Opinión

La diplomacia de la gastronomía

La diplomacia de la gastronomía

La diplomacia de la gastronomía

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Podríamos también llamarle la diplomacia del plato y de la mesa, o la diplomacia de las identidades culinarias. Lo cierto es que, como bien cultural, como materia de intercambio de bienes tangibles e intangibles, y como plataforma para posicionarse como país en el resto del planeta, la gastronomía, o más concretamente, los alimentos elaborados que siguen patrones de identidad nacional —esto es, las “cocinas nacionales”— no son un asunto menor.

La gastronomía construye identidad, si se tiene por supuesto la fortuna de contar con una cocina tradicional propia, con raíces culturales e históricas diversas, y, sobre todo, que resulte identificable y atractiva para los consumidores del resto del mundo.

Pero también representa una oportunidad de orden comercial en materia de exportación e importación de productos. Basten como ejemplos el volumen de aguacate mexicano que se vende en Estados Unidos para elaborar guacamole en la antesala de cada Super Tazón, o las enormes ventas en los países asiáticos que ha logrado Maseca, la empresa mexicana de maíz nixtamalizado.

La gastronomía también fomenta la creatividad y es por lo tanto un sector estratégico para la economía creativa —lo que antes llamábamos “industrias culturales”. Por su naturaleza colinda y dialoga con otras disciplinas creativas: el diseño, la arquitectura, la literatura, las artes visuales y el cine.

Desde las grandes potencias como Estados Unidos o Francia, hasta las potencias medias como Corea del Sur y la India, y aún las economías emergentes como Tailandia, se han hecho en los últimos años esfuerzos continuos para hacer de la gastronomía un brazo sustantivo de su diplomacia cultural y de su diplomacia pública.

En 2012 el Departamento de Estado de los Estados Unidos lanzó un programa llamado Chef Corps con el propósito de difundir por el mundo su auténtica gastronomía y contrarrestar así la idea generalizada de que todo es fast food y comida chatarra en su tradición culinaria. Los coreanos crearon su propia marca de identidad gastronómica a la que le han llamado la Diplomacia Kimchi, un vocablo que refiere a la manera tradicional de elaborar vegetales fermentados como base de su cocina.

México no es la excepción. Tanto en la recién creada Dirección Ejecutiva de Diplomacia Cultural de la cancillería mexicana, como en la Secretaria de Cultura, se han referido en reiteradas ocasiones  en estos últimos meses a la relevancia de la gastronomía mexicana para la construcción de puentes con el resto del mundo, e impulsan diversos proyectos orientados en esta dirección.

No hay que olvidar que en 2010 México logró inscribir a la gastronomía mexicana en la lista del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO. O bien que hace apenas unos meses, la joven mexicana de 28 años, Daniela Soto, fue nombrada como “la mejor chef del mundo”, por la prestigiosa lista The World’s 50 Best Restaurants.

Traigo a colación el asunto porque en su número más reciente la revista The Economist ha publicado información reveladora sobre este tema.

El primer dato que resalta es que, de acuerdo con esta publicación británica, México es la cuarta potencia gastronómica del planeta  al menos en términos de reconocimiento de marca; y  tomando en cuenta  la balanza comercial  global relacionada a la importación y exportación de alimentos con identidad de origen; el  número de restaurantes con menús nacionales;  y los volúmenes de  venta al consumidor global de  la comida vinculada —real o simbólicamente— a un país determinado.

La nota se deriva de un artículo publicado recientemente por el economista de la universidad de Minnesota, Joel Waldfogel, quien basó su investigación en datos tomados de la lista global de restaurantes de comidas con sello nacional que aparece en TripAdvisor, así como en los indicadores de ventas de alimentos que publica la firma internacional de análisis de mercado, Euromonitor.

El estudio revisa 52 países cruzando dos variables: una, en términos de su balanza gastronómica-comercial, esto es, cuánto de su cocina original exporta y cuánto de la cocina de otros importa cada país; y la otra, en el número global de mesas  de restaurantes con identidad nacional.

El consumo doméstico de comida extranjera es tomado como “importaciones”, mientras que el consumo internacional de las cocinas nacionales de cada país se mide como “exportaciones”. El entrecruzamiento de estas variables determina en el estudio qué países tienen la mayor influencia en el paladar del mundo.

Resultado de lo anterior encontramos que la cocina italiana es la que domina mundialmente, con un excedente anual de exportaciones para 2017 de 168 mil millones de dólares. La pizza y la pasta se imponen en la mesa del planeta.

Le siguen la comida japonesa, la turca y en el cuarto lugar la mexicana con un excedente de exportación anual de nuestra gastronomía de poco más de 20 mil millones de dólares en el mismo año estudiado de 2017.  Medido así, estaríamos pues por encima de Tailandia, de Francia y de Grecia en cuanto a nuestra influencia gastronómica en el planeta.

En el otro extremo aparecen cuatro países deficitarios en esta balanza que mide la comida importada con respecto a la comida exportada: Estados Unidos, China, Brasil y el Reino Unido, en ese orden. Tenemos entonces que Estados Unidos es el mayor importador neto de otras cocinas, con un déficit anual de 55 mil millones de dólares con respecto a lo que el resto de los países consumen de su cocina.

Si se excluye de esta medición a la comida rápida de las cadenas estaduunidenses y su presencia global (McDonald’s, KFC, etc.), el desbalance es aún mayor para los Estados Unidos, con un déficit que se eleva a los 134 millones de dólares anuales.

Hay que tomar en cuenta además que, para su investigación, Joel Waldfogel, no consideró las comidas “híbridas”, como es el caso muy notorio de la comida “Tex-Mex” que desvirtúa a la gastronomía mexicana en todo el planeta. En cualquier caso, lo que el estudio arroja a simple vista es que hay cocinas nacionales más atractivas que otras y que la mexicana ocupa un lugar prominente en este escenario mundial.

Gracias al impulso de su enorme industria cinematográfica y musical, persiste la percepción de que Estados Unidos juega un papel hegemónico en el intercambio global de bienes culturales. Sin embargo, lo que el economista de la Universidad de Minnesota apunta en su artículo es que el intercambio de bienes culturales a través de los alimentos y la gastronomía es diez veces más grande que el de la música y el cine. Por lo que, como ya decíamos al principio, la diplomacia de la gastronomía ocupa un papel muy relevante en la diplomacia cultural de las naciones, y México tiene por lo tanto una estupenda oportunidad para seguirse posicionando como un país líder en este rubro.

edbermejo@yahoo.com.mx

@edbermejo