Opinión

La admiración de Trump por los dictadores

La admiración  de Trump por los dictadores

La admiración de Trump por los dictadores

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Otto Frederick Warmbier, un estudiante de la Universidad de Virginia, entonces de 22 años de edad, a fines de diciembre de 2015 viajó a China con un grupo de amigos dados a la aventura igual que él. Cuando vieron un anuncio que ofrecía viajes turísticos a Corea del Norte, decidieron ir a Pyongyang por cinco días para pasar el Año Nuevo en esa capital. De ahí el joven regresó a Estados Unidos, el 13 de junio de 2017, ciego, sordo, en camilla, con un tubo para respirar en la nariz y la cabeza rapada. Falleció seis días después.

Según relatan sus compañeros de viaje, tras celebrar en la plaza principal regresaron a su hotel y siguieron tomando alcohol. A Otto se le ocurrió intentar robarse un póster con la imagen del líder norcoreano Kim Jong-un, un delito grave en ese país,  por lo que fue arrestado en el aeropuerto y no se supo más de él. Al resto del grupo se le permitió partir sin contratiempo.

El joven fue sentenciado a 15 años de cárcel y no se autorizó que lo visitaran diplomáticos suizos en representación del gobierno estadunidense. Se sabe que sufrió luego heridas neurológicas graves, pero se desconoce la causa y cayó en coma. En ese estado fue finalmente liberado 17 meses después y repatriado a los Estados Unidos, donde las autoridades judiciales establecieron que había sido torturado y culparon al gobierno norcoreano de su muerte.

Sin embargo, hace unos días, el presidente Donald Trump sorprendió a todos aquí cuando declaró  que el dictador Kim Jong-un le había asegurado durante su último encuentro, realizado la semana pasada en Vietnam, que él no era responsable y que nunca supo nada del asunto. “Yo creo en su palabra —dijo el mandatario— esas prisiones son duras y pasan muchas cosas malas, pero no creo que él haya tenido nada que ver”.

El jefe de la Casa Blanca es muy voluble y con frecuencia se contradice, pero tiene una constante: su afinidad y atracción por los dictadores y todos aquellos autócratas que gobiernan por decreto, con la fuerza y violando los derechos humanos.

Trump ha elogiado, expresado admiración e invitado a la Casa Blanca a gobernantes de la peor calaña, tales como: Rodrigo Duterte de Filipinas, el presidente Recep Tayyip de Turquía y Abdel-Fattah al-Sisi de Egipto. También es obvio que le simpatiza Marine Le Pen, la líder de la extrema derecha en Francia, y desde luego está su notorio romance con Vladimir Putin de Rusia. Se ha referido al dictador norcoreano como “una galletita bastante inteligente, que tomó el poder a muy corta edad. Me siento muy honrado de conocerlo”.

Y qué decir de su amistad y estrecha relación con el poderoso príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed bin Salman, más conocido por las siglas MBS, quien, se cree, fue quien ordenó asesinar al periodista saudita Jamal Khashoggi, un residente de Estados Unidos que escribía para el diario The Washington Post y que fue desmembrado en el consulado de su país, en Estambul, cuando acudió a solicitar unos documentos necesarios para casarse.

Las agencias de Inteligencia estadunidenses tienen suficiente evidencia de que MBS tenía un problema personal con el periodista y lo acusan abiertamente de su muerte.  Sin embargo, Trump se ha negado a señalar como culpable al príncipe y mucho menos a ordenar sanciones de algún tipo contra el gobierno saudita, con el que las relaciones diplomáticas de Washington cada día son más cercanas.

Para los analistas, Trump está en su derecho de mantener relaciones con todos los gobernantes del mundo, incluyendo los dictadores, pero consideran inmoral y criticable que el presidente estadunidense los apoye tan entusiásticamente, los defienda y los elogie, mientras que por otro lado no hace ningún intento por denunciarlos.

Sus opositores dicen que el mandatario ha abandonado la tradicional política exterior de este país, ignorando y guardando silencio sobre la constante violación de derechos humanos en muchas partes del mundo  y que no está en contra de aquellos gobernantes que los violan sistemáticamente. La única excepción es Nicolás Maduro de Venezuela.

La sorpresiva gran acogida que Trump le ha dado a Juan Guaidó, el autoproclamado presidente venezolano, se aleja de su política de “Estados Unidos Primero” que caracteriza actualmente a la Casa Blanca e ignora conflictos en el exterior. Diplomáticos latinoamericanos sostienen que el mandatario realmente quiere un cambio en Venezuela y que Maduro se vaya. Al parecer lo ve como una amenaza por sus lazos con La Habana y Moscú.

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