Opinión

La educación en la Cuarta Transformación

La educación en la Cuarta Transformación

La educación en la Cuarta Transformación

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

En México cualquier política pública de educación tiene que responder a tres universos de demandas de igual importancia: 1) los lineamientos trazados por el presidente de la República; 2) las tareas que derivan de los desajustes del sistema educativo y, 3) las necesidades y problemas que enfrenta el país.

En sus escritos, especialmente en 2018: la salida y en sus declaraciones, el presidente Andrés Manuel López Obrador señala a grandes trazos el proyecto de país que quiere construir. En economía, rechaza el neoliberalismo y se propone fortalecer el mercado interno mediante un conjunto de proyectos; en política, aunque de forma poco ortodoxa (que resulta inaceptable para algunos académicos) defiende la democracia y el pluralismo; en política social quiere hacer realidad la justicia social de modo que la acción del Estado beneficie a los grupos sociales más desfavorecidos; en cultura, está a favor de una orientación humanista con perfiles nacionales.

No existe un diagnóstico satisfactorio del sistema educativo, pero sabemos, por las evaluaciones realizadas, que los resultados de aprendizaje en los niveles obligatorios de la educación son muy bajos. Sólo tenemos parcelas pequeñas de conocimiento. No sabemos —aunque creemos saberlo— cómo enseñan los maestros, cómo actúan los directores, qué hacen los supervisores, qué clima impera en las escuelas, cómo operan los gobiernos educativos locales. Las principales dificultades son: la enorme heterogeneidad, la abundancia de elementos, las dimensiones colosales y la constante movilidad interna del sistema. Hay un crónico desfase y conflicto entre autoridades federales y estatales. Gobernar ese aparato es sumamente difícil y, a veces, asumir que las normas que emite la SEP siempre se cumplen en la escuela, muchas veces es una falacia.

El tercer universo de demandas se refiere a los problemas sociales inmediatos, visibles y palpables —la pobreza, la desigualdad, la violencia, la inseguridad, la criminalidad, la ineficacia del poder judicial, la ilegalidad, la impunidad, la corrupción, la baja productividad económica, la (in)cultura política, las fallas de nuestra democracia, etc.— y a los grandes desafíos que se desprenden del sector moderno de la economía, de la nueva industria automatizada, de las redes digitales, de los otros aspectos de la  revolución tecnológica y de la globalización en las comunicaciones.

La política educativa de la Cuarta Transformación debe asumir que el problema fundamental de México es la cultura y que la educación puede ser un poderoso instrumento para introducir cambios en ella. Cambios a mediano y largo plazo. La educación puede contribuir a contener la degradación acelerada que observamos por todas partes: recrear las bases del estado de derecho; promover una nueva ciudadanía democrática, impulsar la productividad e inclinarse sobre la pobreza y la diversidad social y cultural. Ese cometido múltiple sólo será alcanzable si se remontan los obstáculos estructurales del sistema educativo y la actividad educativa se ajusta a principios filosóficos y pedagógicos como el humanismo, los derechos humanos, el paidocentrismo, la educación moral, la equidad, la inclusión, el multiculturalismo y la excelencia o calidad. Pero sólo podrá actuar como agente de transformación cuando se atienda el principio de equidad en todos sus planos, de tal forma que la escuela cese de reproducir las desigualdades sociales —las cuales se proyectan en la desigualdad de aprendizajes. Una educación equitativa se reflejará en la distribución del aprendizaje y será realidad cuando garanticemos que no sólo algunos, sino todos los alumnos, aprendan.