Opinión

La muerte del neoliberalismo

La muerte del neoliberalismo

La muerte del neoliberalismo

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El lunes 17 de marzo, en la clausura de los foros que definirán el contenido del Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024, el presidente Andrés Manuel López Obrador declaró el fin de la política económica neoliberal. Este requiéscat in pace por la estrategia monetarista ocurrió en el Palacio Nacional ante el gabinete legal y ampliado de AMLO, así como ante los participantes de los foros realizados durante el fin de semana. El mandatario añadió que ese encuentro era de mucha relevancia porque en más de tres décadas los gobernantes no tomaron en cuenta la opinión de la ciudadanía al elaborar sus planes de desarrollo. Lo que hacían quienes ostentaron el poder fue apoyarse en “recetas” provenientes del extranjero y aplicarlas a rajatabla en forma de “reformas estructurales.”

El neoliberalismo, en efecto, entró a México desde la época de Miguel de la Madrid (1982-1988) y se acentuó en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). El blanco polémico del dogma del libre mercado fue el Estado posrevolucionario al que se le achacaron todos los males que padecía al país, o sea, alta inflación, crisis de las finanzas públicas, burocratización, malos servicios, proteccionismo, el poner en el centro del desarrollo económico del país al Estado que creció indebidamente.

En fin, los neoliberales se lanzaron abiertamente contra el legado de los gobiernos de la Revolución Mexicana, que en su etapa institucional van desde Lázaro Cárdenas (1934-1940) hasta José López Portillo (1976-1982). Este último, incluso, dijo que él era el último presidente emanado de la Revolución. Los neoliberales llamaron despectivamente a ese modelo populista o asistencialista.

Su lugar vino a ser ocupado por el “modelo modernizador” o sea, privatización de las empresas públicas, liberalización comercial, despido masivo de empleados públicos, disciplina fiscal, creencia en que todo lo que viniera del Estado estaba mal; mientras que todo lo que viniera del mercado estaba bien, apertura a la inversión extranjera y desregulación.

El resultado fue la concentración de la riqueza nacional en unas cuantas familias y, en contraste, la mitad de la población en el nivel de pobreza. Como resultado, aumentó la economía informal, la delincuencia y la emigración masiva hacia los Estados Unidos.

Los teóricos del modelo neoliberal como Milton Friedman y John Williamson (el padre del Consenso de Washington) se pronunciaron a favor de robustecer a los hombres más acaudalados porque ellos sí saben hacer riqueza. Por disposición natural, esa riqueza se iría decantando hacia abajo (Trickle Down), cosa que en realidad nunca sucedió.

Los paladines del modelo neoliberal a nivel internacional fueron el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan (1981-1989), y la primera ministra de la Gran Bretaña, Margaret Thatcher (1979-1990). Como se observa, los años de auge de la doctrina del libre mercado fueron los años ochenta. Sin embargo, en México esa doctrina fue más longeva: se prolongó hasta que llegó López Obrador al poder y, como hemos puesto de relieve aquí, él mismo anunció las exequias del neoliberalismo.

Pero hay un detalle en el que vale la pena poner atención y en el que, me parece, otros analistas no se han fijado: me refiero a que el régimen de la Revolución y la consecuente aplicación del modelo intervencionista fue guiado por una clase política, por una élite a la que Frank Brandenburg llamó “la familia revolucionaria” (The Making of Modern Mexico, New Jersey, Prentice-Hall, 1964). Pues bien, esa clase política fue sustituida por una clase tecnócrata que tomó el mando del país y aplicó el modelo neoliberal.

La sustitución no fue tersa, incluso, en esa disputa puede encontrarse la explicación de la muerte de Luis Donaldo Colosio el 23 de marzo de 1994, hace exactamente 25 años. El sonorense no era partidario de que los tecnócratas siguieran mal-gobernando este país. En su discurso del 6 de marzo de 1994 se lanzó abiertamente contra ellos.

Como dijo recientemente el secretario de Seguridad Pública, Alfonso Duranzo (y quien fuera secretario particular de Colosio), “tengo razones objetivas y subjetivas para pensar que la teoría del asesino solitario no es verdad.”

Es más, la alternancia en la Presidencia de la República, de Ernesto Zedillo (PRI) a Vicente Fox (PAN), no cambió el dominio de la tecnocracia neoliberal. Tampoco hubo cambio alguno con Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. En este último caso el problema se agudizó, porque quien realmente gobernó el país fue Luis Videgaray y quien puso y quitó a su antojo en el PRI fue el egresado del ITAM: allí están los casos de Enrique Ochoa y de José Antonio Meade. A ellos, y sus torpezas, se debe el ascenso de López Obrador al poder.

Está bien: el neoliberalismo murió ¿Y después qué? AMLO dijo que instrumentaría un modelo posneoliberal; pero eso demuestra la carencia absoluta de ideas para forjar algo distinto.

Lo que hemos visto hasta ahora es una melcocha de acciones neoliberales como no tocar el sistema impositivo, (cuando un gobierno de izquierda debería establecer que quien tenga más que pague más) con estrategias clientelistas, como dar dinero directamente a sectores sociales electoralmente atractivos. Eso se conoce como demagogia.

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