Opinión

Las ilusiones cumplidas

Las ilusiones cumplidas

Las ilusiones cumplidas

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Julián Marías afirma que el hombre futuriza en cada momento de su existencia, y a este proceso, constituido de pequeñas aspiraciones, lo enmarca en una categoría nueva en su obra Breve

tratado de la ilusión

Hay siglos que duran siglo y medio, pensaba el poeta Antonio Machado, para quien las aguas del río memorioso trascienden las fronteras del tiempo y nos colocan más allá de las clasificaciones de

los ciclos estelares. Con esta conjetura, se refería a la prolongación de las costumbres, vivencias, doctrinas, credos religiosos, avances científicos, insidias y conflictos que se fermentaban en la transición

finisecular y que alcanzaron su máxima expresión en la Guerra de 1914.

Este gran enfrentamiento tuvo la simpatía de las juventudes, que pretendían salir de su rutina burguesa, donde morían de aburrimiento y tedio. Los pueblos nacionales, por absurdo que parezca, anhelaban

el conflicto para exhibir el heroísmo de sus ejércitos que, al parecer, se asfixiaban en los límites de sus fronteras. En el arte, el futurismo de Tomasso Marinetti, con sus alegatos a favor de la velocidad y la

tecnología militar de la época, favorecía la contienda que cobró la vida de 20 millones de personas.

Pero 1914 también fue muy significativo para las letras y la filosofía en el mundo hispanoamericano porque en este año nacieron Octavio Paz, Julio Cortázar, Efraín Huerta y el matritense Julián

Marías; quien habría de continuar las tareas de Américo Castro, Manuel Azaña, Eugenio d’Ors, José Ortega y Gasset, entre otros, cuya misión era consolidar la presencia de la cultura peninsular en el

contexto europeo.

Julián Marías construye su obra a partir de las fuentes cristianas de la tradición española, especialmente de la patrística que sintetiza Miguel de Unamuno; también frecuenta a Wilhelm Dilthey para situar

el devenir del hombre y la mujer en la historia; recupera la idea del mundo como representación de la vivencia humana, desarrollada por Schopenhauer y Nietzsche; después acude a Kierkegaard para

retomar a la persona que, por el hecho de existir, debe elegir lo que desea para sí.

Posteriormente anuda sus reflexiones en la corriente vitalista de Henri Bergson y Georg Simmel, para concluir en el refugio mental que le ofrece su maestro Ortega y Gasset, bajo la siguiente expresión célebre: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”, la cual habrá de convertirse en una especie de ruta iluminada, en medio de la espesura selvática del pensamiento occidental.

Para Julián Marías, la vida es una realidad radical, aunque se le presenta al hombre y la mujer de una manera inacabada; a diferencia de los animales, quienes al carecer de una perspectiva temporal viven

en un eterno presente, sin las consabidas nostalgias del pasado ni los apremios del porvenir. Y el ansia del porvenir actúa como una fuerza de gravedad que proyecta al ser humano hacia adelante, en la

búsqueda perpetua de la realización de sus anhelos. Desde luego, dicho planteamiento había sido ampliamente desarrollado por Heidegger en Ser y tiempo, obra que nuestro autor conocía muy bien y

que había sido traducida al castellano por José Gaos, otro de sus maestros.

Julián Marías afirma que el hombre futuriza en cada momento de su existencia, y a este proceso, constituido de pequeñas aspiraciones, lo enmarca en una categoría nueva en su obra Breve tratado de la

ilusión. La ilusión se convierte en una creación imaginaria o un horizonte vital que alimenta, en las personas, el deseo de vivir con la esperanza de lograr una satisfacción más allá del tiempo presente. Es

una anticipación que emerge en un escenario dramático, movido por la acción, de quienes operan para conseguir aquello que les satisface.

La ilusión tiene una estructura transitoria que abarca los estados físicos y emocionales de los individuos, pues va de la infancia a la juventud, a la edad adulta y la vejez; trasciende la satisfacción momentánea de los deseos y las vocaciones que podrían ser impuestas por los roles sociales. En cambio, la ilusión arraiga en las diversas manifestaciones de los afectos y el amor que acompaña a las personas en su trayectoria de vida. Destaca el cariño de los padres por los hijos, la “mismidad” o el respeto por sí mismo, sin caer en la egolatría o el narcisismo; también aparece la ilusión de la amistad, como ese proceso de compañía diferido en el tiempo; el amor erótico; el amor sexual y el amor del hombre y la mujer como un sentimiento de comunión espiritual.

Julián Marías, al iniciar su obra, limpia el concepto de la corrosión costumbrista. Ilusión no es juego, no es ingenuidad, no es fantasía, no es credulidad, no es una mera utopía. Es, en cambio, una faena que

todos estamos obligados a emprender porque subsiste en nosotros en forma latente; es fruto de la temporalidad que nos vertebra, es irrenunciable y estamos obligados a actuarla en el escenario de la

vida. En este sentido, negar la ilusión es estar ante el abismo del vacío o la muerte, pero incluso en la edad avanzada la ilusión puede ser un puente o un anclaje para acceder a otro nivel de realidad, según el

horizonte de expectativas de cada quién.

La ilusión es una respuesta anticipada a los enconos del presente, es una futurización que da consuelo y abrigo, es una esperanza afincada en el por-venir, con diversos niveles de concreción, ya sea en el mundo familiar, espiritual, profesional, artístico. Por ejemplo, en este poema de Francisco de Aldana, se aprecia cómo la amistad es una ilusión que fortalece a la voz lírica para escapar de las penurias del mundo ordinario: “ El ímpetu cruel de mi destino/ cómo me arroja miserablemente/ de tierra en tierra, de una en otra gente,/ cerrando a mi quietud siempre el camino!/ ¡Oh, si tras tanto mal grave y contino,/ roto su velo mísero y doliente,/ el alma, con un vuelo diligente,/ volviese a la región de donde vino!/ Iríame por el cielo en compañía/ del alma de algún caro y dulce amigo,/ con quien hice común acá mi suerte./ ¡Oh, qué montón de cosas le diría,/ cuáles y cuántas, sin temer castigo/ de fortuna, de amor, de tiempo y muerte!”