Opinión

La obsesión política

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La obsesión política

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

En México, al parecer, no hay política educativa. El triunfo electoral de AMLO se acompañó de la condena de la “mal llamada” reforma educativa (2013), pero, una vez que se consumó su demolición, el presidente se abstuvo de definir nuevos objetivos y nuevos cambios en educación.

La Cuarta Transformación omite el tema del desarrollo humano; no obstante, debería ser tema prioritario dentro de un proyecto nacional de prosperidad con justicia social. La educación (la buena educación) es el instrumento con mayor poder que tenemos para combatir la pobreza y para construir una sociedad más igualitaria.

El recurso más rico que la nación tiene para fincar su prosperidad es el recurso humano. No hay mejor inversión que la que se hace en educación. Se equivoca AMLO, dijo el visionario Bill Gates la semana pasada, al pensar que invertir en el petróleo es el mejor medio para impulsar el desarrollo de México. El dinero que se gasta en petróleo –con las consecuencias ambientales negativas que conocemos— sería cien veces más productivo si se invirtiera en educación.

Pero la mente de AMLO, por despierta que sea, no alcanza a ver esto. Su visión no le permite apostar por objetivos que no se plasman en resultados políticos inmediatos. La educación, tristemente, no cumple esa condición, es una actividad que produce resultados en el largo plazo y se mide por generaciones.

Por otro lado, AMLO carece de un proyecto cultural en sentido amplio. Él no quiere cambiar la conciencia de los mexicanos, aunque es verdad que habla de moralizar al país, de impulsar un renacimiento, etc. pero esas alusiones son parte de la retórica hueca del presidente.

A los mexicanos nos falta un nuevo proyecto de nación y nos falta un nuevo proyecto cultural. Por ejemplo, es indiscutible la pertinencia de integrar a las culturas étnicas dentro de la cultura nacional y sentar las bases educativas y culturales de una nación multicultural, pero AMLO no lo entiende.

No nos engañemos. AMLO no es un hombre generoso, sólo piensa en político. Su naturaleza, su fuerza, su instinto se dirigen siempre, invariablemente, a objetivos políticos, a acciones pragmáticas que acrecienten su imagen ante el pueblo y que puedan plasmarse en el futuro en votos para su partido. Por eso, la política educativa que ha propuesto se reduce a distribuir becas, a asignar dinero a las escuelas y a crear oferta de educación superior para poblaciones humildes.

¿Cómo explicar la beca universal para los preparatorianos o las famosas Cien Universidades si no es términos clientelares? El presidente decidió suprimir el INIFED, organismo de la SEP encargado de construir escuelas y de darles mantenimiento y tomó la decisión de desde ese momento el dinero para la infraestructura de las escuelas se entregaría a los padres de familia de los alumnos de manera directa, sin intermediarios.

Política, política, política. No hay más en el arsenal intelectual del presidente López Obrador. ¿Qué es la cultura para él? Es algo que pertenece al campo, no a las ciudades. Ha dicho, en varias ocasiones, que un campesino es tan inteligente como un doctor de Harvard. Lo que no se atreve a decir AMLO –pues teme tropezar-- es que a él le gustaría que la educación de los campesinos fuera el rasero único para medir la cultura nacional.