Opinión

Las celebraciones de los muertos

Las celebraciones de los muertos

Las celebraciones de los muertos

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Acaban de pasar las fiestas litúrgicas de Todos los Santos y los Fieles difuntos, que son dos celebraciones que ahondaron en el México virreinal debido a la importancia que tenía la muerte entre las culturas prehispánicas.

Los indígenas desconocían la existencia del cielo, el purgatorio y el infierno, aunque creían en otro tipo de reinos después de la muerte cuyos caminos eran regidos por el tonalli o destino, así que la suerte del alma tenía relación con la forma en la que se fallecía y no con el tipo de vida que se hubiera llevado, ya sea de virtud o de pecado. El Señor de la muerte era Mictlantecuhtli y su pareja: Mictlancíhuatl; cíhuatl significa del náhuatl, mujer. Ambos gobernaban el Mictlán, el inframundo, a donde iban los muertos comunes y en donde se permanecía sin pena ni gloria.

Además del Mictlán, los indios creían en el Tlalocan, el reino de Tláloc, la deidad del agua, destino al cual acudían quienes morían a causa de un rayo, granizo, los ahogados, y quienes padecieron de males bubónicos, mismos que se incrementaron con las epidemias causadas por enfermedades que los españoles trajeron, pues los nativos no tenían esos anticuerpos. Fray Juan de Torquemada decía que “eran tantos los muertos que como no los enterraban, el hedor corrompió el aire y se temió de gran pestilencia. Este mal de las viruelas se extendió por toda Nueva España y causó increíble mortandad y era cosa notable ver a los indios que se salvaron, desfigurados en las manos y rostros, con los hoyos de las viruelas por causa de rascarse.”

El Tlalocan, de acuerdo con los dibujos de un mural de Teotihuacán, era un bello jardín donde abundaban las flores, arroyos, aves, mariposas y plantas como el maíz. Sus moradores cantaban y danzaban, estaban felices, por lo que este escenario era más parecido al cielo cristiano.

Otro tipo de muerte llevaba a las almas cerca del sol. Eran las cihuateteos, mujeres que morían en el parto y que a veces eran representadas sentadas sobre sus piernas con el rostro descarnado y las palmas de sus manos extendidas hacia el frente. Divinizadas por haber fallecido en el intento de dar a luz, a partir del cuarto año de su muerte, se convertían en aves que acompañaban al sol hacia el poniente, desde el amanecer hasta el mediodía.

Antes de la conquista de México-Tenochtitlan hubo presagios que la anunciaban y por las noches, una cihuateteo lamentaba a gritos el destino de sus hijos, los mexicanos. Esto es un antecedente de leyenda de La Llorona, aunque este personaje existe en varias partes de América. La Llorona también se relaciona con Cihuacóatl, una mujer serpiente.

Durante el virreinato, las celebraciones religiosas de los fieles difuntos enfrentaron un fuerte sincretismo que aún se puede advertir en los altares con ofrendas alimenticias para los difuntos, el hecho de colocarlas sobre un petate y en los niveles sobre los cuales se levantan estos altares.