Opinión

La alianza AMLO-Salgado Macedonio

La alianza AMLO-Salgado Macedonio

La alianza AMLO-Salgado Macedonio

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Hay que decir, acerca del presidente López Obrador, que suele ser muy solidario con quienes le manifiestan lealtad, aun a sabiendas de que esa solidaridad le puede costar cara. Es una de las facetas sicológicas de quienes son líderes.

Esta solidaridad suele ser mayor cuando hay elementos de identificación, intereses comunes y formas similares de ver el mundo.

La lealtad de Félix Salgado Macedonio hacia López Obrador es histórica. Lleva años estando con él, en las duras y en las maduras. Y eso a AMLO le importa mucho más que cualquier consideración de otra índole. Que a Salgado le falte templanza y cálculo político, que suela comportarse como chivo en cristalería (o, mejor, como toro sin cerca en una tienda de porcelanas) o que haya sido un fracaso completo como alcalde de Acapulco es lo de menos. Es un amigo fiel.

Pero el problema con las múltiples acusaciones de violación que tiene Salgado en su contra es que el asunto pone al Presidente entre la espada y la pared: entre la ratificación de una alianza con Salgado Macedonio y los intereses que representa, y la posibilidad de fisuras en la alianza social que lo llevó al poder.

Lo que hizo en primer lugar López Obrador fue desdeñar el riesgo de fisuras. No quiso ver que en el seno de su propio partido se generó un amplio descontento con la nominación de Salgado Macedonio para la gubernatura de Guerrero. Lo que hizo inmediatamente después, cuando las cosas fueron ya demasiado evidentes, fue dejar que ese descontento tuviera una suerte de canalización, que en realidad es un simulacro, para luego aplacarlo con una decisión tomada.

Y lo que todavía AMLO se resiste a entender es que, más allá de la militancia de Morena, está la brecha cada vez más ancha entre él y una vasta cantidad de mujeres que reclaman sus derechos -el más elemental de ellos, que no se les asesine, viole o abuse- minimizados por años de dominio patriarcal, y una brecha casi abismal, entre él y las organizaciones feministas de todo tipo (porque es claro que hay varios feminismos).

El Presidente ha preferido la alianza con el amigo y no le ha importado romper clamorosamente con las demandas de las mujeres, que fueron uno de los sostenes de su triunfo hace cerca de tres años.

Una parte de ello se debe a que, como político de vieja escuela, a López Obrador le cuesta trabajo entender que las luchas de sexo o de género son parte integral de las luchas sociales. Que se trata de movimientos en pos de la igualdad, tan importantes como los otros, y no de meras actitudes caprichosas de burguesas. Es parte de su anclaje en el pasado remoto.

Otra parte está asociada a la tendencia de AMLO a buscar mano negra en cualquier crítica a sus decisiones. Si no les gustan y lo hacen patente, significa que son parte de una campaña en su contra. Y si hacen una campaña en su contra, entonces son conservadores, fascistas, émulos de Franco y Pinochet… y se sigue de boca. No importa si el disgusto es porque las decisiones son pésimas y atentan contra los valores compartidos por las fuerzas progresistas, como es el caso de la nominación de Salgado Macedonio.

En el camino, insulta y ningunea a las mujeres que protestan. Las hace ver como marionetas de un complot. Ubica sus demandas del otro lado de la imaginaria trinchera. En su visión maniquea, las manda al bando de los malos. Para eso, llega incluso a extremos discursivos diazordacistas, en el que las ideologías exóticas y ajenas a nuestra idiosincrasia dañan el proceso revolucionario.

Y en ese mismo camino, pierde por primera vez una batalla en una guerra en la que llevaba varias victorias seguidas: la de los símbolos. Amurallar Palacio Nacional y cerrar el Zócalo tiene tres efectos claros: uno es la imagen de cerrazón, de quien no quiere ver ni oír a los contrarios; otro, el símbolo de un presidente asediado por las ideas; el tercero: la idea de que él se asume como parte del status quo: quiere conservar, no transformar. Para más inri, hubo el paso en falso orwelliano de llamar a esa valla metálica “muro de paz”.

La lealtad de Salgado Macedonio a López Obrador ha sido premiada con una candidatura. Es probable -más, tomando en cuenta que los partidos de oposición van por separado- que el premio sea una gubernatura un poco más peleada de lo que se esperaría en Guerrero. Pero la alianza de López Obrador con Salgado Macedonio le va a cobrar factura electoral en otras partes del país, y también una factura política que no va a ser fácil pagar rápidamente.

Para decirlo brevemente, esa identificación y esa amistad de AMLO han fortalecido la oposición más importante que tiene hasta el momento. No es la de ningún partido político. Es la de las mujeres en movimiento.

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