Opinión

La lucha por el derecho

La lucha por el derecho

La lucha por el derecho

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Rudolf von Ihering es el autor del libro que titula esta columna, lo poseo en una antigua edición en español de 1881, empastada en piel bermeja. Pequeño ejemplar tal vez de un cuarto, cuya compra hice en alguna librería de viejo que no recuerdo, aproximadamente en 1991; lectura postergada que realicé hasta el año pasado. Se lee fácil el texto a pesar de la edad, lo que prueba la unión de dos cabezas bien amuebladas, la del autor y la del traductor.

Para Ihering el derecho es lucha en búsqueda de conseguir la paz. Es una idea práctica que lleva en sí tanto un fin (paz) como el medio para conseguirlo (lucha), y lo explica a partir de considerar que el derecho está amenazado en todo momento, tanto el que se relaciona con las personas como el propio de las naciones; y dejar que sea ignorado o burlado atenta contra el "sentido del derecho", concepto que tal vez pueda equipararse al de justicia.

Afirma: "La fuerza moral de un pueblo determina el grado de su posición política tanto en el interior como en el exterior"

Desarrolla la idea del deber moral de sublevarse contra las arbitrariedades tanto en lo personal como en los agravios nacionales, pues de otra forma el sentido del derecho se atrofia y termina por desaparecer. Luchar por un orden justo es guerrear contra la arbitrariedad, de lo que creo puede seguirse que no todo orden es justo ni merece ser defendido, que la ley injusta debe ser combatida.

Ihering cuestiona al derecho erudito, hecho por sabios y que no se compadece del auténtico espíritu nacional, reivindicando así el papel de la aplicación práctica como guía de los juristas.

Todo esto nos recuerda que las reglas de convivencia que nos damos en cada país, depende de nuestro carácter nacional. Esto es, del devenir histórico que se ha tenido.

Las decisiones fundamentales, como les llamaba Schmitt, concepto que entre nosotros difundió Jorge Carpizo, implican justamente eso, los arreglos institucionales que permiten a un país ser el que es, y no otro.

Por ejemplo, el esquema de los derechos humanos, que si bien son nacidos de la dignidad de las personas, que es la misma en todo lugar, implican sin embargo una adaptación a la realidad de cada país; por ejemplo, del nuestro.

Otros asuntos, como la separación iglesias-estado, o la forma de estado federal, claramente son producto de luchas políticas que vivimos en los siglos XIX y XX. Son decisiones, tal vez diría Ihering, que el pueblo ha tomado luchando

Pero las instituciones y las reglas no son eternas. Se dice que, por ejemplo, los persas contaban con un derecho eterno e inmutable, en el cual ninguna regla podía ser modificada; no me imagino lo complejo y difícil que debe haber sido el desarrollo de una sociedad absurdamente encorsetada.

Las decisiones políticas cambian, porque el pueblo, la ciudadanía, cambia. Las luchas de ayer se materializan, y nos seguimos con otras. Si antes se buscaba, por ejemplo, definir la forma de estado, hoy luchamos por la inclusión de grupos tradicionalmente excluidos, como la comunidad LGBTIQ.

Así, esas decisiones fundamentales pueden ir cambiando, por que la sociedad muta. Por ejemplo, al incluir el reconocimiento de que somos una nación multicultural, incluimos una decisión trascendente que ni los constituyentes de 1917 pensaron, ni tampoco otras muchas generaciones posteriores.

Somos un pueblo que muta. Como cualquier conglomerado humano, no nos quedamos atrapados en las tradiciones o las decisiones pasadas, sino que asumimos, tal vez de forma inconsciente, la construcción constante de un nuevo futuro, que nunca llega del todo pero que imaginamos.