Opinión

Libertad de expresión, medios tradicionales y nuevos medios

Libertad de expresión, medios tradicionales y nuevos medios

Libertad de expresión, medios tradicionales y nuevos medios

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Si bien esto viene desde Salinas, escojamos como punto de partida a Fox, el cretino a quienes muchos le dieron su voto útil pensando que cambiaría un modelo de crecimiento económico, incluido el periodístico, que en la práctica envileció más al país.

En el caso de los medios “tradicionales” la ampliación de concesiones, leyes regresivas, órganos reguladores maniatados o a modo, devolución de tiempos de Estado a los concesionarios y millonadas de dinero a empresas o periodistas serviles, fueron factores que, contrastados con la realidad, hicieron cada vez más insostenible el modelo de comunicación fantástico que llegó al extremo de realizar montajes de operativos policiacos o rescates de niñas inexistentes a gusto del cliente.

El debilitamiento de la “auctoritas” mediática, no sólo fue consecuencia de las sucias prácticas de sus operarios, sino que lentamente (los tres sexenios perdidos para ser exactos) cedió terreno gracias al crecimiento de las redes sociales “hidra de banalidad, fugacidad, intolerancia y mentira”, a decir de Enrique Krauze, quien participó en un búnker para darle un empujoncito a su debilitado gallo Ricardo Anaya mediante el esparcimiento de mentiras por medios hegemónicos o “hídricos”.

Además de las redes sociales, otro aspecto global que contribuyó a la debacle de la hegemonía mediática, fue el uso de internet como plataforma de transmisión independiente o paralela a la difusión de contenidos que requieren concesiones y permisos.

La crisis de credibilidad llevó a la quiebra a varios medios y derrumbó como estatuas de sal a muchos líderes de opinión que ahora son financiados, sin tanta magnanimidad, por sectores ultraconservadores acostumbrados a “invertir” en estupendos negocios extractivistas de toda laya; también acostumbrados a trabajar con un Estado servil que no sólo permitía, sino que promovía como socio-cómplice, el saqueo a niveles indecibles.

En otras palabras, la crisis de los llamados medios tradicionales, con todo y figuras de interlocución incluidas, venía arrastrando un grave déficit de operación y credibilidad que evidenció la inutilidad del dieciochenio perdido. Con el estrepitoso fracaso del PRIAN en las urnas, la comunicación hegemónica sufrió interesantes reacomodos en los que ocasionalmente pondremos la lupa. De las conferencias mañaneras tachadas de púlpitos matutinos, altares de intolerancia y populismo, más un largo etcétera argumentado desde las vísceras por los usureros de la verdad, ya hemos hablado con amplitud. Ahora démosle foco a otro caso.

La octava de la radio a la TV

Además de una magnífica comunicadora, Carmen Aristegui se convirtió en una exitosa empresaria que aprendió la lección después de dos golpes de censura durante los sexenios de Calderón y Peña Nieto, respectivamente.

Después de su desencuentro con MVS, logró regresar a la radio a pesar de que muchos de sus escuchas ya seguíamos su noticiero por internet. Este posicionamiento, logrado en medio de lamentables acosos judiciales por juzgadores chilangos que tienen un lamentable reflejo en coleccionistas de Ferraris como José Francisco Huber Olea Contró (juzgador del caso Aguayo-Moreira), le permitió a la periodista negociar un modelo de difusión con grupo Radio Centro que de alguna manera sentó bases para el renacimiento noticioso de esa empresa que redefinió prioridades y amplió su oferta informativa bajo la atinada dirección editorial de Julio Hernández, quien ya sabía algo de difusión por redes gracias a sus videocharlas astilladas (antes llamadas Astillero TV) y que con pocos recursos logró incrementar su audiencia, en el amplio sentido aristotélico de la palabra.

La radiodifusora amplió su oferta informativa con esquemas de trabajo multimodales que le permitieron aprovechar la reputación de generadores de contenido y alimentar, paralelamente, un canal de televisión abierta que le fue concesionado.

El caso de la salida del aire del noticiero nocturno conducido por Julio Astillero, obedeció, a mi juicio (basado en declaraciones del periodista) a dos factores: la lógica de un formato de trabajo de televisión “tradicional” que lentamente fue asimilado por el director editorial de La Octava y la desesperación de Grupo Radio Centro por querer resultados inmediatos con poco margen de riesgo.

Me aventuro a conjeturar que algo similar sucedió con Vicente Serrano. Lo que él llama “censura” fue, con toda probabilidad, un llamado de los dueños a que le bajara a las mentadas de madre en la emisión televisada de Sin Censura, lo que pronto habremos acaso de conocer, son los términos comerciales en los que firmó contrato Vicente Serrano con Radio Centro.

En este cruce de nuevos modos de hacer periodismo; en esta hibridación de tareas entre comunicadores “tradicionales” y youtuberes, se aprendieron lecciones.

En los dos casos las audiencias también ganan y aprenden. Por lo pronto la oferta informativa de La Octava es de lo mejor en medios “tradicionales”.

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