Opinión

Las vacunas y el horizonte luminoso

Las vacunas y el horizonte luminoso

Las vacunas y el horizonte luminoso

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Decía el chiste: - ¿Qué es el comunismo?

- Es el horizonte luminoso de la humanidad

- ¿Y qué es el horizonte?

- Es una línea imaginaria que se aleja en la medida en que te acercas.

Algo parecido está pasando con las vacunas contra el COVID en México. Las vacunas están en el horizonte, pero pasan los días y parecen cada vez más lejanas. Al mismo tiempo, las acciones de comunicación del gobierno generan la percepción de que las vacunas están por llegar, de que hay esperanza. El registro de adultos mayores es parte de esa estrategia: la ficha ya está, es cuestión nada más de esperar.

Aquí la clave es el rayito de esperanza. La idea de que el futuro luminoso está por llegar, aunque no lo haga. Es la lógica de la campaña electoral permanente: prometo que lo que vendrá será bueno, es cuestión de que tengan fe y voten por mi partido. No importa que esté en el gobierno. El presente, con sus malas decisiones, sus carencias y sus horrores, queda detrás: hay que poner atención en el futuro que se asoma. Ya se ve una lucecita al final del túnel.

Por lo mismo, siempre hay que apretar el pulsante del optimismo. La pandemia se extinguirá, la economía volverá a crecer, la corrupción será definitivamente desterrada. No importa que lo que veamos al momento indique lo contrario. Mucho menos, que las políticas públicas ayuden en poco o nada a ese optimismo.

Esa narrativa es parte esencial de la nueva forma de gobernar. La otra parte es la descalificación de la crítica y la polarización: quien critica es porque está del lado de quienes gobernaron como una casta de mandarines y menospreciaron al pueblo.

Así, el debate que se pretende desde el gobierno no es sobre el presente, sus problemas, sus retos, sus dramas y sus tragedias; no es sobre las opciones para mejorar ese presente, sino sobre el enfrentamiento mítico entre el pasado rechazado por las mayorías y el futuro promisorio.

Pero hay una tensión natural cuando el presente es de crisis sanitaria y económica. La gente quiere salir, tener trabajo y mantener cierta seguridad sobre su salud. Y eso no existe. No existirá hasta que haya una vacunación masiva.

Por lo mismo, no basta con agitar el fantasma del pasado al que no se querría volver. Y más que el combate a la corrupción y sus personajes emblemáticos, más que la economía, más que el manejo mismo de la pandemia, el tema de la vacunación toma el centro de la vida política nacional.

El gobierno tiene tiempo suficiente como para llevar a cabo una política de vacunación exitosa, que genere la percepción de que efectivamente hemos dejado atrás una pesadilla colectiva. Eso le bastará para volver a poner los acentos sobre el pasado y el futuro, y mantener rumbo y poder.

Toda estrategia de vacunación es política, porque es social y porque suele obedecer a razones de Estado. Pero existe el riesgo de que en esta ocasión se sobrepolitice. O, por decirlo de otra forma, se partidice, con una utilización electoral burda, que ponga en segundo plano la eficiencia en la distribución y la eficacia en los efectos para el control de la pandemia.

El problema es que, si sucede así, habrá fungido como búmerang político. Habrá demostrado que siempre se pueden hacer las cosas peor y que se puede hacer un uso extremamente ineficiente de los recursos escasos. Y todo el asunto habrá salido muy caro para la sociedad.

Está claro, en este ambiente sobrepolitizado, que también la oposición usará el tema de las vacunas en campaña, subrayando insuficiencias y distorsiones. El éxito que tenga dependerá de los resultados presentes en la vacunación, no de una formación de expectativas que, en este caso, no puede estirarse hasta el infinito.

En ese sentido, lo que conviene al gobierno es una estrategia de vacunación alejada de propósitos partidistas, capaz de usar piezas de la sociedad civil y abierta a la información clara y precisa. Entonces la vacuna pasará de ser una esperanza a una realidad para millones de mexicanos. En otras palabras: le conviene actuar pensando en el hoy y en el futuro inmediato.

La desgracia es que aquí el jefe del Ejecutivo piensa demasiado en el futuro remoto, en ese horizonte luminoso, en la esperanza etérea. Y, con ello, pasan a segundo término los efectos inmediatos de los actos -o las inacciones- de gobierno sobre la vida irrepetible de los mexicanos de hoy.

Me recuerda a Keynes en su crítica al hombre “intencionado”, al moralista virtuoso que “siempre trata de asegurar una inmortalidad espuria y engañosa, empujando el interés de sus acciones hacia adelante en el tiempo”. Es el tipo de gente para la que “mermelada no es mermelada si no es para mañana, nunca lo es para hoy” y de esa manera se asegura nunca estar preparando esa mermelada, que nadie jamás habrá de paladear.

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