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Las tres semanas que hundieron a Biden

Desde la caída de Kabul, hace tres domingos, el presidente de EU no ha parado de recibir malas noticias: de los republicanos de Texas, de la Corte Suprema y ayer de las encuestas que hunden su popularidad y ponen a Trump como ganador, en caso de que se enfrenten en 2004

Las tres semanas que hundieron a Biden

Las tres semanas que hundieron a Biden

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, está viviendo los momentos más duros, no ya de su presidencia —lleva apenas ocho meses en la Casa Blanca— sino en su dilatada carrera política.

En tres semanas, las que van del domingo negro del 15 de agosto, con la victoria de los talibanes tras la toma de Kabul y la dramática y caótica retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán, hasta este domingo 5 de septiembre, con los estragos del huracán Ida y los republicanos en clara ofensiva contra la Casa Blanca, la imagen del presidente demócrata se ha desplomado, al extremo de que, si las elecciones de 2024 fueran hoy, Donald Trump ahora sí ganaría al político demócrata.

De acuerdo con la consultora Emerson College, Trump tendría el 47 por ciento de intención de voto mientras que Biden obtendría el 46 por ciento en un hipotético caso de que se repitieran los comicios electorales de noviembre de 2020.

Desencanto del votante demócrata

Lo que más debe dolerle de esta encuesta a Biden es que el populista republicano ganaría no por méritos propios, sino porque 4 de cada 10 estadounidenses que se identifican como demócratas no le votarían, si se presenta a la reelección en las presidenciales de 2024. Por contra, Trump sigue siendo el preferido de los votantes republicanos con el 67 por ciento de apoyo para que sea el candidato presidencial en 2024.

Otra encuesta, publicada el domingo por “The Washington Post”, revela que la aprobación de Biden cayó al 44 % en septiembre desde el 50 % que marcó en junio pasado.

Detrás del “desencanto” de muchos votantes demócratas con Biden (por usar un término suave) está la desastrosa e incondicional retirada estadounidense de Afganistán, percibida por todo el mundo (menos por él) como un gravísimo error de cálculo, al no prever que el ejército afgano —al que el Pentágono entrenó durante dos décadas— iba a huir en desbandada, y al no haber sacado primero del país a los miles de estadounidenses y colaboradores afganos que quedaron atrapados entre el terror talibán y el terror del Estado Islámico.

No hay imagen más dura para un presidente de EU que tener que recibir en un aeropuerto los ataúdes de soldados muertos en otro país. Para colmo de desgracias, la base militar de Dover, designada por el Pentágono para esta dolorosa ceremonia está en el estado de Delaware, el feudo político de Biden.

Con la cabeza agachada y visiblemente compungido, el presidente y la primera dama, Jill Biden, tuvieron que presenciar el desfile de once ataúdes con los restos de los soldados. El más viejo tenía 31 años, el más joven, veinte. Los familiares de los otros dos fallecidos se negaron a que los restos de sus hijos fueran recibidos por el presidente.

Y esta escena ocurre a pocos días de que se cumpla el vigésimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001, la causa que llevó al entonces presidente George W. Bush a invadir Afganistán y meter a Estados Unidos en la guerra más larga de su historia. Los soldados que murieron en la retirada final o los quince que resultaron heridos no habían nacido o eran unos bebés cuando ocurrió el peor ataque terrorista de la historia de EU.

Por mucho que Biden insista en que quien abrió la caja de Pandora fue su antecesor, cuando empoderó a los talibanes con su anuncio de retirada de Afganistán, la opinión pública estadounidense de quien se va acordar es de Biden.

Pero hay otro evento que podría hundir definitivamente la presidencia de Biden y su sueño de emprender una revolución progresista tranquila, y de nuevo su bestia negra es Trump.

Es la Corte Suprema, estúpido

Cuando Trump salió furioso la Casa Blanca, para evitar en el último momento la humillación de que lo sacaran miembros de la Guardia Nacional, maquilló su enorme frustración por “el mayor fraude electoral de la historia”, declarando: “Pero al menos llené los tribunales federales de jueces conservadores y lo mismo hice con la Corte Suprema”.

Violando el deseo que dejó por escrito antes de morir la jueza símbolo de la lucha progresista, Ruth Bader Ginsburg, de que fuera el presidente surgido de las elecciones de noviembre quien eligiera a su sucesor, Trump se negó y, ayudado por la mayoría republicana en el Senado, impuso a una magistrada ultraconservadora y antiabortista. De esta manera, el máximo tribunal estadounidense se escoró hacia la derecha, con seis jueces conservadores y tres liberales.

Texas, el hoyo negro progresista

A finales de agosto, la Corte Suprema asestó un duro revés al Ejecutivo de Biden (y metió en un aprieto al gobierno mexicano), al dar la razón a un juez federal de Texas, Matthew Kacsmaryk (uno de los que puso en el cargo Trump), quien ordenó restaurar el polémico programa Quédate en México, obligando de nuevo a miles de solicitantes de asilo a tener que esperar en campamentos al sur del río Bravo una respuesta que va a ser negativa o, en el mejor de los casos, que las autoridades migratorias de EU van a tardar años en responder, en un intento mezquino de desanimar a las personas que huyen de sus países de la miseria y la violencia.

De nuevo por culpa de Texas, el mayor bastión electoral republicano de EU, Biden y todos los progresistas de EU están comprobando que la involución conservadora está en marcha.

El jueves pasado entró en vigor en Texas una ley que prácticamente hace imposible abortar en el segundo estado más poblado del país, al convertir en un delito quien ayude a abortar a una mujer después de la sexta semana de gestación, pese a que muchas mujeres ni siquiera saben que están embarazadas en esa fase tan temprana.

Otro de los aspectos más polémicos de la legislación tiene que ver con el hecho de que permite a particulares presentar demandas civiles contra cualquier persona que ayude a una embarazada a abortar si creen que infringen la prohibición. Ello incluye a familiares o, incluso, “al amigo que la lleva al hospital o la clínica", advirtió alarmado Biden, quien esperaba que semejante atropello de los republicanos en Texas al derecho constitucional al aborto fuese frenado en seco por la Corte Suprema.

La respuesta del tribunal no tardó en llegar en forma de jarro de agua fría contra los que llevan décadas luchando por derechos civiles en EU: la ley es constitucional, sentenció la Corte Suprema con el voto en contra de los tres jueces progresistas, entre ellos la única mujer hispana, Sonia Sotomayor.

Entusiasmado por este precedente judicial, Florida y otros estados controlados por los republicanos ya han anunciado que aprobarán leyes antiaborto como la de Texas, como ya aprobaron leyes para dificultar el voto a las minorías, y evitar así futuras victorias demócratas.

Biden ya ha ordenado a su gobierno que intente combatir con todos sus medios la ola conservadora que se viene encima, pero la derrota en Afganistán ha deteriorado seriamente su prestigio, ganado con su valiente campaña de vacunación contra la COVID-19. Sólo falta que los antivacunas, que odian la intromisión de Biden en sus vidas, empezando por los gobernadores que prohíben el uso obligatorio del cubrebocas, le arruinen también esta pequeña batalla y se desboque de nuevo la pandemia con la variante delta y las que vayan surgiendo.

Alguien en la Casa Blanca no debe estar durmiendo a pierna suelta.