Opinión

Las niñas bien y las décadas de México en el cine

Las niñas bien y las décadas de México en el cine

Las niñas bien y las décadas de México en el cine

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Les propuse a mis alumnos de la materia titulada “Cultura de México” que imparto en la Universidad Iberoamericana, un ejercicio para entrecruzar la historia del país con su producción cinematográfica.

El reto era encontrar tres películas mexicanas que de algún modo sinteticen y expliquen tres décadas de nuestra historia en el siglo XX. Para la década de los sesenta propuse la película Los Caifanes, de Juan Ibáñez (1967); mientras que la década de los setenta cabe y se explica completa en Roma, de Alfonso Cuarón (2018), y para repensar y entender a la década de los ochenta elegí Las niñas bien, de la joven directora Alejandra Márquez Abella (2018).

Estas tres películas, me parece, tienen la capacidad de ser a un mismo tiempo piezas depuradas del arte cinematográfico y documentos fílmicos de exploración de nuestro pasado reciente. Cine e historia, ficción y sociología, dialogan y se entrecruzan en estas tres producciones que se reflejan con nitidez en el espejo del tiempo mexicano, de nuestro tiempo.

Las tres películas, por lo demás, coinciden en el tratamiento —diverso, pero constante— de un mismo tema que forma parte de nuestra más profunda genética nacional: la desigualdad, el choque cultural, económico y psicológico de un país construido desde los siglos de la colonia sobre un campo minado de castas, grupos sociales dominantes y sometidos y abismos de clase.

Los Caifanes

Filmada en el año que nací (1967), la cinta de Juan Ibáñez y guión de Carlos Fuentes es un paseo nocturno por la Ciudad de México en la antesala del gran año axial: el de las Olimpiadas como carta de presentación ante el mundo de nuestra modernidad cosmopolita tras las décadas del “milagro mexicano”; pero también el de Tlatelolco, ese callejón sin salida de nuestro laberinto que nos despertó del sueño modernizador y nos recordó que el autoritarismo y la violencia de Estado eran la otra cara de una sociedad que demandaba una transición democrática, a la que le faltaban por lo menos tres décadas para cumplirse.

Los Caifanes propone un pacto efímero de convivencia, acercamientos y desencuentros entre dos extremos de la realidad nacional: el de una pandilla de mecánicos del Estado de México que viajan a la capital para explorar la noche de la modernidad metropolitana; y el de una pareja de la burguesía ilustrada —protagonizada de manera extraordinaria por Enrique Álvarez Félix y Julissa— que aceptan temporalmente a los otros —a los Caifanes— como sus virgilios en el viaje hacia el centro de la noche chilanga y sus pequeños y grandes infiernos. No el choque, sino el encuentro de dos mundos tradicionalmente opuestos. Ambos se desconocen, ambos se animan a ensayar un viaje de imposible comunión que termina mal al amanecer del día siguiente —en las quesadillas de Tres Marías— cuando finalmente despiertan del sueño de la convivencia voluntaria para regresar a la realidad histórica que les separa.

Gracias al guión de Carlos Fuentes entendemos que “Los Caifanes es una película verbal”, nos dice el ensayista mexicano Iván Ríos Gascón: “en este viaje a través de la noche de una pareja de burgueses y un cuarteto lumpen (…) la Ciudad de México se despoja del papel de simple escenario y se convierte en la protagonista principal de este naif choque entre culturas”. Los Caifanes “serán los anfitriones en la travesura de los amantes; descender a lo más bajo, hasta el submundo de la plebe, para visitar el México real, la urbe de metal y hueso que sólo ellos les pueden ofrecer: los jodidos, los palurdos, los Caifanes. Al fin y al cabo, caifán significa el que las puede todas”.

Roma

Roma de Alfonso Cuarón —ya lo hemos dicho en este espacio— es mucho más que el retrato íntimo de una familia de la clase media mexicana de los años setenta. La película es un mapa, una radiografía y un tratado de la desigualdad en México.

La servidumbre que se amerita en su vocación servil, empapada de marginalidad étnica pero también de heroísmo —por la mañana te salvo la vida, por lo noche te traigo un gansito del refri mientras ves la tele—; los paisajes nostálgicos del barrio de la infancia en una ciudad detenida —estructural y simbólicamente— en el tiempo de la conquista española; y el autoritarismo del régimen de partido único que desemboca en el jueves de corpus y el halconazo.

Si en Los Caifanes ricos y pobres se salen del guión tradicional de la historia y ensayan una noche de juerga que al final termina por decepcionarles; en Roma ricos y pobres se acomodan con esmero en el tablero de las diferencias históricas. Aquí la convivencia no es despropósito de una noche sino la confirmación de una forma de vida perfectamente asumida. Lo que en Los Caifanes es comedia, en Roma es tragedia, lo que en Los Caifanes es festiva transgresión, en Roma es dolorosa integración.

Las niñas bien

El México de los años ochenta, el de la devaluación del peso y de la crisis, el de los saca dólares, el de la nacionalización de la banca y el fin del sueño petrolero en el que nos tocaría “administrar la abundancia”, el país que vio caer a una élite en bancarrota y emerger a un nuevo grupo de poder privilegiado por la especulación bursátil —el de las nuevas fortunas que hoy en día pasan lista en las páginas de Forbes— es el país que retrata —con profundidad psicológica, esmero en la producción, intensidad sin dramatismos  maniqueos e intimidad de género— la película dirigida por Alejandra Márquez Abella.

Las niñas bien retoma y recupera los aciertos narrativos de las crónicas de la clase alta mexicana que su momento escribió Guadalupe Loaeza, y que sirven de base para esta historia. El resultado es una película de autor que al mismo tiempo logra poner en escena un drama de la condición humana —la expulsión del paraíso— y reconstruir con precisión quirúrgica un paisaje de nuestra historia reciente como telón de fondo.

Fernanda Solórzano ha escrito que esta película “es uno de los trabajos de adaptación más osados del cine mexicano reciente. La película de Alejandra Márquez Abella se aleja del voyerismo morboso y observa a sus protagonistas con una empatía normalmente reservada a quienes están en desventaja. ¿El propósito? Dar contexto y dimensión a un mundo de escapismo facilitado por el privilegio. No para hacer entrañables a quienes piensan y actúan desde un egoísmo arraigado, sino para dar cuenta del desplome de las certidumbres que les daban identidad. Las niñas bien es una película sobre las fantasías sociales y los códigos de clase que funcionan como búnker hasta que dejan de hacerlo”. Coincido con ella e invito a verla, aún está en cartelera. Una buena opción para estos días de asueto.

edgardobermejo@yahoo.com
Twitter: @edgardobermejo