Opinión

¡Kataplum!

¡Kataplum!

¡Kataplum!

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy
1.

Hace un par de años, cuando mi hijo aún se encontraba en esa frontera incierta entre la infancia y la adolescencia, lo llevé a un parque de diversiones en los rumbos de Tláhuac e Iztapalapa. Aquel parque, construido de manera temeraria sobre el techo de un centro comercial y recién inaugurado por entonces, tiene un nombre siniestro y perturbador “!Kataplum!”, así, con signos de admiración y una onomatopeya por identidad.

Al parque onomatopéyico, construido y operado por una empresa privada, lo conforman miles de toneladas de una montaña rusa y otros juegos mecánicos instalados en el techo de un centro comercial cuyo nombre resulta paradójico: “Las Antenas”, precisamente lo que más destaca en aquel paisaje desde las alturas de la línea 12 son las antenas en los techos de viviendas y edificios astrosos. Se trata de un enorme centro comercial con jardines interiores, fuentes y tiendas de las grandes firmas globales, un verdadero oasis de modernidad y un templo al consumo en medio de una de las zonas urbanas de mayor marginación en el país.

Para llegar caminamos desde casa a la estación San Pedro de los Pinos de la línea 7. Luego de un par de estaciones llegamos a la de Mixcoac para conectarnos con la línea 12 del metro. Era un día entre semana a media mañana y no tuvimos ningún problema para hacer el transborde. Recorrimos a pie la distancia enorme entre una línea y otra, y pudimos apreciar que en la estación Mixcoac –muchos metros por debajo del suelo– se instaló un pequeño museo sobre la historia del metro capitalino, orgullo de nuestra ciudad. Le mostré a mi hijo las fotos de su construcción y con cierto apego chilango le dije que el Metro y yo teníamos casi la misma edad.

Las primeras estaciones de la línea 12, desde su arranque en Mixcoac en dirección a Tláhuac, son subterráneas, aburridas y como cualquier otra. Pero de pronto vimos la luz al otro lado del túnel y emergimos con cierta espectacularidad a la parte elevada de la Línea 12. Me levanté entonces de mi asiento para contemplar a través de las ventanas el paisaje urbano de una zona que en muchos sentidos formó parte de mi infancia y juventud. Por primera vez en la vida podía ver aquellos territorios de mi pasado desde una altura considerable. Sorprendido, acaso conmovido.

Culhuacán, Lomas Estrella, la avenida Tláhuac, Tezonco, Zapotitlán los territorios marginados del oriente de la ciudad, que conocí y recorrí 40 años atrás, ya eran otros y al mismo tiempo seguían siendo los mismos. Una zona urbana abigarrada y en crecimiento, salpicada de antenas, tinacos y viviendas a medio terminar, pero también de centros comerciales, bancos, puentes vehiculares, cadenas de comida rápida y unidades habitacionales de interés social.

Había implícito en aquel recorrido un doble acto de confianza, ese acto primigenio que funda el pacto más elemental entre ciudadanos y gobernantes:

Confianza en que los pilares y estructuras de acero y concreto que sostienen (¿Sostenían?) a la Línea 12 en la que nos transportábamos eran sólidos e imperturbables a pesar del terremoto de 2017. Sabía que la Línea 12 había cerrado por un tiempo, que había sido reforzada y que operaba de nuevo con aparente seguridad.

Confianza, por otra parte, en que las autoridades de la ciudad y de la alcaldía de Tláhuac, que autorizaron la construcción de “!Kataplum!”, tendrían la seguridad de que el proyecto cumplía con todas las condiciones requeridas para soportar un monstruo de esa naturaleza, que habrían otorgado los permisos correspondientes con plena certeza técnica y jurídica.

Cuando llegamos a la estación Periférico Oriente, y desde el andén elevado constaté la audacia arquitectónica del parque de diversiones, admito que dudé por un momento. No pude dejar de pensar sí habría algún acto de corrupción y negligencia en aquella construcción espectacular y temeraria que estábamos a punto de visitar.

La primera de mis confianzas, sobre la solidez de la línea 12, colapsó junto con los dos vagones del metro que cayeron al vacío el pasado 3 de mayo. La segunda de mis confianzas, la de la seguridad de un parque construido sobre un techo, se ha lastimado. Quiero pensar que el parque de diversiones, que genera empleos a muchos jóvenes y que ha tenido que cerrar por más de un año a consecuencia de la pandemia, está construido sobre bases firmes y con todos los papeles y permisos en regla, que la severa onomatopeya que lo bautiza es sólo eso, una ocurrencia sonora: “!Kataplum!”.

Al día siguiente de la tragedia, mi hijo, ahora de 15 años, me envió un mensaje: “¿Ya viste papá? ¡No manches! se cayó el Metro en el que fuimos a Kataplum”.

2.

Esa misma mañana de nuestra visita, desde algún punto elevado de la Línea 12, contemplé a lo lejos las ocho torres de 16 pisos que coronan una unidad habitacional del FOVISSSTE –construida a principios de los setentas, en la frontera entre las actuales alcaldías de Coyoacán e Iztapalapa– cuyo nombre es una perla de nuestro pasado priista: Alianza Popular Revolucionaria.

En un departamento de esas torres, en el piso octavo, viví y crecí con mi familia desde que tenía 9 años y hasta que me independicé cuando terminé la universidad. Tenía 17 años la mañana del 19 de septiembre de 1985. Mi padre, mi madre y mi hermana salimos de nuestras recámaras y nos abrazamos en el pasillo de la segunda planta del departamento para soportar las sacudidas del terremoto.

El edificio se movía como un barco, las paredes tronaban, un piso abajo las puertas de la vitrina del comedor se abrieron y escuchamos aterrados el estallido de las copas y los vasos al estrellarse contra el piso. Gritamos, lloramos, mi madre rezaba. Aquella torre construida con recursos públicos sobre pilotes hidráulicos –algo que supimos después– se mantuvo en pie, pero habría grietas por todas partes y una parte de la barda de concreto que rodeaba la base del edificio se levantó de cuajo como si la hubiera desenterrado.

A los pocos días nos desalojaron y por algunos meses vivimos en casa de la abuela mientras las autoridades de FOVISSSTE se encargaban de reparar los daños, resanar las grietas y reforzar los cimientos del edificio. Regresamos con mucho temor y así vivimos por años, pero había un principio que sostenía nuestra decisión de regresar y vivir ahí: la confianza. Confianza en que habían sido bien construidas las torres y en que las reparaciones habrían sido realizadas con seriedad y profesionalismo.

De regreso a aquella mañana de nuestra visita al parque de diversiones, cuando desde la parte elevada de la Línea 12 descubrí en el horizonte las ocho torres que siguen en pie, luego de soportar otro terremoto en 2017, se ratificó mi confianza por aquellos edificios de interés social en el que trascurrió una buena parte de mi vida.

¿Cómo habitar ahora una ciudad en la que se ha roto el pacto de confianza entre ciudadanos y gobernantes?

3.

Tras la visitar al parque, a eso de las siete de la tarde, emprendimos el camino de regreso. El tren rumbo a la estación Mixcoac venía casi vacío, pero los trenes en sentido contrario, con dirección a Tláhuac, pasaban atestados a reventar. Cuando llegamos a Mixcoac, del otro lado de las vías la escena era aterradora: miles de personas se apretujaban en el andén y otras tantas desbordaban las escaleras y los pasillos a la espera de poder abordar un tren.

Eran las decenas de miles de usuarios de la Linea 12, vecinos del oriente empobrecido de nuestra ciudad, que aguardaban estoicos la oportunidad de subirse a un tren que los llevaría de regreso a sus casas en los arrabales de la capital. Esperaban sudorosos, fastidiados, entre empujones y reclamos, luego de una jornada laboral extenuante en esa otra porción de la ciudad a la que alguna vez dimos por llamar “la región más transparente del aire”, la “ciudad de los palacios”.

Para ellos se construyó esta línea, son ellos –y son millones– los damnificados de esta tragedia. Es preciso recuperar la confianza, no sé cómo pero es lo último que nos quedaba. El pacto mínimo de confianza entre gobierno y gobernados ha sido vulnerado una vez más: kataplum.

La Línea 12 del Metro tendrá que abrir de nuevo.