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Lealtades que duran una eternidad: los ídolos ochenteros

Con todo y las crisis, los desastres y las transformaciones sociales, había —hay— una parte sensible y emotiva en esa entidad informe, a veces bronca, a veces sentimental, que nace de las emociones colectivas de los mexicanos. Por eso, en los años ochenta algunas personalidades del mundo musical alcanzaron cimas muy altas, gracias a la fascinación y al aplauso de las multitudes, y surgieron otros que dieron nuevos aires a la constelación de las estrellas nacionales, rompiendo modelos desgastados, reinventando espacios.

Con todo y las crisis, los desastres y las transformaciones sociales, había —hay— una parte sensible y emotiva en esa entidad informe, a veces bronca, a veces sentimental, que nace de las emociones colectivas de los mexicanos. Por eso, en los años ochenta algunas personalidades del mundo musical alcanzaron cimas muy altas, gracias a la fascinación y al aplauso de las multitudes, y surgieron otros que dieron nuevos aires a la constelación de las estrellas nacionales, rompiendo modelos desgastados, reinventando espacios.

Lealtades que duran una eternidad: los ídolos ochenteros

Lealtades que duran una eternidad: los ídolos ochenteros

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Son los años ochenta donde algunas de las estrellas de importación suenan y suenan mucho: José Luis Rodríguez, El Puma, venido de América del Sur, llama la atención: ¡hace tanto que no llega desde aquellos países uno de esos cantantes que atrapen a las multitudes! Las nostálgicas se acuerdan de aquel argentino, Sandro de América, de Leo Dan, de Leonardo Favio… pero El Puma es explosivo, emocionante, como la década misma. Vende montones de discos Camilo Sesto, a quien los mexicanos verán una y otra vez en conciertos, sin cansarse de escucharlos y que arranca la década con su hit Callados, a dúo con Ángela Carrasco. Su público fiel le aplaude y le seguirá aplaudiendo cuando, a pocos años, lo escuche cantar con Lani Hall el tema Corazón Encadenado.

No son los cantantes de pop, no son los rockeros, que también arrasarán en México. Son los baladistas que le llegan a la parte sentimental del enorme corazón mexicano. Por eso, un paisano de Camilo Sesto se hace célebre a principios de los ochenta, con su voz suave y la historia de una mujer que se cansa de una relación que ya no marcha, y sale a la calle, “buscando amor”. Con Me llamas, que suena en el primer año de la década,  José Luis Perales llama la atención de un mundo hispanoparlante que todavía no está tan acostumbrado a que los temas más desgarradores y sensibles de la intimidad humana se canten en la radio. En 1982. Con una canción insólita: ¿Y cómo es él?, donde se cuenta la historia de un hombre que sufre la infidelidad, queda claro que la balada romántica es también el espacio del desengaño varonil.

Y en adelante será acostumbrarse. Mucho ruido había hecho, la década pasada, aquel inolvidable OTI de 1978, donde Lupita D’Alessio había abandonado sus interpretaciones dulces, como el tema de la telenovela infantil Mundo de Juguete, y ganó con Como Tú, de Lolita de la Colina, donde las mujeres hablaban de deseo, de amores agotados y amores resurgidos. Los ochenta son, para D’Alessio, su momento de gloria. De Inocente, pobre amiga a la que se vuelve su clásico, Mudanzas. Desde la voz de las mujeres adultas, votan desde hace una treintena de años, pero que tienen, apenas, una década de poseer una declaratoria constitucional de igualdad, las canciones de D’Alessio son un modo más de hacerse un espacio en un país que experimenta agudas complicaciones.

Y son años de divas musicales: entre los nuevos valores, como Yuri, que ya creció y ya no canta la canción del osito panda; como Daniela Romo, que impresiona con su larga cabellera y con su voz. Es la década en que las estrellas de la anterior generación agarran nuevos aires: a Angélica María le funciona de maravilla entrarle a eso que ya se empieza a conocer como “balada ranchera” y lo hace de la mano de Juan Gabriel y eso le asegura éxitos importantes en su producción ochentera. Lo mismo ocurre con Rocío Dúrcal, que nunca más volverá a cantar el Tengo 17 años ni Los piropos de mi barrio. Es, otra vez, Juan Gabriel quien le aporta nuevas canciones, un nuevo espíritu. Sus canciones contienen ya pasiones profundas. Y aquella muchacha que hacía el elogio del Quijote de la Mancha cantando, despega a otras alturas; se convierte en la mujer que triunfa en los ochenta con La gata bajo la lluvia. El mundo ha cambiado. Mucho.

AMOS DEL ESCENARIO. Si Juan Gabriel es, desde muy temprano, un triunfador, en los ochenta su arrastre se multiplica: son sus canciones y las que compone para muchos de sus colegas. Unas y otras le garantizan un triunfo que huele a eternidad. En 1985, la Asociación de Cronistas de Espectáculos de Nueva York lo designa Cantante del Año. Esa década se corona, en su año final con tres días donde Juan Gabriel se apodera del Palacio de Bellas Artes, con otras tantas presentaciones a beneficio de la Orquesta Sinfónica Nacional: el disco que salga de aquellos momentos es uno de los que más vende de  entre su muy larga discografía.

De No me vuelvo a enamorar a Querida y No vale la pena, Juanga domina el espacio de la balada romántica. Es también signo de los tiempos el hecho de que su fama traspase las fronteras mexicanas. Son tiempos en que importantes núcleos de migrantes mexicanos, establecidos en Estados Unidos lo sigan con fervor, porque habla de pasiones sencillas, de tristezas y nostalgias que suenan a lo que se ha dejado en otro país. No extrañe, por tanto, que su nominación al Grammy en 1984 por Amor Eterno, pieza que le saca lágrimas a millones, sea todo un acontecimiento.

Los duetos con Rocío Dúrcal le abren las puertas de Europa: venden más de 30 millones de discos. En eso también se nota la incipiente globalidad. En esos años ochenta, pocos le hacen competencia seria a Juan Gabriel.

Muy pocos, como El Príncipe de la Canción.

JOSÉ JOSÉ O LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL. Miles de mexicanos cortejaron o se dejaron cortejar con las canciones de José José. Engaños, rencores elegantemente superados, la alta oxitocina del enamoramiento puro, son elementos indispensables de sus canciones ochenteras.

El Príncipe graba boleros, baladas románticas. Se atreve, incluso, a filmar, en 1985, su autobiografía, que lleva por nombre el mismo título der uno de sus grandes éxitos, Gavilán o Paloma. Es, como Juan Gabriel, conocido más allá de las fronteras mexicanas: vende millones de discos en toda Latinoamérica, y no son pocos sus fans en Estados Unidos.

Los grandes compositores de la década hacen canciones para él: José María Napoleón le da Lo que un día fue no será; Juan Gabriel, Ya lo pasado, pasado. Camilo Sesto aporta Si me dejas ahora. No son los únicos que le den a grabar grandes hits. Su fama lo lleva a entrar a las listas de éxitos del Billboard, y es el primer cantante latino que incursiona en ese curioso género, ochentero puro: el video musical. Con su disco Secretos llega a las nominaciones de los Grammys y año después que Juan Gabriel. Su internacionalización lo lleva a hacer duetos con José Feliciano y Lani Hall.

Los mexicanos inmigrantes en Estados Unidos acuden a verlo cantar en el Madison Square Garden y en el Radio City Music de Nueva York. Canta en Las Vegas, llega, en gira, a Jerusalén. Como Juan Gabriel, donde se presente hay llenos.

Cuando en 1985, y en respuesta al éxito multitudinario e internacional que fue We are the world, surja el proyecto para grabar Cantaré, Cantarás, entre las voces mexicanas que serán indispensables, está la de José José.