Opinión

La pequeñez en política

La pequeñez en política

La pequeñez en política

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Convengamos, en que desde que llegó a la Presidencia de la República, Andrés Manuel López Obrador, se ha dedicado a ejercer el poder para su propia conveniencia: echó abajó, con una consulta popular “patito”, el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAIM), y emprendió la obra del Aeropuerto de Santa Lucía, “Felipe Ángeles”, que tiene un sinfín de inconvenientes. Desapareció el Seguro Popular, las Estancias Infantiles, los Refugios para las Mujeres Maltratadas. Y, en cambio, convirtió a los programas sociales en programas clientelares como el Programa de Pensión para el Bienestar de las Personas Adultas Mayores, Jóvenes Construyendo el Futuro, Tandas para el Bienestar, Apoyo para el Bienestar de las Niñas y Niños Hijos de Madres Trabajadoras. Se trata de programas que no crean empleos, sino que otorga dinero público como si fuera una dádiva personal.

Uno de sus lemas favoritos es: “primero los pobres”, pero resulta que, en los últimos quince meses, diez millones de mexicanos han caído en la pobreza. Su eslogan de batalla es: “la lucha contra la corrupción”; sin embargo, allí están los casos de sus hermanos Pío y Martín, quienes recibieron sendos fajos de dinero de David León; Manuel Bartlett, declaró ante la Secretaría de la Función Pública (SFP), una fortuna de 51 millones de pesos e ingresos anuales por 11 millones de pesos; empero, un reportaje de Carlos Loret de Mola y Areli Quintero, informó que su fortuna en 16 veces más grande—sólo en propiedades—. Con todo, Bartlett fue exonerado por la SFP.

Poco o nada se ha avanzado en los casos de “Odebrecht en México” y de la “Estafa Maestra”; pero, eso sí, promovió una rimbombante consulta popular, el 1 de agosto, cuya redacción es un galimatías; a final de cuentas, la dichosa consulta, tiene el objetivo de preguntarle al “pueblo” si desea juzgar a los expresidentes. Para que surta efecto, se necesita que la participación de los votantes supere el 40 por ciento del padrón electoral, porcentaje difícil de alcanzar. La verdad, es que se trata de una puesta en escena para distraer la atención y centrar los reflectores en la persona del hombre de Macuspana. En sus manos está el “poder de agenda.” Allí está el caso de los “destapados”. Todos se fueron con la finta cuando se sabe que su sucesora será Claudia Sheinbaum (su hija política).

López Obrador tiene una visión patrimonialista del poder político: confunde los bienes públicos con los bienes privados: utiliza los recursos federales a su antojo: recurre a las adjudicaciones directas; nombra a sus colaboradores no por capacidad, sino por lealtad. Por ejemplo, una docena de integrantes de la ayudantía del presidente, han dejado de cargar sus maletas y abrirle paso en los mítines, para ocupar cargos de alto nivel. Baste un ejemplo: Estefany Correa fue nombrada como nueva delegada de programas para el Bienestar en sustitución de Cristina Cruz.

López Obrador hace un uso faccioso del poder público. No le interesa gobernar para todos; le interesa sacar raja política para él, sus familiares, amigos, incondicionales y el partido que creó, Morena.

Otra de sus frases favoritas es “el pueblo manda”. Si bien, el 1 de julio de 2018, 30 millones de ciudadanos votaron por AMLO, o sea, el 53 por ciento de quienes asistieron a las urnas, el 47 por ciento no sufragó por él. Además, debemos tomar en cuenta que el padrón en ese año, contaba con 90 millones de personas, vale decir, dos de cada tres mexicanos no sufragaron por el tabasqueño. Y en las elecciones del 6 de junio de 2021, le fue peor. Pero eso no importa, con el cuento de que: “yo encarno al pueblo”, actúa como si procediera en nombre de todos los mexicanos.

Lo cierto es que, cuando se refiere al “pueblo”, hace alusión a los que están con él; en cambio, el “no-pueblo” son quienes están en desacuerdo. Y es que el populismo polariza tanto las relaciones políticas como las relaciones sociales. Las ideas de unidad, concordia, tolerancia, diálogo, entendimiento y formación de consensos, no tienen cabida en este régimen político. Como dice el ideólogo del populismo, Ernesto Laclau: para el populismo es importante tener enemigos. Y allí están los intelectuales disidentes, los periodistas incómodos, los medios de comunicación que no se pliegan a sus caprichos, los partidos políticos de oposición, las organizaciones civiles, el movimiento feminista, los gobernadores de otros partidos, etcétera. El populismo de López Obrador es excluyente.

Y aquí conviene traer a colación los orígenes de la política: en la antigua Grecia (Helade), eran de uso corriente dos términos: “koiné” que se refería a lo que es común—a lo que, siglos después, Jean Jacques Rousseau, llamó “la voluntad general”—; “idia” que denota lo particular.

Para que una persona fuese admitida a la asamblea popular (democracia) y alcanzara la categoría de polites (ciudadano), no sólo debía demostrar que había nacido en Atenas y que poseía un cierto rédito, sino que tenía la suficiente inteligencia para pensar por el bien común de la polis (ciudad-Estado), y no sólo por su bien particular. Si no lograba demostrar esto último, era catalogado como un idiota; como un ser pequeño, incapaz de entender el verdadero sentido de la política.

Con esa mentalidad han procedido los demagogos, tiranos, déspotas, dictadores y autócratas populistas a lo largo de la historia.

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