Cultura

Las azoteas: los paraísos que no tocó la pandemia de COVID-19

CRÓNICA. “Cuando llegué a la Ciudad de México, alquilé un cuarto de azotea en la calle Artículo 123 número 7 en el centro de la ciudad. Lo rentaba en siete pesos al mes, sin luz, sin baño y sin nada. Empecé a trabajar y realicé mi primer reportaje, retraté las actividades de los techos, todo lo que sucedía en las azoteas”, dijo Walter Reuter en una entrevista.

CRÓNICA. “Cuando llegué a la Ciudad de México, alquilé un cuarto de azotea en la calle Artículo 123 número 7 en el centro de la ciudad. Lo rentaba en siete pesos al mes, sin luz, sin baño y sin nada. Empecé a trabajar y realicé mi primer reportaje, retraté las actividades de los techos, todo lo que sucedía en las azoteas”, dijo Walter Reuter en una entrevista.

Las azoteas: los paraísos que no  tocó la pandemia de COVID-19

Las azoteas: los paraísos que no tocó la pandemia de COVID-19

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Las azoteas fueron en el siglo XIX lugares cotizados para instalar estudios fotográficos. Un siglo después se convirtieron en idóneas para vivir ya que la renta de un cuarto de servicio era —y aún lo es— la opción más barata para miles de mexicanos y hoy es el lugar donde personas de todo el mundo se despabilan durante el confinamiento.

Es mediodía y desde lo alto de uno de los 72 mil edificios construidos en la alcaldía Benito Juárez me surgen dudas sin respuestas: a cuántos beneficiará esa pipa de agua que avanza entre las calles, cuántos vecinos se quedaron sin empleo…

Pero hay otras dudas ociosas que me persiguen desde el inicio de la cuarentena, por ejemplo: ¿cómo han evolucionado las azoteas en la Ciudad de México? Pregunta que sí tiene respuesta gracias a las investigaciones de Gustavo Amézaga Heiras, a las fotografías de Walter Reuter y al arte de Jonathan Farr.

SALONES DE CRISTAL. En 1839 no existía la luz eléctrica en México, y por lo tanto, los artistas dedicados al retrato en miniatura necesitaban iluminación solar para pintar en sus estudios, condición que se conseguía en las azoteas y terrazas de edificios altos, espacios que después fueron ocupados por los primeros fotógrafos tras la desaparición paulatina del oficio del miniaturista.

El investigador Gustavo Amézaga Heiras me relata vía telefónica que los miniaturistas fueron artistas que hicieron retratos al óleo y acuarela, y que llegaron a México a principios del siglo XIX procedentes, en su mayoría, de Francia.

“Los miniaturistas necesitaban de un lugar bien iluminado para trabajar, donde hubiera un techo de cristal, un ventanal o alguna entrada amplia de luz. Mandar construir o adecuar un espacio así, era costoso”, narra Gustavo.

Después, llegaron a México las primeras técnicas prefotográficas como el daguerrotipo, el ambrotipo y el ferrotipo que, como en otras partes del mundo, pusieron fin al trabajo de los miniaturistas que pintaban retratos.

En la Ciudad de México aquellos espacios con techos cristalinos se traspasaron a los primeros fotógrafos. El historiador me explica:

“Cuando los daguerrotipistas arribaron al país ocuparon los espacios en donde habían trabajado los pintores miniaturistas. Los primeros daguerrotipistas en llegar fueron extranjeros porque traían la tecnología y los materiales y sabían cómo usarlos, ya que el daguerrotipo no era algo sencillo de realizar: se utilizaba una placa de cobre cubierta por un baño de plata y con diversos químicos y vapores, entre ellos, de mercurio”.

Gustavo platica que los primeros espacios en donde se establecieron fueron en las azoteas, a las cuales se les denominó “salones de cristal” o “pabellones de cristal”.

En 1842, Randall W. Hoit fue un daguerrotipista que se estableció en los altos del entonces Hotel Iturbide en la Ciudad de México, ahí instaló su estudio de retratos, convirtiéndose en el que pudiera ser el primer daguerrotipista que trabajó en un estudio fijo en la capital mexicana.

Gustavo también me cuenta que el primer daguerrotipista mexicano que se estableció de manera permanente en la capital fue Joaquín Díaz González en 1844.

“Con el paso de las décadas se determinó que, para una mejor iluminación en el estudio fotográfico, se requería de un techo y de una pared de cristal, el techo tenía que tener una inclinación a 45 grados y orientado de preferencia al norte, ya que se recibía una luz más uniforme y duraba más tiempo”.

Gustavo ha dejado por escrito algunos de esos datos en los libros Nosotros fuímos. Grandes estudios fotográficos de la Ciudad de México (2015); De tu piel espejo. Un panorama del retrato en México, 1860-1910 (2019), y Hermanos Sciandra. Fotógrafos en México (2017), título de la colección Círculo de arte, proyecto que desafortunadamente la administración de Alejandra Frausto Guerrero y Paco Ignacio Taibo II decidieron ya no editar.

MIRAR AZOTEAS. Al hablar de azoteas también es necesario mencionar a Walter Reuter (1906-2005), un hombre perseguido por Adolfo Hitler, enviado a un campo de concentración en Argelia de donde huyó en barco para llegar a México en 1942 con su esposa, hijas y un rollo fotográfico sin revelar.

Las primeras imágenes que Reuter hizo en el país fueron de las azoteas donde se miran tendederos y lavaderos, pero también resbaladillas, columpios y modelos desnudas posando para artistas.

“Cuando llegué a la Ciudad de México, alquilé un cuarto de azotea en la calle Artículo 123 número 7 en el centro de la ciudad. Lo rentaba en siete pesos al mes, sin luz, sin baño y sin nada. Empecé a trabajar y realicé mi primer reportaje, retraté las actividades de los techos, todo lo que sucedía en las azoteas”, dijo Reuter en una entrevista.

Ahora, en el siglo XXI no encontré muchas referencias de artistas relacionados a las azoteas de la Ciudad de México, únicamente sé del trabajo de Jonathan Farr (Oxford, 1973): dibujos panorámicos del Centro Histórico y de la colonia Condesa, hechos de manera artesanal, es decir, a mano y durante semanas obsesivas viviendo en los tejados de diferentes edificios.

TRAGEDIAS. En mi próxima visita a lo alto del edificio subiré el poema Las voces de Tlatelolco, de José Emilio Pacheco, y pensaré en las tragedias nacionales iniciadas desde las azoteas.