Opinión

Lo que nos dice Charlie

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Lo que nos dice Charlie

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Hace cinco años, el 7 de enero de 2015, los hermanos Cherif y Said Kouachi irrumpieron en la redacción de Charlie Hebdo, el semanario satírico, y terminaron, con descargas de dos fusiles AK-47, con la vida de 12 personas, entre ellas Cabu, Charb, Honoré, Elsa Cayat, Bdernard Maris, Mustapha Ourrandm, Tingus y Wolinski.

La portada de esa semana era una caricatura sobre el escritor Michel ­Houellebecq anunciando su conversión al islam y señalando que practicaría en Ramadán, todo ello en el contexto de la publicación su novela, Sumisión.

Dos días después, un terrorista tomó rehenes en un supermercado khoser, donde el saldo fue también terrible.

Estuve en Francia por aquellos días, para cubrir lo que sin duda resultó un acontecimiento que marcaría una etapa en la lucha contra el terrorismo, pero también de defensa de la libertad de expresión.

Las crisis definen mandatos, esbozan y trazan la imagen de los poderosos. Charlie Hebdo significó una prueba para el presidente Françoise Hollande y la pasó.

Acudió a las oficinas del semanario, cuando sus guardias de seguridad no tenían todavía una idea clara del nivel de riesgo, del grupo o los grupos que podían estar detrás del ataque ( una rama de ­Al Qaeda) y donde las huellas de sangre todavía estaban frescas.

El 9 de enero, la crisis del supermercado activó la taquicardia de las agencias de seguridad y en particular de la Gendarmería. Se realizó un operativo para rescatar a los rehenes, todos judíos, y en el empeño murieron el terrorista y cuatro clientes del local.

En esos casos uno tiende a juzgar desde la perspectiva mexicana, pensando que el desastre había comenzado y que la sociedad, agraviada, pediría cuentas a los gendarmes. Todo lo contrario.

Hollande reconoció la labor de los policías y señaló que habían servido con eficacia a Francia. No había duda, y las investigaciones posteriores lo confirmaron, que los muertos se debían a las balas del sicario y no a las oficiales.

Eran horas cruciales que se convertirían en las de mayor popularidad para Hollande, un mandatario con niveles muy bajos de aceptación, y que al final de su gobierno tuvo que entregarlo a un exministro que contendió sin partido y que barrió al socialismo francés.

Esas coyunturas definen procesos e inclusive épocas. ¿Qué habría pasado si el presidente Enrique Peña Nieto hubiera acudido a Iguala cuando se tuvo la confirmación de que había decenas de estudiantes desaparecidos y que eso era calificado por el fiscal de Guerrero como un delito de lesa humanidad?

Nunca lo sabremos, pero es probable que al menos no estaría resistiendo el peso de una culpabilidad que no le corresponde en lo que respecta a los sucesos de esa noche terrible.

Pero Chalie Hebdo también da cuenta de las consecuencias que pueden tener la alimentación del odio y la celebración del fanatismo.

Como suele ocurrir, al pasar la indignación, las víctimas suelen quedarse solas para reconstruir su entorno y continuar con sus vidas.

Quienes en la actualidad dan forma a Charlie Hebdo lo hacen, lo tienen que hacer, en una burbuja de alta seguridad que los aísla y deprime, pero que además cuesta mucho dinero.

El semanario que salió al público el 14 de enero vendió 8 millones de ejemplares, una de las cifras más altas para una publicación de ese tipo y que tenía en la portada un dibujo de Mahoma señalando: “Todo está perdonado”.

En la actualidad, se adquieren en los quioscos entre 25 mil y 30 mil ejemplares, un número que para nuestros parámetros luce bien, pero que para Francia no alcanza y menos con la nueva realidad de Charlie Hebdo.