Opinión

La infructuosa estridencia: diplomacia cultural de México 2012-2018

La infructuosa estridencia: diplomacia cultural de México 2012-2018

La infructuosa estridencia: diplomacia cultural de México 2012-2018

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Apareció hace unos días el número correspondiente al segundo semestre de 2019 de la revista Foro Internacional que publica El Colegio de México. Esta nueva edición está dedicada en su totalidad a hacer un balance de la política exterior de México en el sexenio del presidente Peña Nieto, e  incluye un texto del doctor César Villanueva dedicado a analizar el desempeño sexenal de nuestra diplomacia cultural bajo el sugerente titulo: “mucho ruido y pocas nueces”.

El profesor Villanueva, actualmente director del Departamento de Estudios Internacionales de la Universidad Iberoamericana, y ampliamente reconocido como el académico mexicano con mayor experiencia en el estudio de nuestra diplomacia cultural, ya había publicado en esa revista un balance similar al término de la administración del presidente Calderón. Su balance de aquel entonces resultaba más bien crítico y poco entusiasta de los resultados.

Esta nueva radiografía sexenal no resulta más alentadora y, por el contrario, el autor documenta con precisión diversos aspectos negativos en la manera en que la administración pasada tejió y destejió el hilo de la diplomacia cultural, para lo cual identifica por lo menos cuatro senderos del extravío sexenal: uno de orden conceptual —por el que las nociones de diplomacia cultural y diplomacia pública se confundieron y por lo tanto se  desvirtuaron—; otro en materia de coordinación institucional —con diversos actores dentro de las instituciones del gobierno federal incapaces de establecer un programa común y coherente;— uno más de carácter jurídico y organizativo —toda vez que los primeros años de operación de la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AMEXCID) crearon confusión en cuanto a sus atribuciones y responsabilidades en esta materia—; y el más contundente de estos desaciertos  es el referido  a la disminución —por un lado— y el enorme desequilibrio —por el otro— de los presupuestos ejercidos en el sexenio para promocionar y posicionar internacionalmente a nuestro país.

Hubo sí, nos dice Villanueva, algunas acciones “espectaculares, caras y vistosas” (el ruido al que refiere el ensayo) pero carentes de articulación, visión estratégica, continuidad y resultados a largo plazo (las pocas nueces). Una estridencia infructuosa y desafinada, un concierto polifónico sin director o, mejor dicho, con varios directores de orquesta a la vez, ejecutando una partitura fragmentada en diversos y aun contrapuestos entenderes.

Por otra parte, nos dice el autor al referiste a los contenidos de la acción cultural de México en el exterior: “en el periodo de Enrique Peña Nieto la diplomacia cultural de México continúa operando de manera muy semejante a la del último tramo del siglo XX, con una imagen propia claramente tradicional, con objetivos predecibles y con un uso muy limitado de la tecnología disponible”. Al respecto precisa: “la cultura ha sido una herramienta de proyección de identidades mexicanas, con un sustrato histórico basado en las grandes civilizaciones antiguas, figuras célebres de la literatura y la pintura del siglo XX, y que incluye a algunos personajes vivos con una trayectoria reconocida en el campo de las artes. Esta línea discursiva no varía mucho de lo que se ha venido haciendo desde, al menos, 1990, cuando se estableció el canon propuesto por “México: Esplendores de treinta siglos”, la exposición emblemática que proyectó al país hacia Norteamérica en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari”.

¿Diplomacia Cultural o Diplomacia Pública?: “En realidad —reflexiona— la SRE no sabe hacer diplomacia pública, al menos de la forma como se concibe en aquellos países que han desarrollado ampliamente dicho concepto. Lo que la SRE practica es un conjunto de acciones casuísticas, de mayor o menor impacto, con un costo muy elevado y caracterizadas por la improvisación. (…) Podría pensarse que la Presidencia de la República conducía el tema de la diplomacia pública, asociándolo a la imagen de México y, por tanto, como una prioridad del Estado. Nada más lejano a la verdad. La Coordinación de Marca País y Medios Internacionales, creada en abril de 2015, tuvo una enorme discrecionalidad y falta de transparencia en las acciones que realizó, así como en los presupuestos que ejercía”.

Mientras que la diplomacia pública —como se entendió desde la Secretaria de Turismo y el Consejo Mexicano de Promoción Turística (CMPT)—, enarboló “cuatro eventos bandera”: “la realización del Campeonato Mundial de Fórmula 1 en la Ciudad de México (de 2015 a 2018); el apoyo a las actividades del Año Dual México-Alemania (2016-2017); la celebración de (partidos)  de futbol americano profesional con equipos de la NFL durante cuatro temporadas, (y) finalmente, la promoción de un Desfile del Día de Muertos en ocasión del impacto doméstico que tuvieron los 19 minutos iniciales de la película Spectre, de 2015”.

En la parte del ensayo que resulta más reveladora, Villanueva documenta la tendencia en las últimas dos administraciones a disminuir los recursos aplicados a la diplomacia cultural. El presupuesto promedio anual de la Dirección General de Cooperación Educativa y Cultural de la cancillería mexicana en el sexenio 2006-2012 fue de aproximadamente 91 millones de pesos, mientras que en el sexenio 2012-2018 disminuyó a poco más de 23 millones anuales, una caída de más de 70 por ciento. En ambos casos, el presupuesto para la diplomacia cultural en los dos últimos sexenios no ha superado el 2% de presupuesto total de la cancillería.

En contraste, el CPMT destinó en un solo contrato 987 millones de pesos para apoyar la producción de un espectáculo con tema mexicano al Cirque Du Soleil, mientras que PRO MÉXICO destinó 598 millones de pesos para la presencia del país en las exposiciones internacionales de Milán (2015) y Astana (2017). El CPTM gastó a su vez 888 millones de pesos en la organización de los partidos de la NFL en la Ciudad de México, y aún más desproporcionado resultó el gasto para patrocinar la presencia de la Fórmula 1 en México, con un costo sexenal de casi 3 mil 500 millones de pesos.

Sumando los presupuestos para todo el sexenio de la DGCEC/SRE y el presupuesto de la Dirección General de Asuntos Internacionales del Conaculta/Secretaría de Cultura, éstos suman 267 millones de pesos a lo largo de seis años. La desproporción con otras áreas del gobierno destinados a proyectos de Marca País, imagen de México y promoción cultural internacional es brutal.

Compartiendo de forma poco clara responsabilidades y propósitos en el ámbito de la diplomacia cultural, Villanueva considera que en el pasado sexenio ni la Secretaría de Relaciones Exteriores ni la Secretaría de Cultura demostraron “liderazgo en los temas culturales a nivel internacional con la relevancia suficiente para avanzar hacia una agenda estratégica de Estado”.

Y concluye: La dispersión del presupuesto para diplomacia cultural y áreas afines (diplomacia pública, marca país, turismo cultural, cooperación cultural, etc.) en diversas áreas del gobierno es una de las notas más significativas. La fragmentación de estrategias y esfuerzos institucionales minimizó las posibilidades de hacer de la diplomacia cultural la estrategia central de la política exterior del Estado mexicano”.