Opinión

La ilusión, la simulación, la pantomima

La ilusión, la simulación, la pantomima

La ilusión, la simulación, la pantomima

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Me preguntan: “¿Estás de acuerdo o no en que se lleven a cabo las acciones pertinentes con apego al marco constitucional y legal, para emprender un proceso de esclarecimiento de las decisiones políticas tomadas en los años pasados por los actores políticos, encaminado a garantizar la justicia y los derechos de las posibles víctimas?”. Me tardo un rato en tratar de desenredar la redacción y me digo que sí. Ni modo de estar en contra. Pero luego me pregunto yo: ¿Para qué me preguntan?

Esa “para qué” es la clave para entender de qué se trata la consulta popular del próximo domingo.

Primero, es absolutamente ilógico suponer que alguien esté en contra de garantizar la justicia y los derechos de posibles víctimas de decisiones políticas. Por lo mismo, los votos en contra que haya serán solamente de quienes les gusta llevar la contraria. Y, como consecuencia, la victoria del Sí está asegurada.

En otras palabras, a diferencia de cuando asistimos a elecciones políticas, en las que no se sabe a ciencia cierta quién resultará ganador, el resultado del domingo está cantado.

Segundo, es una verdad de Perogrullo que el Estado está obligado a llevar todas las acciones pertinentes de justicia, con apego al marco constitucional y legal. Por lo mismo, la pregunta es meramente retórica, y no sólo por la redacción alambicada.

Se trata, por lo tanto, de una simulación.

¿En qué consiste la simulación? En hacer como que la población decide por voto mayoritario algo que está preestablecido por las leyes. Es darle a la población la ilusión de que está tomando una decisión. Que tiene un poder que en realidad no tiene.

La ilusión ha sido parte fundamental del gobierno de López Obrador, en todas las acepciones de la palabra: como esperanza de que suceda algo que se anhela, como sentimiento de satisfacción de que se puede conseguir ese algo anhelado y también como distorsión de la percepción.

Se está jugando a mantener la esperanza y el sentimiento de satisfacción a través de la distorsión de la percepción.

Esa distorsión es fundamental para que la vista se mantenga en el pasado, no en el presente. Y para que el futuro sea producto de los deseos, no de la perspectiva.

Según la ley, la consulta, para ser vinculante, requiere de la participación del 40 por ciento del padrón electoral. Sin embargo, el gobierno no dio al INE los recursos suficientes para realizarla. ¿Por qué?

Porque sabe que se trata de un acto más de propaganda política. Su carácter vinculante es redundante, valga la mala rima; y más con la vaguedad con que está hecha la pregunta. Son cosas que de todos modos se tendrían que hacer. En realidad, al gobierno le interesa poco que se logre ese 40 por ciento; si acaso, el no llegar a esa meta le servirá para su tarea de eternidad de pegarle al INE. Lo importante será cacarear la victoria abrumadora del Sí… aunque luego no pase nada con “los actores políticos” de los años pasados.

Sin embargo, le sirve para mantener su narrativa de los años malos que precedieron a los años de la ilusión (digo, de la esperanza), en la machacona consigna de que “no somos iguales”. A falta de resultados concretos en el presente, qué mejor que hablar de las lacras del pasado.

Le sirve, asimismo, para otras dos cosas: una es mantener el control de la agenda mediática; la otra, medir el tamaño del núcleo duro del lopezobradorismo, que será el que salga a votar.

Quien crea que, a partir de su voto, se generarán con celeridad juicios contra los expresidentes de la República, puede esperar sentado. Esos juicios sólo podrán llevarse a cabo si hay materia legal para ello, y eso no depende del resultado de la consulta.

Quien crea que, gracias a su sufragio, se instalarán Comisiones de la Verdad para esclarecer decisiones políticas, está igualmente desencaminado. Esas comisiones se pueden crear —y, en distintos momentos de la historia reciente se han creado— sin necesidad de pasar por una consulta masiva a la población.

Es como cuando un grupo de amigos se pone a hacer mímica con instrumentos de aire para dizque tocar una canción. Están los gestos, pero no hay sonidos. Es una pantomima.

Y la pantomima es alimento divino para este gobierno de símbolos.

Un elemento adicional es que, al iniciar así el método de consulta popular, se lo está desnaturalizando de entrada. Un espacio que, en otro contexto, con otras finalidades, podía ser de discusión y definición nacionales, se convierte en un ejercicio de manipulación. Se genera, así, un mal precedente para consultas siguientes, comenzando por la de revocación de mandato.

Por todo eso, y aunque las razones sean muy distintas, haré lo mismo que AMLO el próximo domingo: no iré a votar y veré el beisbol de los Juegos Olímpicos.

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