Opinión

La sociedad civil

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La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El último año México ha vivido en un torbellino. Parte ha sido resultado del proceder errático, oportunista e irresponsable de Donald Trump, quien no duda en usar a los cerca de ocho millones de mexicanos que viven sin papeles en Estados Unidos como rehenes de un juego perverso que, en fechas recientes, ha alcanzado un punto de quiebre.

La posición del Gobierno de México ha sido evitar problemas. Las razones de ello no son difíciles de comprender. Arriesgarnos a una guerra de aranceles, implicaría echar al Tratado de Libre Comercio y a su sucesor por la borda. Basta ver lo que ocurre en Gran Bretaña para darse cuenta qué tan importantes son las garantías a la inversión.

Sin embargo, como atinadamente lo ha dicho la exembajadora de Estados Unidos en México, Roberta Jacobson, no es posible apostarle a apaciguar a Trump como estrategia de largo plazo. La razón es sencilla. Trump no sólo no cumple con su palabra, miente de manera compulsiva y lo hace tanto en su vida privada como en la pública, sin reparar en las consecuencias de sus acciones. El ejemplo más reciente de ello fue su anuncio de que Guatemala ya había aceptado ser “tercer país seguro” para los migrantes de otros países que quedaran varados ahí.

Ello es imposible, por el costo que implica convertirse en tercer país seguro, y porque Guatemala misma expulsa población por los mismos problemas que Honduras y El Salvador lo hacen. A pesar de ello, Trump no pensó en hacer el anuncio, como tampoco piensa cuando ataca a México para protegerse, con un manto de popularidad, ante la incesante avalancha de revelaciones acerca de los excesos que él y sus colaboradores han perpetrado ya desde que anunció su candidatura presidencial.

En este contexto, el presidente de México ha lanzado una serie de acusaciones contra las organizaciones que han prestado servicios invaluables a quienes tratan de llegar a Estados Unidos a solicitar refugio. Los ataques de López Obrador a esas organizaciones son consistentes con las críticas que ha hecho sobre el desempeño de organizaciones civiles que sirvieron como fachada para realizar algunos de los notables casos de corrupción que su gobierno investiga ahora.

El problema de esas críticas no es que toda la sociedad civil mexicana sea pura y respetable. Como en todo, hay quienes crearon organizaciones civiles para desviar recursos y hay quienes se valen de antiguas organizaciones civiles para cometer todo tipo de ilícitos. Lo que sería importante es que, siendo él el Jefe del Estado mexicano, hubiera mayor prudencia y precisión al hacer señalamientos acerca de qué tan corruptas o no son algunas organizaciones civiles.

La generalización no le ayuda ni siquiera a López Obrador mismo, pues entre los líderes de algunas de esas organizaciones civiles hay quienes arriesgaron todo, desde 2006, por ayudarlo a ser Presidente de la República. Además, las acusaciones, en muchos casos infundadas, lastiman todavía más la confianza en las organizaciones civiles y en el gobierno, y no hay manera de reconstruir el tejido social y resolver muchos de los problemas de México sin mínimos de confianza entre las personas y de las personas a las instituciones. A ello sería necesario agregar las dudas que hay acerca de qué tan capaz será el gobierno para ofrecer la ayuda a los migrantes o los problemas que plantea el talante xenófobo de funcionarios que hablan del “sellado” de las fronteras con Belice y Guatemala con términos que recuerdan la jerga que se usa en conflictos militares. Y algo más: toda la literatura disponible nos dice que no hay desarrollo democrático y sustentable sin sociedad civil.

manuelggranados@gmail.com