Opinión

¿La ignorancia es felicidad? La creciente falta de reflexión en tiempos digitales

¿La ignorancia es felicidad? La creciente falta de reflexión en tiempos digitales

¿La ignorancia es felicidad? La creciente falta de reflexión en tiempos digitales

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

En 1932, el británico Aldous Huxley escribió lo que se convertiría en su obra maestra literaria “Brave New World” o “Un mundo feliz”. La novela, publicada hace más de 80 años, anticipa la forma en la que la tecnología cambiará radicalmente la sociedad. Él no nos muestra al Big Brother vigilante que nos enseñó George Orwell. En su novela no hay armas, no hay represión, no hay guerra, ni pobreza, lo único que hay es felicidad. ¿Cómo puede un mundo así ser considerado una distopía? Suena más a utopía, ¿no?

Así como hizo George Orwell con “1984”, Huxley también predijo un futuro totalitarista en el que el ser humano se encontraría atado a los deseos de una reducida élite. En “Brave New World”, las multitudes no son conscientes de ese control, creen que viven en un sitio ideal, lo cual hace todo mucho más escalofriante. En las predicciones de Huxley, el gobierno estimularía la distribución en masa del entretenimiento, así la gente dejaría de prestarle tanta atención a problemas políticos y nuestra sed de conocimiento se vería erradicada. Había que ahogar a las masas en un mar de naderías. Las personas se convertirían en una especie trivial, profundamente preocupada por causas insubstanciales. Un mundo donde la vida surge en laboratorios, y los seres humanos están condicionados a priorizar el consumismo y el placer sexual. Este autor no supuso que el control de las masas se lograría a través del miedo. Huxley estaba convencido: lo que más nos gusta es lo que nos acabará destruyendo.

Su descripción del futuro dice así: “La era del ruido. Del ruido físico, del ruido mental, del ruido del deseo (…) Un asalto al silencio que penetra la mente, que la llena con pilas de distracciones (…) nuevos artefactos, información irrelevante, música estridente o demasiado sentimental, dosis de dramas incapaces de llevar al público a la catarsis, creando en el individuo una fuerte necesidad por todos estos enemigos emocionales.” ¡Ay, Aldous, qué maestría la tuya para adivinar el futuro!

Huxley no fue el único que, irritado, conferenció sobre los riesgos del entretenimiento masificado. Theodor Adorno, sociólogo y pensador miembro de la escuela de Frankfurt, temía que la totalidad del tiempo libre del hombre contemporáneo cayera en manos de lo que él mismo bautizó como “la industria cultural” (1988): pasatiempo para las masas. Él se concentraba sobre todo en el auge de la radio, de la apenas llegada televisión, de los programas ahí transmitidos y del cine.

¿Quién no recuerda el maravilloso intro de los Simpson? Bueno…  ¿Y si les comento que bien podría haberse basado en la teoría de la Industria Cultural de Adorno? Ubiquémonos allí. Pensemos en la melodía de trompeta que tanto se imprimió en la memoria de sus billones de espectadores. Homero sale a corrientes de su trabajo en una planta nuclear para conducir desesperado por llegar a su hogar. Una vez en casa, todos y cada uno de los integrantes de la

familia, tras un largo día ejerciendo sus deberes de sociedad – escuela, labores de casa, trabajo –, se postran en el sofá, frente al televisor. Adorno explica, pues, cómo los hombres de nuestra era no tienen más remedio que desahogarse – desconectarse- a través del consumo de un entretenimiento que poco requiere de esfuerzos intelectuales y que al ser consumido crea nuevas necesidades de consumo (¡Valga la redundancia!).

Recordemos que, tanto Huxley como Adorno, vivieron el pináculo de la radio, de la imprenta e, incluso, la televisión. Sin embargo, ninguno fue testigo de cómo, nuestro tiempo, la venerable era del internet, logró multiplicar por 100 la producción del entretenimiento. El océano de cosas sin importancia, de información poco precisa, diseminada, corta, las imágenes fugases de otros o de nosotros mismos, las fachadas digitales de nuestras vidas, las noticias falsas que se publican con el único fin de generar clics, los influenciadores momentáneos que participan en el esparcimiento del consumismo… el chiste de la semana, los videos, los mensajes, la deshonestidad que acompaña a esa ráfaga de data. Todo cayéndonos encima a diario, como viniendo de una catarata. ¿Entreteniéndonos hasta la muerte? ¿Ahogados en un mar de irrelevancia? (Postman, 1985).

Y nadie existe si no es noticia. La codicia del glamour y el glamour de la codicia. (Jorge Drexler, 2014)

La explicación contemporánea de que la computadora y, con ella, el internet es la herramienta de conocimiento más poderosa y capaz de fomentar el aprendizaje que haya creado el humano, es muy cierta. El problema no es la tecnología per sé, sino la forma tan acrítica en que nos relacionamos con ella y con el contenido que ésta ofrece. Y cómo ella, a partir de esta carencia de reflexión, moldea nuestra visión del mundo, de nuestro contexto social, de nuestros seres más cercanos y de nosotros mismos. Demasiada información nos sobrecarga, sobresalta y genera desinformación. ¿De qué nos vale el montón de imágenes que observamos? ¿Los datos curiosos? ¿Las mil y una noticias que leemos velozmente? Si la información es desechable y carece de precisión, de análisis, de profundidad o de poder catártico. ¿Será que el canal cultural y de conocimiento de nuestra humanidad se está viendo determinado por lo que tenga más clics en redes sociales?

Si no somos capaces de integrar toda esta información, aplicarla, y generar una reflexión, un análisis basado en el conjunto de argumentos sólidos, en una visión crítica del entorno que nos llevará a vivir de una forma más ética y responsable (independientemente de las presiones de nuestro tiempo), ¿Qué punto tiene?

Volviendo a Aldous Huxley, esta mente brillantísima no temía que los gobiernos tuvieran que deshacerse de los libros de filosofía, él temía el que no hubiera razones para prohibir esos libros porque no habría intención de leerlos. ¡Y es que, sí! Hoy, hay millares que presumen campantemente el nunca haber leído un libro en la vida. Cosa que antes era digna de una profunda vergüenza.

Huxley estaba atemorizado, también, de que surgieran herramientas de comunicación capaces de adormentar nuestro intelecto y alimentar nuestro ego. Como tal, las redes sociales bien pueden ser descritas como equipos para la producción de seres profundamente ególatras, pero con una tremenda escasez de pensamiento crítico. Con el incremento exacerbado de

plataformas públicas, los especialistas, los coaches, los influencers que realmente creen tener la aptitud moral para “aconsejar" sobre cada faceta de la vida, caen del cielo como en tempestad.  Aunado a ello, “no es de extrañar que un estudio realizado por los psicólogos Laura Buffardi y Keith Campbell, de la Universidad de Georgia, encontrara que los individuos más narcisistas y ególatras" son los que invierten más tiempo en sus propias redes sociales (Muniño, 2017).

Más allá, Huxley no temía el que se borrara la verdad, sino que ésta fuera ahogada por un mar de naderías. Él tenía miedo de que nos convirtiésemos en una cultura atrapada por cataratas de información insustancial, poco relevante, demasiado sentimental, demasiado sexual, individualista, vanidosa, burlona, escasa de reflexión, acrítica.

Todos quieren todo, todo siempre es poco. La lente que todo lo mira ya no hace foco (Jorge Drexler, 2014).

En 1958, casi 30 años después de la publicación de “Brave New World”, Huxley escribió “Nueva visita a un mundo feliz”, un texto con cavilaciones sobre su propia obra literaria. En este segundo libro, advirtió que, dentro de poco tiempo, los racionalistas, los pensadores, los que dedican su tiempo a la lectura, a la escritura, a todo eso que es, a fin de cuentas, la más preciosa necesidad del intelecto humano, serán rechazados frente a la creciente urgencia de las masas por entretenerse – suspender su tiempo – en el uso y deshecho de contenido insustancial.

Somos testigos de cómo la producción masiva de contenido elemental, primario, frívolo se multiplica para saciar a la mayoría que vive por y para todo aquello. Y, cómo alguna vez lo explicó el conductor español Jesús Quintero “Esos son socialmente la nueva clase dominante, aunque siempre serán la clase dominada”.

Postman, Andrew (1985). Amuzing Ourselves to Death. Amuzing ourselves to death. New York: Random House Publishers.

Drexler, Jorge (2014). Data data. Bailar en la Cueva. CD, Album. Buenos Aires: Warner Music.

Muiño, Luis (2017). Internet, el paraíso de los narcisistas. Revista Muy Interesante:  https://www.muyinteresante.es/tecnologia/articulo/internet-el-paraiso-de-los-narcisistas-781486981037