Opinión

Llenos de odio

Llenos de odio

Llenos de odio

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos

porque uno termina pareciéndose a ellos.

Jorge Luis Borges

Hay una diferencia enorme que encuentro entre el abuso policial en USA y el que ocurre en México. En los Estados Unidos existe una especie de cultura de tolerancia o de respeto exacerbado hacia la actuación policial. Esa percepción tan extendida, como hace años dijo B. Obama, “…is not just a Black issue…”, no es un tema exclusivo de personas afrodescendientes, pues también involucra a blancos, latinos y a todo el mundo. Acá el abuso policial también existe, pero no movido por una natural sumisión u obediencia a las corporaciones de policía, sino por las circunstancias. En México la policía abusa cuando puede, cuando hay forma de escudarse en el caos y en el anonimato. Abusa cuanto tiene pretextos para hacerlo.

Las protestas contra la discriminación racial asociada al abuso policial, tuvieron un brote importante en Minneapolis, por el homicidio flagrante de George Floyd. Aunque en un contexto desprovisto de la cuestión racial, en nuestro país, Giovanni López fue privado de la vida y Melanie severamente lesionada por policías. ¡Ojo! No fue sólo un policía quien mató a George Floyd y a Giovanni López y lesionó a Melanie, pues en cada caso contaron con la absoluta complicidad, por acción o por omisión, de otros elementos de la policía que decidieron participar incluso no haciendo nada por impedirlo.

Apenas iniciando su gestión, la Jefa de Gobierno capitalina anunció la desaparición del Cuerpo de Granaderos, ello digamos, en una especie de reivindicación democrática y muestra de abandono de la política de represión popular, que también quedó parcialmente abatida con la derogación del tipo penal de ultrajes a la autoridad y la sentencia de la Corte en el amparo promovido por Bryan Reyes Rodríguez, detenido en la manifestación del 1-D del 2012.

La protesta social es un derecho que implica el ejercicio a la libre expresión de ideas, del derecho a disentir, del derecho a la pluralidad de pensamiento, pero de forma pacífica. Creo en la legitimidad de las demandas sociales a través de marchas y paros, incluso me parecen a veces muy necesarias, pero no puedo concebirlas como un derecho absoluto.

Jamás estaré en contra del derecho a la protesta social, pero hay una infinidad de formas de protestar, quizás más efectivas, sin lesionar derechos de terceros que no son siquiera cercanamente responsables de haber provocado el acto contra el que se lucha. Una manifestación puede fácilmente pervertirse en delitos o faltas cívicas, por ejemplo, con el uso de infiltrados que no van a desaparecer y que como Alfred dice en The Dark Knight, solo quieren ver el mundo arder. ¿Cómo puede así contenerse el riesgo de que una batalla estalle?

La experiencia enseña que cuando se produce el contacto entre policías y manifestantes, estos últimos normalmente asumen esa sola presencia policial como una provocación. Si la línea política para estos sucesos es no reprimir, entonces ¿para qué mandar a la policía? De todos modos, no protegen al resto de la sociedad, no disuaden el delito, no deben reprimir al pueblo y, eventualmente, sucumben a la tentación de hacer uso de la fuerza, abusando de ella. Los granaderos son como la materia, no se crean ni se destruyen sólo se transformaron, son las mismas personas esparcidas en otras corporaciones, con otro nombre, pero con las mismas debilidades humanas.

En una de las pintas realizadas durante la marcha en la Cd.Mx. la semana pasada, llamó mi atención la consigna el dinero es el virus. No entendí la relación del dinero con esa protesta, pero sí sé que la enfermedad humana más letal, porque desnaturaliza a la persona, es la irreflexión que, por decisión o por incapacidad, nos priva de cualquier viso de razón que tendría que distinguirnos de otras especies e impedirnos actuar guiados por un primitivo e incomprensible sentido ciego de venganza.