Opinión

Lección de poesía

“Labastida considera que la poesía hace bien a los pueblos y, en consecuencia, las clases diarias en las escuelas deberían empezar con la lectura o recitación de diversos poemas”

Lección de poesía

Lección de poesía

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El poeta español Dámaso Alonso consideraba que “Las obras literarias no nacieron para ser estudiadas y analizadas, sino para ser leídas y directamente intuidas” por el lector, esa criatura inocentísima y muchas veces idealizada por los creadores y los programas oficiales de fomento a la lectura. A esta idea se han sumado escritores de la talla de Jorge Luis Borges, para quien el mejor homenaje que se puede hacer a un autor es leerlo directamente, prescindiendo de la palabrería de sus críticos.

En este contexto, se ubica la obra Lección de poesía del filósofo y poeta Jaime Labastida, quien se acerca a la reina de los géneros literarios con la intención de facilitar el encuentro de los profesores y los estudiantes al arte de la palabra oral y escrita, discurso en que la lengua alcanza sus niveles más altos de expresión. Labastida, como en otros tiempos lo hicieron José Martí o T.S. Eliot, considera que la poesía hace bien a los pueblos y, en consecuencia, las clases diarias en las escuelas deberían empezar con la lectura o recitación de diversos poemas, a manera de oraciones matutinas.

Lección de poesía inicia con el dilema añejo sobre si al arte, entendido como esa creación producto del espíritu, puede ser enseñado o no. Labastida recurre al “Protágoras”, diálogo de Platón que lleva el nombre del sofista y educador homónimo quien difiere de Sócrates, ya que, para éste, como lo había planteado en “Ion o de la poesía”, los bardos cantan sus preciosas odas en un estado de posesión divina, y en ese delirio pareciera ocultarse el don del ser poeta; por lo contrario, Protágoras se muestra más práctico: el arte es una técnica y puede ser enseñada. Su postura se acercará, cientos de años después, en la era del Renacimiento, al método científico. La cuestión queda entonces en una especie de aporía: ¿el poeta nace o se hace?

Otro asunto es la definición de poesía y, en este caso, Labastida rehúye la cuestión porque definir es limitar y prefiere hablar de su manifestación y su inmanencia en los poemas, opta por la salida que encontrara José Gorostiza en sus “Notas sobre poesía”: “El poeta no puede, sin ceder su puesto al filósofo, aplicar todo el rigor del pensamiento al análisis de la poesía. Él simplemente la conoce y la ama. Sabe en dónde está y de dónde se ha ausentado”.

En consecuencia, si no se puede enseñar a ser poeta ni es posible explicar la esencia misma de la poesía, porque la discusión pareciera llevarnos al ámbito de lo inefable, al silencio supremo donde quedamos expuestos a la luz primordial que emana el rostro de la divinidad, como plantearan los poetas místicos, entonces sólo nos queda partir de la poesía como un hecho del lenguaje, cuya manifestación inmediata es la frase poética.

Sobre este aspecto, Labastida cita a Octavio Paz, pero han sido los críticos de la escuela estilística como Amado y Dámaso Alonso y los formalistas rusos, sin olvidar, claro está, a los lingüistas del Grupo µ, quienes establecieron el concepto de “Grado cero” de desviación del lenguaje, que supone una frase de sentido recto, sobre la que operan las figuras retóricas, las cuales crean las ambigüedades y connotaciones propias de la expresión lírica.

La frase poética y el poema serán la residencia oficial de la poesía, aunque podrían darse los abundantísimos casos en que las mansiones estuvieran deshabitadas, porque la estructura o el vestuario de la retórica, el metro o la rima son condiciones insuficientes para que se suscite la poesía. Sin embargo, para efectos didácticos, es importante estudiar los componentes de la lírica tradicional y contemporánea.

Labastida se ocupa de la imagen y la refiere al proceso de imaginar, crear, concitar; para ello recurre a algunos ejemplos plásticos o visuales de Lorca y los modernistas. La imagen puede ser consustancial a un subgénero lírico, como ha sido el Haikú para los japoneses, sin olvidar la imagen como asociación dinámica de realidades dispares o antitéticas en las vanguardias de inicios del siglo XX. La poesía posterior a la vanguardia tiene en la imagen poética de aquellos años una de sus herencias mayores.

Mediante breves pinceladas sigue Labastida con la metáfora y también describe otras figuras retóricas como el oxímoron, el hipérbaton, la metonimia. El lenguaje figurado es el disparador de las connotaciones, pero son los tropos, y concretamente la metáfora, el centro de gravedad de las mutaciones líricas; en ella descansa la creatividad del poeta o, por lo menos, la astucia para “decir de otra forma lo mismo”. Recordemos que para Borges las metáforas son pocas y después del río de Heráclito todo parece una gran derivación, o digresión, de algunas gastadas comparaciones.

Para leer y disfrutar la poesía es muy importante tener unas nociones básicas del metro, la rima y el ritmo; sobre todo, hay que afinar el oído para escuchar las palabras, porque estos elementos son auxiliares de la memoria y del canto, de la melodía. Debemos recordar que la poesía es canto y la narrativa es cuento. Metro y rima son elementos prescindibles de la poesía, pero no así el ritmo, el ritmo es consustancial a la lengua. Hablamos en unidades espiratorias, por eso en castellano nos sentimos cómodos con las frases de ocho, once y catorce sílabas.

El ritmo parte del ejercicio oral de las lenguas, lo prueban los estudios de prosodia tradicionales y la fonología moderna, pero también tiene una connotación “ambiental”, el hombre y la mujer aspiran a recuperar la armonía con la naturaleza, por eso recurren a la imitación. La música y la poesía buscan reintegrar al ser con su origen primero, como lo expresara fray Luis de León en su oda a Francisco de Salinas. El ritmo posibilita la comunión, el asombro, la suspensión de los sentidos, y abandona a quienes lo escuchan en un mar de dulzura, decía fray Luis. A partir de estos elementos solo nos resta incitar a la escucha, a la lectura de poesía como un ejercicio vital.