Opinión

La mirada hacia la mujer. Continuidades y cambios

La mirada hacia la mujer. Continuidades y cambios

La mirada hacia la mujer. Continuidades y cambios

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

*Ilse Paola Díaz Morales

En la relación hombre-mujer existen prácticas que a lo largo del tiempo se han normalizado; prácticas en las que la mujer ha sido desvalorizada en distintos ámbitos, como el afectivo, sexual, laboral, psicológico o educativo. La falta de un salario igualitario, violencia física o verbal son sólo algunas de sus traducciones.

Mirando al pasado, estas experiencias pueden reconocerse casi al momento, desde los núcleos familiares, hasta los entramados sociales en los que las mujeres participan. Nuestro país, lo sabemos, no escapa de este contexto. Ya lo apuntó, en su momento, Gabriel Careaga en su libro Mitos y fantasías de la clase media en México (1974), en el que analizaba a la mujer desde los únicos roles en que podía desarrollarse: la madre, la hija y la esposa. En cada uno de éstos observó una frustración velada por una serie de comportamientos que hoy se han convertido en valores culturales, como la abnegación y el silencio ante la figura masculina.

Ese tiempo remoto, al menos de forma documental, data del siglo XIX. De ello da testimonio el trabajo Fotógrafos extranjeros. Mujeres mexicanas. Siglo XIX (2019). Durante el Porfiriato, un grupo de fotógrafos viajeros posaron la cámara sobre los hábitos y costumbres de las mujeres del Istmo de Tehuantepec, Yucatán y Aguascalientes. Recogieron, algunos sin proponérselo, las actividades que dieron tejido a relaciones de poder en el hogar, el trabajo, el sexo. La investigación, además de poner bajo lupa la mirada foránea y el discurso de la imagen, es precisa en su objetivo: no justificar las acciones violentas del pasado con el argumento de pertenecer a una época concreta, ya que de este modo se naturaliza la práctica y, por ende, las violaciones recientes.

La publicación, coordinada por el Dr. Fernando Aguayo, rescata las ideas, en materia de estudios de género, de las académicas Alejandra García Quintanilla, Marie France Labrecque, Margarita Dalton, Landy Santana, por mencionar algunas. Pero la aportación de dicho trabajo descansa en el ánimo de cuestionar estereotipos masculinos presentes hasta nuestros días. Ver: https://www.institutomora.edu.mx/Investigacion/FernandoAguayo/SitePages/Inicio.aspx

Tales estereotipos vieron su reforzamiento, a nivel histórico, en las guerras del siglo anterior, donde la mujer asimiló que su lugar, cuando los soldados vuelven a casa, sigue siendo la casa. He aquí la idea clave: los roles, los modelos, son construcciones y asignaciones aprendidas por ambas partes. El hombre aprendió que era natural callarse los horrores vividos en la guerra y la mujer a no volver a poner a prueba la idea del sustento masculino.

Es en la repetición de conceptos y conductas patriarcales donde se encuentra la perpetuidad de ideas y lenguajes violentos y sexistas. De esta manera, las vejaciones hacia la mujer están presentes en una línea de tiempo continuo; ubicadas en comportamientos dominantes, en alusiones de superioridad y en el marcaje de diferencias discriminatorias, hasta extenderse, al día de hoy, por vehículos institucionales, sociales y culturales.

Los movimientos surgidos en el periodo de los setenta a favor de la liberación femenina, los sufragios en pos de su participación o la formulación de legislaciones que escuchen y observen el trato a la mujer, de forma individual y colectiva, son la manifestación del cambio gestado en la mente femenina a lo largo de los años.

Es necesario volver a observar las prácticas del matrimonio, la reproducción y el cuidado de los hijos pues la mujer ocupa gran parte de su tiempo en estas labores, sin permitirse incursionar en el mercado laboral. Durante décadas, ella ha optado por no abandonar sus actividades fuera del hogar para no rivalizar con la dinámica realizada por el hombre.

Los esfuerzos en la formación de nuevas conductas socioculturales han derivado en la creación de organismos internacionales a favor de la mujer, como la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, que entró en vigencia en 1981; o la Convención de Belem do Para (1994), entidad interamericana diseñada para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer. En México, la legislación operó a favor con el Principio Fundamental de Igualdad Jurídica entre Hombres y Mujeres, y la reforma al artículo 4° Constitucional, ambas en 1974. A partir de este momento le siguieron la Ley del Instituto Nacional de Mujeres (INMUJERES) en 2001; también, la Comisión nacional para prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres de la Secretaría de Gobernación, en el 2009, por mencionar algunas.

Todos buscan efectos transversales palpables en la economía, la inserción escolar, el empleo, la expresión libre de la sexualidad o el arte mismo (no está demás mencionar el Museo de la Mujer, en la Ciudad de México, y su actual exposición Las mujeres trabajadoras en el siglo XIX).

No obstante, las cifras de feminicidios, de desapariciones, los hostigamientos, los despidos injustificados por embarazo, nos indican que la implementación de mecanismos como las alertas de género, los presupuestos públicos, las campañas son insuficientes. Pero decir que no se ha logrado nada, sería minimizar las voces de quienes han decidido hablar y adoptar un nuevo pensamiento, ejecutado en el día a día. El cambio en la mirada hacia la mujer radicará en el desarrollo y la persistencia de la conciencia, en ambas partes: en la mujer, al asumirse como una persona visible y participativa en todas sus esferas; en el hombre, al ver en ella una aliada y no una esclava. Ni antes, ni ahora, ni después.

* Ilse Paola Díaz Morales. Departamento de Difusión del Instituto José María Luisa Mora. idiaz@institutomora.edu.mx

https://www.facebook.com/MuseodelaMujerMexico/photos/a.1039384639408324/

3203128639700569/?type=3&theater