Opinión

La promesa firmada de cumplir un juramento

La promesa firmada de cumplir un juramento

La promesa firmada de cumplir un juramento

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Mañana, cuando el sol apenas comience su luminosa labor; es decir, ahí cerca de las siete de la mañana, cuando empiece el noticiario, agolpados en el dócil conjunto de la prensa de primera mano, en el salón de la Tesorería del Palacio Nacional, los reporteros de la “fuente” y algunos diletantes, sentirán cómo la flecha de la historia atraviesa sus corazones, porque serán testigos de la negativa de todas las negativas, de la madre de todas las definiciones sobre el futuro de la patria, porque el señor presidente de la República, don Andrés Manuel López Obrador, firmará (y cumplirá tiempo después, dice), un compromiso nacional en contra de su propia reelección, anhelo oculto —dicen— tras la innecesaria “revocación” del mandato a la mitad del periodo.

Si ya le fue posible —y en grado excesivo—, el sufragio efectivo, ahora sólo le queda completar la frase de don Panchito, sobre la imposibilidad de repetir en el cargo ejecutivo, fuente ambiciosa de tantos de los muchos problemas de nuestra patria  y de cuya ponzoña no estuvo exento ni siquiera don Benemérito, el señor Benito Juárez, quien cuando iba por su tercera oportunidad, fue sorprendido por una infausta y alevosa angina de pecho.

Y claro, también se le había atravesado en el camino el gran Porfirio Díaz, quien se alzó con el Plan de la Noria en contra de los afanes reeleccionistas del hombre de Guelatao, quien no conforme con restaurar la república, se quiso apropiar de ella para siempre. Y lo logró en cierto modo pues retuvo el poder hasta el fin de sus días naturales. Pero Juárez murió y ese mismo día también falleció Porfirio Díaz. Horas después, nació don Porfirio.

Porfirio dijo, cuando se iniciaba su rebelión contra Juárez y firmaba el Plan de la Noria:

“Que ningún ciudadano se imponga y perpetúe en el ejercicio del poder, y ésta será la última revolución”. Y se quedó treinta años. Nueve reelecciones. En fin, cosas de los mexicanos.

Mañana por la mañana los periodistas, los diletantes, los imitadores, los “amlovers”, los pejezombies y los chairos (también quienes pertenecen al otro bando), verán cómo el Señor Presidente le da la espalda a una posibilidad quizás ahora inexistente, porque nadie se puede reelegir si no es porque otros lo eligen o lo reeligen, con lo cual la trampa queda perfectamente colocada: no se trata de repetir al hombre en el cargo, se trata de favorecer a sus candidatos en las elecciones intermedias hasta lograr el absoluto control electoral del país.

La Cuarta Transformación es la Segunda Edición del PRI, sobre todo en esa política permanente de engañar con la verdad a este pueblo eternamente crédulo y comprador de ilusiones, porque no tiene mérito alguno rechazar la reelección (como si fuera un acto generoso y volitivo), cuando ya se había jurado respetar una Constitución en cuyo articulado (83) se expresa con claridad el lapso y condición irrepetible del cargo de Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, hasta para los interinos o provisionales, si se diera el caso.

Pero una constitución de plastilina, modelable y mutable según el capricho de cada presidente en el encargo, no es garantía de nada.

Antes de violarla, hasta en sus más fundamentales principios, mejor la cambiamos, como cambia de piel la serpiente o de plumaje el águila. Cuando se jura el todo, no hay lugar para los demás recursos.

El lapso del ejercicio presidencial no está sujeto a consulta ni referéndum; ya está bien establecido, excepto si se cambia la gran ley, como se hace cada quince minutos por el soplo de la conveniencia. Para esos somos mayoría muy mayor.

Este compromiso escenográfico y engañabobos, envuelve la otra intención, también anticonstitucional: confirmar el mandato o revocarlo; ejercicio “democrático” tras el cual se oculta la verdadera intención de remolcar votos desde el gobierno, convertido en un motor electoral imbatible,  como ya se dijo, y lograr una completa ampliación del poder del partido. Por eso la 4T es el 2PRI.

La reelección posible no es la del Señor Presidente, es la del partido del Señor Presidente, y en este caso el posesivo es exacto. Es su partido suyo de sí mismo de su propiedad, de su dominio pleno, aunque —como dice la señora Citlali Polenvsky-Yeidckol Ibáñez— últimamente se haya llenado de sabandijas, cosa bastante inexacta, porque ese tipo de animalejos forman parte del presente y el pasado, y si no digo nombres, es por la misma razón de reserva plena de la señora regenta del movimiento regenerador, la cual tampoco ha dicho quién o quiénes son tales alimañas perniciosas incrustadas por malsana ambición en el cuerpo puro y bueno de Morena, y quien, sin embargo, choca contra Ricardo Monreal pero le echa la culpa a Alejandro Rojas Díaz Durán, que es el coordinador de los asesores del pastor morenista en el Senado, el cual le envía sus bendiciones a la señora Ibáñez Polenvsky, como si fuera el papa Francisco. O el Niño de Atocha.

Estos días están llenos de alimañas y sabandijas. No distan mucho de las víboras prietas y las tepocatas con cuya invocación Vicente Fox convenció a millones y se sentó en la silla a jugar a los caballitos.

Las oposiciones han visto lo rentable de simular el disenso y confirmar el consenso. La magna fiesta de la unanimidad en cuanto a la Guardia Nacional y sus arrolladoras votaciones a favor en todos los congresos estatales, así lo prueba. La guardia no es sino una policía federal y una garantía de romper el marco jurídico (la Constitución), cuya firmeza impedía, al menos en la letra, la actuación de los militares en labores fuera del belicismo y en la vida civil del país, para darles un permiso por cinco años para intentar ahora “legalizados” (como si fueran autos “chocolates”), pacificar y serenar al país, mientras las calles se siguen regando con sangre humana y las balaceras nos dejan a todos (lo dijo así el Señor Presidente), en estado de indefensión. No tenemos quien nos defienda, pues.

Pero en el fondo es conmovedora esta inocencia nacional extendida. La credulidad es el forraje de nuestras manadas de desposeídos. Felices por la dádiva y la munificencia del gobierno; convencidos de su propia credulidad, a la cual le trasladan valores de inequívoco. Si lo creo, debe ser cierto.

Milagros de fe, aturdimiento mediático cotidiano en grado excesivo. El muecín nos convoca cada mañana y los más débiles de meninge (la mayoría), creen y agradecen las palabras cuya profusión es el maná de nuestras conciencias, pues del cielo baja para confortarnos a todos.

“No conozco ambiciones bastadas —decía Díaz en el ampliado Plan de la Noria—, ni quiero avivar los profundos rencores sembrados por las demasías de la administración”.

“…Voy a decir que soy partidario de la democracia (en el compromiso de mañana por la mañana), que estoy de acuerdo con la máxima de Sufragio Efectivo, no Reelección; que soy maderista, que es uno de los hombres que más admiro, que como se le ha denominado, así le llamo, ‘El apóstol de la democracia’ y que no soy un ambicioso vulgar, que voy a servir, si lo decide el pueblo, seis años: y que a finales del 2024 termino mi mandato”.

Entonces, si hay esa certeza inamovible de terminar el mandato a fines del 2024, ¿cuál es el caso de una escenográfica consulta para revocar el encargo?

Pues ya lo sabemos todos. Menos quienes lo ven y no lo aceptan.

rafael.cardona.sandoval@gmail.com

elcristalazouno@hotmail.com