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La guerra del petróleo de la que nadie saldrá ganando

En el momento menos oportuno -pandemia, recesión-, Rusia y Arabia Saudí se han enzarzado en una pelea por el control de esta industria estratégica, pero lo único que han conseguido es hundir el precio del petróleo y dañar seriamente a los países productores. El dilema es qué hará el tercero en discordia: EU. Jugar a la ruleta rusa en tiempos de crisis global no es la mejor idea, y menos cuando el rival del astuto “zar” ruso del petróleo está a su misma altura: el despiadado príncipe heredero saudí Mohamed bin Salman

La guerra del petróleo de la que nadie saldrá ganando

La guerra del petróleo de la que nadie saldrá ganando

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

En plena transición de la era fósil a la era de la energía renovable, el petróleo no sólo se resiste a ser desplazado, sino que sigue siendo una potente arma geoestratégica o al menos así quieren que siga siendo las tres potencias productoras: Estados Unidos (15.5 millones de barriles al día), Arabia Saudí (12.2 millones) y Rusia (11.4).

Muy lejos de esta troika petrolera quedan las otras catorce naciones que producen más de un millón de barriles diarios —Canadá, Irak, China, Emiratos, Brasil, Kuwait, Irán México, Nigeria, Noruega, Kazajstán, Angola, Libia y Argelia— y el resto de naciones extractoras de crudo, que asisten con creciente nerviosismo a la inesperada guerra entre Moscú y Riad, que estalló abruptamente el pasado 6 de marzo en la sede de la OPEP en Viena.

Y el Kremlin dijo niet. Cinco dìas antes de esa declaración de guerra, el coronavirus seguía haciendo estragos en la economía China, ya golpeada por la guerra comercial con Estados Unidos. El frenazo de la segunda economía planetaria y el temor a una brusca caída del consumo mundial por culpa de la pandemia (declarada el 11 de marzo) llevó a que el barril de crudo cayera ese primero de marzo por debajo de la barrera psicológica de los 50 dólares. La buena noticia era que los 14 países de la OPEP, liderados por Arabia Saudí, y los nueve de la OPEP+, liderados por Rusia, se iban a reunir el 6 de marzo para negociar una nueva cuota de producción, ya que la actual vence este 31 de marzo.

Los saudíes llegaron a la sede de la OPEP en Viena con la propuesta de recortar 1.5 millones de barriles diarios, el equivalente a casi toda la producción de México (1.8 millones) y el mismo tijeretazo que se acordó en diciembre de 2008, tras la caída de Lehman Brothers y el inicio de la Gran Recesión.

Confiados en que Rusia no se negaría, como en su día los saudíes no negaron a los rusos un recorte, para paliar las sanciones occidentales tras la anexión de Crimea, la respuesta que dio el ministro ruso de Energía, Alexander Novak, debió dejar con la mandíbula desencajada a los presentes en la reunión: Niet. Alegó el ruso que ellos habían hecho su guardado para tiempos de crisis y eran capaces de resistir una caída brusca del barril. Y vaya que cayó. Ese mismo 6 de marzo se desplomó un 10% hasta los 45 dólares.

“Los rusos pueden vivir con un barril a 40 dólares y parece que están dispuestos a aguantar incluso precios menores”, señaló el analista Edward Moya, a la agencia AFP.

Pero, ¿por qué iban a querer los rusos sacrificar gran parte de sus ganancias como potencia exportadora de petróleo y gas, y enemistarse con el resto de países productores? La respuesta hay que buscarla en el Kremlin y se llama Estados Unidos.

La estrategia del “zar" Igor. La guerra se declaró en Viena, pero se gestó días antes en Moscú en una reunión que convocó Vladimir Putin con los dueños de las principales petroleras rusas para discutir la estrategia a seguir en la sede de la OPEP. Se enfrentaban los pragmáticos que aconsejaban un recorte por el frenazo mundial del consumo, agravado por un invierno particularmente cálido y la expansión del COVID-19, y los que apostaban por una respuesta dura y nacionalista. Ganaron los segundos.

Se impuso Igor Sechin, el oscuro jefe de la estatal Rosneft y miembro del círculo más cercano a Putin, con el siguiente argumento: los recortes de la última década acordados entre la OPEP y Rusia sólo han servido para que Estados Unidos, que va por libre, gane cuota mundial de mercado.

No le falta razón al llamado “zar” ruso del petróleo. Animados por el alto precio del barril, los gigantes petroleros de EU invirtieron masivamente en el fracking. De los 5.7 millones de barriles que extraía al día en 2011 se elevó la producción a más de 15 millones en 2019, superando a Arabia Saudí y Rusia, y transformando a EU de país importador a líder exportador, para alegría del presidente Donald Trump.

Por tanto, debió decir el jefe de Rosneft a sus colegas y a Putin, si provocamos una caída controlada del precio del barril, se hundirá la industria del fracking en EU, que sólo es rentable con el barril por encima de los 45-50 dólares. Y si los saudíes deciden recortar unilateralmente la producción, de todos modos salimos ganando con la subida del precio del barril.

Pero jugar a la ruleta rusa en tiempos de crisis global no es la mejor idea, y menos cuando el rival del astuto “zar” ruso del petróleo está a su misma altura: el despiadado príncipe heredero saudí Mohamed bin Salman.

¿Guerra quieren? Guerra tendrán. Si la negativa rusa estremeció al mundo, la respuesta saudí lo puso a temblar. El 11 de marzo, el mismo día que la OMS declaró la pandemia por coronavirus, el príncipe saudí ordenó a la estatal Aramco que elevará, por primera vez en una década, su capacidad de producción de 12.2 millones de barriles al día a 13 millones. Además, los saudíes anunciaron un descuentos no sólo para países asiáticos sino también para Europa, tradicionales clientes de petróleo ruso.

El anuncio, junto a la creciente histeria por la pandemia, tuvo el efecto de un tsunami: desplome histórico de Wall Street y las bolsas de todo el mundo, derrumbe de monedas, desde el peso al rublo, y el precio del petróleo que se derrumbó un 25% hasta rozar el 16 de marzo los 21 dólares.

Sólo otro tsunami, pero este financiero y dirigido simultáneamente desde la Reserva Federal y el Congreso de EU, ha logrado contener algo la sangría y dejar el precio el barril en torno a los 27 dólares.

En medio de la incertidumbre sobre el rumbo de la pandemia y de la guerra de precios, lo único que parece claro es que, si Putin está jugando con fuego, el príncipe saudí también, porque no puede haber nada más peligroso ahora que Trump acorralado por el derrumbe de la industria petrolera de EU y la amenaza de recesión. De hecho, dsde la I Guerra Mundial sólo uno de cada siete presidentes que entraron en una campaña de reelección con la economía de EU en recesión ganó (Calvin Coolidge en 1924).

Si Trump pierde en noviembre l y echa la culpa a uno de sus dos aliados y ahora rivales, Putin o Bin Salman, la venganza del republicano hasta que abandone el poder, en enero de 2021, será terrible.

fransink@outlook.com