Opinión

La bella Melania, ¿también cómplice?

La bella Melania, ¿también cómplice?

La bella Melania, ¿también cómplice?

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Cuando la tercera esposa de Donald Trump finalmente se mudó a Washington, cinco meses después del marido, el clamor de “Libertad para Melania” se volvió popular. Todo el mundo pensaba que la Primera Dama sufría encerrada en su torre. Parecía una muñeca, con el cabello y el vestido perfecto, callada y siempre como ausente, dando la impresión que se sentía incómoda y fuera de lugar. Hoy, artículos y libros escritos sobre ella, aseguran que llegar a la Casa Blanca fue su sueño por décadas, aún antes de conseguir al millonario que en mala hora llegó a mandamás.

De su tiempo en Washington, donde en promedio habló públicamente sólo siete veces por año, uno de los momentos más recordados, bajo y hasta trágico, fue cuando visitó en la frontera a los menores enjaulados, separados de sus padres, llevando una chamarra con el texto escrito en la espalda “no me importa”.

Mary Jordan, una periodista del Washington Post, autora de un libro sobre ella que viajó a cinco países y entrevistó a más de cien personas para hacerlo, asegura que no es cierto que Melania se aterrorizó cuando Trump entró a la política en 2015 cortándole su gran vida en Manhattan. Sino que al contrario, no sólo lo apoyó, sino que alentó sus aspiraciones. “Ambos son más parecidos de lo que parecen”.

La llegada de Melania a la Casa Blanca ha sido fuera de serie, solo superada por Michelle Obama, que es descendiente de esclavos. La esposa de Trump, cuyo nombre al nacer fue Melamija Knavs, nació en un pueblo de Eslovenia, parte de la Yugoslavia comunista de Tito, la segunda primera dama extranjera que ha tenido este país. La otra fue Louisa Johnson, esposa de Quicy Adams.

Su padre, Viktor, cinco años menor que su yerno, era chofer. Su madre, Amalija, era costurera. Ambos pedidos por su hija, de la misma manera migratoria “en cadena” que su esposo tanto critica, son hoy ciudadanos de Estados Unidos y han vivido junto a ella en la Casa Blanca y compartido su suerte. Los Trump nunca han revelado los pasos seguidos por la Primera Dama, su hermana y sus padres, para obtener pasaporte estadounidense.

Lo que sí se sabe es que cuando en 1989 Melania abandonó sus estudios y se cambió el nombre a Melania Knauss, que suena más alemán, recorrió varios países europeos y después con visa de turista vino a Estados Unidos en busca de suerte como modelo. Una carrera en la que no tuvo mucho éxito aunque sí logró aparecer en un anuncio de cigarrillos gigantesco colgado en Times Square.

Como el caso de su esposo, hay detalles en su biografía oficial que han resultado mentira.

Cuando llegó a Washington se dijo que tenía una carrera universitaria. No fue así. También se le atribuyó ser políglota y hablar cinco idiomas, pero Jordan en su libro asegura que solo habla esloveno e inglés. Y de hecho ha tenido oportunidad de hablar los otros, por ejemplo italiano, cuando los Trumps estuvieron en Roma con el Papa, pero pidió traductor.

Cuando Melania no se mudó de Nueva York a Washington, aún cuando Trump ya era presidente, se dijo que estaba esperando que Baron, el hijo de ambos, terminara el año escolar. Ahora se sabe que no sólo estaba tratando de asimilar todos los amoríos y problemas de faldas del esposo, que salieron a luz durante la campaña, sino que estaba negociando una modificación a su acuerdo financiero prenupcial. Quizás ya estaba enterada que las primeras damas reciben sólo una pensión de 20 mil dólares y eso si el marido muere.

Nada de eso debería ser de importancia para el público sino fuera porque, detrás de esa imagen de serenidad, hoy se da por hecho que fue cómplice y tan corrupta y peligrosa como él. Los historiadores analizan si ella debería ser también considerada responsable y parte de una administración que rompió todas las normas democráticas, puso en peligro vidas y arruinó la reputación del país.

Para la historia, su reacción cinco días después del brutal ataque de partidarios de Trump al Capitolio el pasado 6 de enero, donde cinco personas murieron. Si bien condenó la violencia, aunque demasiado tarde, también elogió “la pasión e inspiración” de los delincuentes trumpistas. Ese día, mientras Washington ardía y se imponía el toque de queda, Melania estaba ocupada. Seleccionaba la vajilla que dejará de recuerdo y las fotografías para un libro sobre decoración que tiene en mente.

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