Opinión

Las pasiones de Hernán Cortés

Las pasiones de Hernán Cortés

Las pasiones de Hernán Cortés

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

¿Quiénes son ellas, las mujeres que en algún momento podemos relacionar, íntimamente, emocionalmente a Hernán Cortés? El mundo de hace quinientos años es muy distinto al nuestro: si no fuera porque, entre todas, le dieron once hijos, a los que quiso y de los cuales cuidó de distintas maneras, de algunas ni siquiera sabríamos que existieron. Es más: ni siquiera podemos hablar de amor, con certeza. Pasiones, atracciones, conveniencias, gestos políticos… todo eso está en la biografía del conquistador y en su relación con las mujeres de su vida. Miente y exagera quien afirme que hoy, casi medio milenio después de su llegada a estas tierras, conocemos la intimidad de Cortés.

Pero ahí están: los indicios, los nombres, las acciones. Queda claro, por la cantidad de mujeres que le dieron hijos, que sí, se trataba de un hombre de pasiones, y que, junto a algunas de esas mujeres aparece el poder, o la necesidad de mostrarse dominante en un mundo en el que se estaba abriendo paso a golpes de espada e intrigas finas.

Porque Hernán Cortés no es un soldadote tosco, zafio. Es un hijo de hidalgos que ha cruzado el mar en busca de un destino mejor. No es ignorante, tiene estudios, y ansia de gloria. Los reinos españoles le quedan cortos a tan grande ambicioso, nacido en Medellín, en 1485. El futuro está en esas nuevas tierras, las que para la corona española ha asegurado Cristóbal Colón. La búsqueda de ese futuro pasa por la isla La Española, de donde partirán nuevas expediciones que intentan ensanchar los dominios hispanos. Allí llega Cortés, un muchacho de apenas 19 años. Pasarán otros 15 antes de que zarpe hacia la aventura que se convertirá en la conquista del imperio mexica.

CHISMES, AVENTURAS GALANTES Y UN MATRIMONIO AMERICANO… A LA FUERZA. Pero en torno a él hay historias pasionales que, al paso del tiempo resucitarán: se cuenta que, a la hora de zarpar para La Española, sufre un accidente: cae de un balcón y se queda varias semanas, adolorido, en el lecho. La expedición se frustra, y se cuenta que el “accidente” es la consecuencia de andar cortejando a una mujer casada. A la hora de escabullirse de la alcoba de la dama en cuestión, las prisas y el descuido hacen lo suyo. Pasará un rato antes de que Cortés se embarque rumbo a esa isla, que le parece tan atractiva.

Pero esos primeros años son de “picar piedra”; se une a la expedición de Diego Velázquez para hacerse con lo que, en adelante se llamará Cuba. Se sabe que traba relación con una mujer, probablemente parienta suya, Leonor Pizarro. Con ella tiene una hija fuera del matrimonio, la más querida, se dirá mucho después.

Cortés crece y madura en Cuba. También maduran sus ambiciones. Su relación con el gobernador de Cuba, Diego Velázquez, es compleja, por decir lo menos. A ratos es excelente, a ratos es malísima. Velázquez, que es tan ambicioso como su subordinado, reconoce sus virtudes como colaborador. Reniega mucho, eso sí, de las ínfulas y las pretensiones de Cortés, que, en esos años cubanos, aprende mucho: perfecciona los conocimientos jurídicos adquiridos en España, se hace bueno en materia de administración. Sabe hacer producir la tierra, y sabe criar ganado. Aunque no terminó sus estudios universitarios —apenas un par de años en Salamanca— todo su entrenamiento le permite trabajar como escribano.

De Cortés en sus años cubanos, hay testimonio. Se da aires de príncipe, que solamente se contiene en presencia del gobernador Velázquez. Viste con elegancia sobria, con jubón negro y dos medallas, una de San Juan Bautista, y otra de la Virgen con el Niño. No le va mal, es, hasta cierto punto próspero, y da en conductas pretenciosas; tiene mayordomo, secretario. Algunos de sus biógrafos consideran que Cortés es un “elegante natural”. De él, fray Bartolomé de las Casas dice que “parece que ha nacido entre brocados”, es decir, como si proviniese de una familia de grande de España, y no de la unión de dos hidalgos empobrecidos.

¿Cómo es este hombre? Por el célebre Bernal Díaz del Castillo sabemos que es “de buena estatura y cuerpo, y bien proporcionado y membrudo, y la cara tiraba algo a cenicienta, y no muy alegre, y si tuviera el rostro más largo, mejor le pareciera, y los ojos, en el mirar amorosos, y por otra parte graves: las barbas las tenía algo prietas, y pocas y ralas, y tenía el pecho ancho y la espalda de buena manera, y era cenceño, y de poca barriga…” Todos esos atributos hacen lucir a Cortés en la isla: bebe muy poco. Incluso, rebaja el vino con agua, pero le encantan los juegos de azar.

Se casa Cortés dos veces: una, en estos años vividos en Cuba y es un matrimonio no forzado, ¡qué va! ¡forzadísimo! La novia es Catalina Xuárez Marcaida, una española pobre, no bonita, y, agregan los chismosos de la época, de muy mal carácter.

Si la novia tiene tan malos modos y tan pobre aspecto, ¿Qué lleva al ambicioso extremeño a casarse? Las presiones de su jefe, el gobernador Velázquez.

El matrimonio es la consecuencia de un enredo: a Cuba llega María de Cuéllar, esposa de Velázquez, y Catalina la acompaña; es su sirvienta. Muere la patrona; Catalina se queda con Juan, su hermano, que, aparentemente, comparte una pequeña encomienda con Cortés, quien corteja a la muchacha y la hace su amante. Luego, pretende dejarla. Pero Catalina es brava: le exige casamiento. Cortés intenta zafarse. Al fin y al cabo, ella es una mujer pobre, sin peso social.

Con lo que no cuenta Cortés, es con que una hermana de Catalina es amante de Velázquez, y ella le pide al gobernador que obligue al burlador a cumplir el compromiso. Al mismo tiempo, hay un pequeño sainete: hay quejas contra Velázquez y se murmura que se prepara un pliego contra él que será enviado a La Española, y que Cortés llevará el documento. Haya sido para obligarlo a casarse o para contener el golpe, Velázquez pone a don Hernán en la cárcel por una breve temporada. Finalmente, Cortés accede a casarse. La boda ocurre en 1512 y el novio tiene unos 18 años. La mayor parte de las narraciones en torno al hecho hablan de que al nuevo esposo no le gusta para nada su situación. Como a buen ambicioso, su esposa, pobre, sirvienta de oficio y encima nada agraciada, le desagrada profundamente. En algo coinciden todos los biógrafos del conquistador. De que se casa a que vive con su esposa, transcurren entre dos años y medio y tres años.

Cuando Cortés, arriesgándolo todo, asume el liderazgo del viaje expedicionario que lo llevará hasta Tenochtitlan, deja todo atrás, incluso, a Catalina Xuárez, a la que muchos llamarán simplemente “la Marcaida”, que se queda en Cuba.

LAS MUJERES DE LA NUEVA TIERRA Y UNA MUERTE OSCURA.

La odisea de Cortés y sus hombres se ha contado miles de veces y se seguirá contando. Se sabe que, después de la batalla de Centla, en la que sale victorioso, el cacique local obsequia a los vencedores, como gesto político, un grupo de mujeres, que cocinarán para ellos. La práctica es usual en estos naturales, a los que empieza a conocer el español: son moneda de cambio, de alianzas políticas. Pero entre ellas se encuentra la mujer más célebre de la conquista: Malintzin, doña Marina, que es inteligente, avispada, y que habla maya y náhuatl. Se convierte en un instrumento importantísimo en la campaña que llevará a Cortés tierras adentro. ¿Cómo es ella? No sabemos; no tenemos un retrato fidedigno de ella. Su silueta se encuentra en algunos códices, como el Lienzo de Tlaxcala. Pero en realidad desconocemos su rostro. Pero es valiente, es ambiciosa. Explota sus habilidades, y pronto, al aprender español y ya no necesitar de la mediación del náufrago Jerónimo de Aguilar, se convierte en la intérprete exclusiva de Cortés. Y en esa coyuntura, ella encuentra su destino.

Se vuelve ella misma una figura de autoridad en el proceso de encuentro y negociación con los pueblos con los que van entablando relación. Malintzin es importantísima, aunque Cortés no la mencione en las famosas Cartas de Relación. En cambio, los testimonios de los nativos no dejan lugar a duda: Malintzin tiene poder y mando. Cuando, años después, se escriba su relación de méritos, la descendencia de Malintzin tendrá un documento donde se le describe como personaje relevante, incluso, “conquistadora”.

Es sabido que Malintzin le dará un hijo a Cortés: Martín, “el mestizo”, a quien su padre quiere mucho. ¿Hubo amor? No lo sabemos. Una cosa es cierta: si algo tenían en común Malintzin y Hernán, es su ambición, que no necesariamente es un defecto: es esa gana, esa ansia de trascender, de ir siempre más allá, de escapar a un futuro mediano, silenciosos, de esos que se pierden en la historia sin que nadie los extrañe.

Atracción, seguramente. Pasión, sí, es muy posible. ¿Amor? Nunca lo sabremos. Para ella es sobrevivencia, es la oportunidad aprovechada. Para él es alguien que llega, que está cerca, que es hábil, que es inteligente. Sobreviven a un entorno donde, es preciso admitirlo, en principio no se les quiere, son ajenos, peligrosos, tal vez. Además de las alianzas que Cortés hará con otros pueblos, tan ansiosos de sojuzgar a los mexicas y a Tenochtitlan, el otro gran pacto, indispensable para comprender su victoria, es el que, explícito o no, hace con Malintzin.

Tenochtitlan ha caído, y Cortés establece su residencia en Coyoacán. Pasará un buen rato antes de que el escenario de su gloria, las ruinas de Tenochtitlan, sean tierras de reconstrucción: el hedor de los muchos muertos la hace inevitable.

En esos tiempos, otras mujeres se cruzan en la vida de Cortés, pero es viable suponer que el origen de esas relaciones está más en la necesidad de mostrarse poderoso, que el de la búsqueda del amor. Así, tiene otra hija, Leonor, con Tecuichpo, la Flor de Algodón, la hija más amada de Moctezuma Xocoyotzin, y esposa de Cuauhtémoc. Tecuichpo, llamada Isabel Moctezuma, será casada con un conquistador.

Vive Cortés en Coyoacán, y Malintzin espera un hijo. Y entonces ¡reaparece Catalina, la Marcaida! Ya se ha enterado de la epopeya y el triunfo del que aún es su esposo, y no lo piensa: se embarca en el complicado y duro viaje hasta el altiplano. A su esposo no le hace la menor gracia su presencia. La vida en común de la pareja dura apenas tres meses, entre pleitos y gritos. Una noche, después de una escaramuza más, porque Hernán se entretiene con sus compañeros de armas, la Marcaida se retira a sus habitaciones. Poco rato después, se oyen gritos. Acude la gente, y hay quien dice que Cortés tiene a su esposa aferrada por el cuello. Catalina está muerta, así, repentinamente. Él dice que de repente, su esposa empieza a quejarse y a dar ayes; que él, asustado, la toma por el cuello para intentar reanimarla. Pero la Marcaida ya es cadáver. Durarán años las habladurías que señalan a Cortés como el asesino de Catalina.

A lo largo de esos años, cinco, de matrimonio, Cortés ha engendrado cinco hijos con diversas mujeres, una incluida, con una indígena cubana, antes de iniciar la expedición hacia Yucatán.

Pero le falta algo. Ahora ya es un caballero; no rinde cuentas sino al emperador Carlos. Necesita un matrimonio a su nueva medida. Se ocupa de subsanar ese faltante.

Las otras mujeres… y la legítima

Compañía femenina no le ha faltado a Cortés. Pero no es claro si son relaciones plenamente amorosas, o es simplemente que su talante mujeriego lo arroja en brazos de mujeres de muy distinto linaje. Martín, el Mestizo, nace en 1522; en 1525, con una española, Antonia Hermosillo, tiene a Luis Cortés. En 1528 nace Leonor Cortés y Moctezuma, la hija de Tecuichpo. A esta hija, su madre no la quiere. Pero como a todos los hijos ilegítimos, Cortés no la dejará desprotegida y terminará casada con Juan de Tolosa, quien conquistó lo que hoy es Zacatecas.

Díaz del Castillo habla de otra hija, María, tenida con otra “princesa indígena” de la que nada se sabe. María desaparece en el tiempo, y el dato que aporta Bernal es que la niña nació “contrahecha”.

Ahora que es noble, Marqués del Valle de Oaxaca, Cortés decide que necesita un matrimonio a su altura. Naturalmente, se trata de un matrimonio de conveniencia. Ella, Juana Ramírez de Arellano y Zúñiga, es hija del conde de Aguilar y parienta del duque de Béjar. Casan, en España, en 1528, y doña Juana viene a la Nueva España a vivir en el palacio construido en la ciudad de Cuernavaca. Ella le dará otros seis hijos: Martín, el heredero, otro Luis, otras dos Catalinas, una muerta recién nacida y otra que le sobrevivirá; una Juana y otra María.

Otra vez, tampoco hablamos de amores. Sí, del cariño por sus hijos. A varios de ellos, incluso, los legitimó mediante la gestión de una bula papal. A la mayor parte de las mujeres con quienes tuvo descendencia, les dotó de bienes y tierras y les procuró matrimonios honrosos, para que no quedaran desamparadas. Cuando murió, en diciembre de 1547, está agotado, desencantado de los reyes ingratos, pero seguro de que ha pasado a la historia. Acaso, en su agonía, volvió a ver los rostros de aquellas mujeres que le dieron hijos y que lo acompañaron en algunos momentos de su carrera hacia la eternidad.

Quizá doña Marina o Malintzin sea la mujer más trascendente en la vida de Cortés. Sin ella, la conquista no habría sido lo que fue. Cómplice, colaboradora, figura de autoridad junto a él, Malintzin, además, le dio uno de los once hijos que tuvo. Con su segundo matrimonio, con la noble Juana de Zúñiga, completó sus ambiciones: necesitaba consolidar un linaje noble y con Juana, hija de un conde, lo logró