Opinión

La niñez mexicana frente a la COVID-19

La niñez mexicana frente a la COVID-19

La niñez mexicana frente a la COVID-19

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Si hay un sector de la población que está padeciendo los adversos efectos de la pandemia de la COVID19, ése es el de las niñas y los niños. Desde la enorme presión que significa adaptarse a un modelo educativo para el que muy pocas personas estaban preparadas en el país, hasta las duras consecuencias económicas en aquellas familias en las que se perdió el empleo o se han reducido drásticamente los ingresos.

El dato dado a conocer por el INEGI relativo a la caída de poco más de -10 por ciento del PIB en el primer semestre del año, basta para dar cuenta de la dramática situación en que está el país: parálisis de la economía y quiebra de cientos de miles de negocios que pasando la emergencia sanitaria no podrán abrir una vez más sus puertas.

Hay que subrayar que antes de la llegada de estas calamidades, había un incumplimiento generalizado de los derechos humanos y sociales de la niñez mexicana: tenemos una tasa de mortalidad infantil en menores de un año que representa una tragedia: más de 25 mil decesos anuales de niñas y niños antes de llegar a sus primeros 12 meses; así como tasas de mortalidad impresentables en el grupo de 1 a 5 años.

Somos un país donde hay miles de niñas y niños que mueren por diarreas e infecciones intestinales, por gripas y enfermedades respiratorias agudas que se complican debido a la falta de atención médica o de medicamentos; y lo peor: cientos más que mueren por ­desnutrición.

El dato de la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto en los Hogares, 2018 —ay esto se ha dicho con anterioridad reiteradamente— es aterrador: hay más de 815 mil hogares donde una niña o niño no comieron todo el día o sólo tuvieron una comida en todo el día. Además de otros miles de hogares donde comen menos de lo que deben comer y donde hay temor a quedarse sin alimentos por falta de recursos.

Se trata del miedo y, no es exagerado decir, terror que causa saber que mañana tal vez no haya nada qué llevarse a la boca. Y se trata también de una situación de emergencia que debió atenderse desde hace muchos años y frente a la cual los gobiernos del pasado, pero también el del presente, han volteado la mirada.

Éstos y otros indicadores permiten sostener que las condiciones en que vive la niñez son dramáticas y son a todas luces inaceptables en una sociedad que cuenta con los recursos de que disponemos para garantizar suficientemente que no haya una sola niña o niño con hambre.

Así que, el restablecimiento de la “normalidad” no puede ni debe ser pensado como un retorno a lo que teníamos; y antes bien, transitar hacia un nuevo orden de prioridades y objetivos para garantizar el mandato constitucional de garantizar en todo momento el principio del Interés Superior de la Niñez.

No debe olvidarse que cada que ha habido una crisis económica en este país, la infancia es la que carga con las peores consecuencias; y aun en periodos de relativa estabilidad, los datos muestran que en el grupo de edad en que menos se avanza en la reducción de la pobreza y las disparidades es precisamente el de la niñez.

La conciencia que se debe tener en el equipo del Presidente de la República es que en todas las decisiones que han de tomarse, desde ya, debe ponerse a las niñas y niños primero y el que el mayor mandato ético con el que pueden comprometerse es lograr que ninguno de ellos quede al margen de la posibilidad de una vida digna.

La llamada cuarta transformación podrá medirse en el futuro en los indicadores relativos al cumplimiento de los derechos de las niñas y los niños. Y en eso, aún hay muy poco de lo cuál podamos estar satisfechos.

Investigador del PUED-UNAM

www.mexicosocial.org