Opinión

La vacuna rusa para la COVID-19, la Guerra Fría moderna

La vacuna rusa para la COVID-19, la Guerra Fría moderna

La vacuna rusa para la COVID-19, la Guerra Fría moderna

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El pasado 11 de agosto, el presidente ruso, Vladímir Putin, anuncio que su país acababa de registrar oficialmente la primera vacuna en el mundo contra la COVID-19, un supuesto hito que dio la vuelta al planeta. Sin duda, en un momento en que los ciudadanos ansiamos tener una vacuna segura que nos permita poner fin a esta pesadilla llamada pandemia, el anuncio ruso se celebró ampliamente.

Sin embargo, las dudas empezaron a surgir pronto. ¿Cómo era posible que una vacuna que la Organización Mundial de la Salud no tenía en su radar de las más avanzadas se registrara por sorpresa? ¿Por qué Rusia se resiste a ofrecer toda la información científica sobre el compuesto y sus pruebas a la organización?

Las respuestas pronto empezaron a quedar claras. La vacuna rusa había pasado solo las dos primeras fases de las tres que la OMS requiere para darle su autorización final. La fase uno es la exploratoria, con pruebas en un puñado de voluntarios. Sirve para regular las dosis y la tolerancia. La segunda fase se esfuerza en averiguar las diferencias de impacto de la vacuna en grupos de edad, etcétera. Hay unos pocos cientos de voluntarios. La fase tres es la masiva, la que requiere decenas de miles de voluntarios.

Varias vacunas se encuentran desde inicios de agosto, e incluso finales de julio, en esta fase, como la de las chinas CanSino Biologics, Sinovac y del Instituto Biológico de Wuhan, la británica de AstraZeneca junto a la Universidad de Oxford, y la estadunidense de Moderna. Desde luego, en este grupo no se encontraba la vacuna rusa, desarrollada por el Instituto de Investigación Gamaleya.

La vacuna rusa se presentó sin haber empezado la fase tres, lo que revelaba que en aquel momento había al menos cinco vacunas mucho más avanzadas que la que registró Putin. El mandatario ruso registró una vacuna anunciando que, inmediatamente, a la vez que se registraba, empezaría la fase 3. La comunidad científica a nivel global mostró su preocupación, y la OMS pidió prudencia, recordando a Rusia que su vacuna deberá, como todas, pasar la tercera fase de pruebas. La realidad es que, dos semanas después del anuncio, por muy registrada que esté, la vacuna rusa no se vende a nivel comercial y, efectivamente, se encuentra ahora realizando las pruebas masivas.

Lo que presenciamos fue esencialmente una maniobra política de Putin, que quiso a toda costa dar un golpe de efecto para sorprender a las potencias rivales –Estados Unidos, Europa y China— y atribuirse una victoria moral que, tras la felicidad del mandatario, escondía muchas carencias científicas. Esto desde luego no significa que la vacuna rusa no esté bien elaborada, ni significa que no sea segura y efectiva. Significa que esto no se ha demostrado todavía, y eso importa.

Lo que hizo Putin podría decirse que fue, además, una apropiación mediática partidista de una importante lucha que lleva a cabo la humanidad para encontrar soluciones a este desastre que vivimos desde hace ya demasiados meses. La prueba del interés político del mandatario ruso en ser el primero en registrar una vacuna a cualquier precio fue su nombre ante los medios: Sputnik V, una referencia al antiguo programa espacial soviético. La metáfora perfecta, en este 2020 la Guerra Fría no se desarrolla en laboratorios que preparan cohetes espaciales, se cuece en laboratorios que preparan vacunas contra la COVID-19.

Dos días después del anuncio de Putin, el director de la OMS, el médico etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, alertó que no debemos caer en un “nacionalismo de las vacunas” que está creando el aumento de la demanda de dosis de las vacunas, de las que ya, juntando todos los proyectos, se han vendido decenas de millones de viales por anticipado.

El nacionalismo de vacunas no es solo Putin presentando una de forma casi milagrosa y saltándose el debido proceso del empirismo científico, también son gobiernos populistas como el de Donald Trump anunciando que EU tendrá una vacuna “a finales de año o incluso antes” metiendo una presión injustificada a Moderna con fines puramente electoralistas –los comicios presidenciales son el 3 de noviembre—, y es también el riesgo de que gobiernos de países poderosos traten de acaparar las primeras dosis disponibles para presentarse como héroes ante sus ciudadanos, algo de lo que, lamentablemente, ya estamos viendo señales.

No debemos permitir, desde la humilde tribuna que tiene cada quien, que la vacuna se convierta en un nuevo juego político y en una herramienta para dividir entre ricos y pobres. Como han recordado la OMS e incluso gobernantes como la alemana Angela Merkel, la vacuna es un derecho universal y se debe garantizar el acceso a los países con menos recursos. Entre ellos, México.

marcelsanroma@gmail.com