Cultura

La caja Topper, de Nicolás Gadano

Fragmento del libro La caja Topper © 2019, Bordes. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

Fragmento del libro La caja Topper © 2019, Bordes. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

La caja Topper, de Nicolás Gadano

La caja Topper, de Nicolás Gadano

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy
(Fragmento)

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«Creo que corresponde que te la quedes vos», me dijo Vicente mientras me entregaba una caja vieja de zapatillas Topper color bordó. «Tiene cosas muy personales de tu mamá, cartas viejas. Yo no las leí», agregó mientras me ponía la caja algo desvencijada en las manos. No supe si creerle. Sentí que quizás se deshacía de esas cartas porque conocía el contenido.

Después de su muerte me quedé con otras cosas de mi mamá. El diploma que le dieron cuando fue diputada provincial en Neuquén; el metrónomo que usaba para tocar el piano cuando era chica; el mortero marroquí de mi abuela Yaya, vínculo directo, dorado y pesado, con el judaísmo oculto de mi familia materna.

Esa tarde volví a casa con la caja Topper pero no la pude abrir. La dejé en un rincón del escritorio del living y se quedó en ese mismo lugar durante semanas. A su alrededor, una gran cantidad de objetos llegaron y salieron del escritorio: lapiceras, cuadernos, libros, vasos, platos, botellas, controles remotos de la tele, de la play, del aire acondicionado, teléfonos móviles, mis llaves, las de Gaby, las de los chicos, billeteras, tarjetas SUBE, remedios, flores, iPads y iPods.

Ajena a todo ese movimiento, la caja repleta de cartas y palabras siguió ahí en el mismo lugar, cerrada e inmóvil. Hasta que un día la abrí y empecé a leer.

El primer sobre era blanco y liso. Tenía una estampilla oficial de noventa pesos con la imagen de Guillermo Brown y decía: «Dra. Alicia Gillone. Bartolomé Mitre 1956, 9º 37, Capital Federal». En el reverso: «Rte. Jorge Alberto Gadano. Tucumán 243, General Roca».

Noviembre 1º, 1968.

Mi amor:

Estas cartas, por su contenido casi lírico, me hacen recordar mi adolescencia, con la salvedad de que ahora guardan detrás una madurez, una libertad, diría, inexistente antes.

Aquí hay un peligro, que vos conocés, que es el de quedar atrapados en las redes de la clase social a la que pertenecemos. Nos echarán anzuelos que permanentemente bailarán ante nuestros ojos: el automóvil último modelo, la casa confortable, con parquecito y mueblecitos; el viaje a Europa y las reuniones para pasar el rato. Detrás de todo eso, la prisión sin barrotes del tedio, el ángel exterminador.

Aunque nos resulte difícil convivir con la vieja gente, creo que será preciso poner las cosas en su punto. Para eso, vos me tenés a mí, y yo a vos. A veces me siento como un náufrago en el medio del mar, que pugna por ponerse de pie sobre las olas para avistar la tierra firme.

Te dejo ya, porque pasarán a buscarme para ir a comer. Con todo mi amor,

Tuti

Dejé la carta e imaginé a mi viejo en traje de baño, con la cabeza grande y el cuerpo chiquito, nadando en una gran pecera llena de manzanas que se llama General Roca, rodeado como un Nemo rebelde por sus padres, tíos, abuelos y compañeros de colegio que flotaban a su alrededor, llevando a mi mamá de la mano de un lado a otro hasta encontrar una salida de la pecera hacia ese mar en el que quería ponerse de pie sobre las olas.

Pensé en los anzuelos que bailaban y lo acechaban: la casa confortable con parquecito y mueblecitos, el automóvil último modelo. Esas eran justamente algunas de las cosas que mi hermano y yo deseábamos en esos años de la primera infancia. Me sorprende mi viejo; para justificar su rechazo a la vida burguesa que lo rodeaba no apelaba a la desigualdad, la pobreza o la injusticia social. Hablaba del aburrimiento. La prisión sin barrotes del tedio. ¿Será que se hizo militante revolucionario porque no soportaba la vida adulta de la clase media de General Roca, el pueblo de su niñez y adolescencia? ¿Qué habrá pensado mi mamá cuando leyó esta carta? ¿Se habrá emocionado con las reflexiones de su compañero de lucha, o se habrá enojado y entristecido por la oscura visión que su flamante esposo tenía sobre la vida matrimonial que habían iniciado juntos?

4

Me encanta que sigas escribiendo. Ya que estamos en el tema, te quiero decir que expresás mejor las cosas en prosa que en poesía. Tu estilo es el mismo, pero creo que tienen más calidad literaria tus cuentos; tus poesías fluctúan más.

Con estas palabras que me sorprenden por lo firmes y cariñosas, mi mamá le sugirió a mi viejo que dejara de escribir poesía. Ella tenía veintiocho años y él treinta y cinco. Ella estaba en Buenos Aires, él en Neuquén. Encuentro este párrafo en una de las más de cincuenta cartas escritas entre septiembre y diciembre de 1968, cuando mi viejo salió de la cárcel y se fue al sur.

Las cartas estaban sueltas en la caja Topper y así las fui leyendo, de a una, mezcladas con otras, al azar. Después las agrupé, las ordené cronológicamente y las volví a leer todas seguidas. No hay en la caja otro conjunto de cartas como éste, un diálogo entre ellos de ida y vuelta casi diario, sostenido a distancia durante varios meses.

En los primeros días de septiembre de 1968 mi viejo cayó en cana durante una volanteada. Trabajaba como abogado laboral en un estudio de la zona sur del Gran Buenos Aires. Nunca antes había estado preso. Las cartas muestran que estuvo cerca de un mes en la cárcel.

El 13 de septiembre le escribió a mi mamá desde la Unidad 9 de La Plata. No encuentro una carta posterior enviada desde la cárcel, y no tengo otras referencias para determinar con precisión cuándo salió. Pero el 9 de octubre, menos de un mes después, volvió a escribirle desde General Roca:

Te empecé a extrañar cuando llegué a Temperley. Llegamos bien, a la hora prevista, el viaje no se hizo demasiado largo. Vine a la casa de mis papás, que es muy linda y confortable.

Apenas salió se fue en tren al Alto Valle, en el primer paso de lo que sería una mudanza definitiva de toda nuestra familia desde Buenos Aires al sur. Las cartas no dan pistas del porqué de esa decisión repentina. ¿Fue por temor a la persecución policial? ¿Su trabajo había quedado afectado por la detención? ¿O fue una suerte de exilio interno? Él sabía que en el sur era otra vida: menos militancia y más familia. No solo la familia que armábamos nosotros cuatro, sino también sus padres, sus suegros, hermanos, cuñados. Prácticamente toda mi familia paterna y materna se repartía entre General Roca y Neuquén.

Yo tenía dos años cuando mi viejo se fue al sur. «Nicolasito hizo su primer pis en el inodoro», le cuenta mi mamá en una carta del 12 de octubre. «Le causó mucha risa, y como además tenía gases, reía mucho más». Me gustaría preguntarle a mi viejo qué le pasó cuando salió de la cárcel, por qué nos fuimos todos a vivir a Neuquén, cómo se decidió el primer movimiento de la familia provocado por su militancia.