Opinión

La Mafia del Poder

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La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

En su libro La mafia que se adueñó de México…y del 2012 (Grijalbo, 2010), Andrés Manuel López Obrador escribe: “Son 30 personajes en total, 16 hombres de negocios, 11 políticos y tres tecnócratas, todos encabezados por Carlos Salinas de Gortari. Son los multimillonarios de México, los que aparecen en la revista Forbes.” Allí, el tabasqueño afirma que ese grupo comenzó a formarse durante el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988); pero se consolidó con Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) cuando se profundizó el modelo neoliberal y se reforzaron las privatizaciones. Se vendió una gran cantidad de empresas del Estado a gente cercana a Salinas. Fueron adjudicaciones amañadas.

Para decirlo en otros términos: si el liberalismo clásico pregonaba la libre circulación de las mercancías y la libre competencia que fortaleciera al mercado interno y beneficiara a los consumidores aquí, realmente, no se practicó esa doctrina sino más bien un capitalismo de cuates o, para echar mano del concepto que se emplea en inglés “crony capitalism”, literalmente, “capitalismo de amigotes.”

La explicación de este fenómeno reside en que el modelo de desarrollo económico neoliberal pregona (como ahora mismo lo está llevando a cabo Donald Trump en Estados Unidos como ya no había hecho Ronald Reagan) la concentración de la riqueza en pocas manos con base en el supuesto de que se debe ayudar a crear riqueza a quienes sí saben hacer dinero.

En un siguiente paso (se supone) ese dinero se filtrará hacia abajo (trickle down) y, en consecuencia, saldrán beneficiadas las capas sociales media y baja. No obstante, ese segundo paso jamás se dio en país alguno que hubiese aplicado la propuesta económica imaginada por Milton Friedman. A lo que dio lugar fue a una brutal concentración del ingreso y a una subsecuente desigualdad económica; a que grandes masas de la población quedaran excluidas de los beneficios del desarrollo.

Esto dio pie a que surgieran líderes populistas que aprovecharon la situación de desesperación y enojo de esa población marginada o afectada por el neoliberalismo para “llevar agua a su molino”. Y allí está el enemigo contra el cual canalizar la furia colectiva, “la élite del poder” (Wright Mills).

Es sabido que el éxito del populismo reside en que presenta soluciones simples a problemas complejos. De la misma manera, ofrece explicaciones elementales a cuestiones complejas.

La élite tecnócrata-empresarial, efectivamente, tomó el mando del país a principios de los años ochenta. Desplazó del mando a lo que Frank Brandenburg (The Making of Modern Mexico, Englewood, ­Cliff, 1964) llamó “la familia revolucionaria”. Un grupo cuyo jefe casi siempre fue el Presidente de la República, aunque hubo un caso en que la capacidad real de tomar decisiones la tenía un expresidente, como  con Plutarco Elías Calles durante el período conocido como el Maximato.

A la familia revolucionaria concurrían líderes obreros, campesinos y populares, dirigentes empresariales, algunos miembros del gabinete. Había una representatividad social, cosa que no existió durante el Porfiriato. Se resolvían los problemas nacionales en el seno del clan; también se definía la importante cuestión de la sucesión presidencial.

Se ha dicho que durante los años de la posguerra México gozó de estabilidad política y paz social gracias a dos grandes pilares: la institución presidencial y el partido oficial. A esto deberíamos agregar un tercer elemento, la familia revolucionaria.

Convengamos, junto con Gaetano Mosca, en que “toda sociedad llegada a un cierto grado de desarrollo está regida por una minoría organizada. A esa minoría organizada se le llama ‘clase política’.” (La classe politica, Laterza, 1972, p. 509). Lo que ha hecho López Obrador, de manera simplona, es recurrir a la ya añeja y compleja teoría de las élites. Esa teoría no es de izquierda ni de derecha, sencillamente señala un hecho irrefutable: las sociedades son gobernadas por minorías. Así sucedió en la Unión Soviética y así sucedió con la Alemania nazi. Ocurre en Holanda y en China.

En México, un puñado de hombres, entre las cuales destacaron: Jesús Reyes Heroles, Antonio Ortiz Mena, Agustín Yáñez, Jaime Torres Bodet, Manuel Tello Barraud, Emilio O. Rabasa, Carlos Lazo, Ernesto P. Uruchurtu y Fernando Solana Morales. Ellos formaron parte de la familia revolucionaria y fueron desplazados por gente como: José Córdoba Montoya, Gustavo Petricioli, Jaime Serra Puche, Francisco Gil Díaz, Guillermo Ortiz, Pedro Aspe, Ernesto Cordero, Agustín Carstens, Luis Videgaray y José Antonio Meade. Los tecnócratas.

Siguiendo la lógica de AMLO, esta mafia del poder ha de ser sustituida. Y aquí es donde cabe preguntar: ¿por él solo o por un nuevo grupo? Los tecnócratas habían degenerado en una casta dominante; México necesita una clase política dirigente que le dé rumbo y cohesión. El problema es que, sinceramente, no veo a esa nueva clase política por ningún lado.

A López Obrador le gusta hablar de Juárez, es su inspiración. Pues bien, Juárez no llevó a cabo su proeza histórica solo, sino acompañado de los liberales. Entre ellos: Sebastián y Miguel Lerdo de Tejada, Melchor Ocampo, Ignacio de la Llave, Francisco Zarco, Ignacio Mariscal, José María Lafragua, Ignacio L. Vallarta.

¿Dónde están sus relevos hoy en día?

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