismo que tampoco habíamos visto en otros gobierno autoritarios– deja una puerta abierta para que se expresen y circulen en el mundo estas expresiones culturales chinas no oficiales.

De manera que, a pesar del autoritarismo censor, China pudo por primera vez obtener un premio Nobel de literatura en 2012 (Mo Yan, un autor profundamente critico si se leen con atención sus novelas), estar presente con sus artistas visuales en las bienales, ferias de arte y los principales museos del mundo, lograr traducciones y publicaciones a otros idiomas de sus autores contemporáneos –la mayoría de ellos lectores críticos de su entorno– o bien ganar premios a su cinematografía en los festivales más importantes: Berlín, Cannes, Venecia. Difícilmente encontraremos en todas estas creaciones un sesgo propagandístico a favor del régimen.

Hay que agregar que en las últimas tres décadas el modelo económico chino provocó la aparición –por primera vez en la historia entera de China– de una clase media ilustrada y educada, con gran capacidad de consumo y movilidad internacional, y que el surgimiento de centenares de millones de chinos de clase media encuentra inevitablemente su correlato en esta nueva generación de creadores que lograron reinventarse, resurgir y destacar a la sombra de la matanza de Tiananmén, y a despecho del nuevo autoritarismo post maoísta y neo confuciano.

No es, por los demás, una comunidad intelectual anti sistémica y radical, no veremos en el horizonte de las próximas décadas una revolución que destroné al gobierno comunista y funde una nueva República, pero de manera gradual esa nueva clase media, y esa resiliente comunidad intelectual china, participa en la conformación de una nueva identidad no binaria (autoritarismo vs. democracia), que nos ayuda a explicar esa gran “esquizofrenia cultural” a la que se refiere, con razón, Jorge Carrión.

Afirmar que en China priva, en el sentido más estricto, un régimen totalitario y policiaco, no permitiría explicar el surgimiento de obras tan variopintas y audaces en su temperamento crítico como las que han circulado local e internacionalmente en las más variadas disciplinas artísticas. Todas ellas han sido realizadas en el último cuarto de siglo por autores que mantienen un status oficial permisible, e incluso que pueden llegar a ser cobijados por el sistema. Estos desafíos creativos de diverso tono logran incluso incordiar a las autoridades locales, poner a prueba sus límites, y aun activar en casos extremos los resortes de la censura y la persecución. Pero por otra parte es el propio régimen el que encuentra en sus artistas críticos, y en sus obras más celebradas en el extranjero, una fuente de legitimación nada despreciable de cara al exterior.

Cuando pensamos en la comunidad intelectual china de las primeras dos décadas del siglo XXI estamos ante una generación de creadores y pensadores atrapados —o mejor aún, buscando rutas ingeniosas de escape— en el triple laberinto del autoritarismo secular, las reformas económicas liberales y las transformaciones sociales, estéticas y tecnológicas de China y del resto del mundo en el último cuarto de siglo. El de China no fue ni ha sido –desde que emprendió su modernización– el horror del gulag soviético, sino un laberinto complejo y azaroso de tufo autoritario pero no abrasivo ni enteramente asfixiante. Un matiz difícil de explicar a los ojos de un Occidente democrático que rinde culto a la libertad de expresión en su sentido más moderno y puro.

En ese sentido tiene mucha razón Jorge Carrión cuando afirma que. “Tenemos que estudiar a China como durante décadas hemos estudiado a Estados Unidos. La crítica cultural de hoy tiene que leer, escanear, interpretar a China”. “Su gobierno está perfeccionando brutalmente su distopía”, sí, pero tendremos que empezar por replantearnos los diversos escenarios distópicos que se nos avecinan tanto en Oriente como en Occidente. Tomémosle la palabra, estudiemos a China.