Opinión

La democracia tiene quién la defienda

La democracia tiene  quién la defienda

La democracia tiene quién la defienda

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Fue un rumor constante en un montón de mesas y sobre mesas. Presentaciones y discusiones. Vistas a stands y entrevistas, y en general uno de los temas absorbente y reiterados que definió el clima de la Feria Internacional del Libro en Guadalajara 2019: la percepción de que en el INE está la prueba de fuego de lo que es y será la democracia mexicana, el autentico Rubicón de nuestras frágiles libertades que tan laboriosamente aparecieron en el siglo XXI.

Un par de libros llamaron la atención con especial fruición: el de Ciro Murayama La democracia a prueba y el de José Woldenberg En defensa de la democracia (ambos bajo el sello de Cal y Arena) expuestos a pecho abierto el jueves pasado ante un auditorio preocupado y cariacontecido.

Las cosas se pueden narrar así: la democracia empezó a pagar por pecados que no cometió, por tareas que ella no podía cumplir. Porque ella cumple su misión al proveer de libertades esenciales, elecciones libres y limpias y alternancias en el gobierno, pero los gobiernos que surgen de esos procedimientos —el gobierno del partido A, el gobierno del partido B o el gobierno del partido C— no resuelven las preocupaciones básicas de millones. En el caso de México, no resuelve la paz, la seguridad personal, el empleo, el buen salario, la certeza mínima de bienestar y de protección frente a las contingencias de la vida. Como ninguno de los gobiernos que han surgido de la democracia en estos años resuelve estas cosas, la sociedad se eriza, opta y se inclina por opciones que se colocan en el extremo, en el filo y a veces por fuera de la democracia misma. La literatura actual ha llamado al movimiento político mundial de estos excéntricos como la era del populismo.

El fenómeno no es nada más de México, pero sí aparece con inquietante intensidad: puede compararse con muchos otros experimentos de otros países en el planeta. No estamos ante un programa autoritario o totalitario a la manera de los decretazos de golpe de Estado a que nos tenían acostumbrados los gorilas militares latinoamericanos en los sesenta o setenta (y que tan bien describe Vargas Llosa en su última novela), a saber: cancelación del Congreso, supresión de las manifestaciones públicas, derogación del orden constitucional, abrogación de poderes públicos, cancelación de las elecciones, abolición de los partidos políticos, etcétera. No estamos ante eso. En su lugar asistimos a un fenómeno más difuso y difícil de asir, no ante un programa sino ante una serie de decisiones antidemocráticas.

Deténganse un momento. El fenómeno es real y esta aquí. Piensen en la elección de la presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, consumada violando tres veces la Constitución. Ya hablamos de la cancelación del aeropuerto de Texcoco mediante un remedo de consulta. La presentación de ternas al Senado, que el Senado ya había rechazado. Del estrangulamiento del seguro popular —una válvula de la sanidad pública que tenía el país para los más pobres— sin haber presentado un solo estudio de factibilidad alternativa. La misma suerte que corrieron las estancias infantiles. La creación de un ejercito que edifica un enorme padrón para la entrega de recursos públicos líquidos, aún antes de ser gobierno y sin ninguna regla o control, por no hablar de la malhadada “ley Bonilla”, la cual esperamos sea enterrada ya, en definitiva.

¿Lo ven? No es un programa, pero tampoco son hechos aislados. Nuestra democracia ha entrado a debate, a juego y debe ser defendida.

Nuestra democracia ha entrado a debate, en una nueva prueba, pero después de medio siglo de tránsito y de consolidación no podía carecer de quien escribiera de ella y tampoco carecer de quien la defendiera.

ricbec@prodigy.com.net

Twitter: @ricbecverdadero