Opinión

Los animales en tiempos del coronavirus

Los animales en tiempos del coronavirus

Los animales en tiempos del coronavirus

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

También existe, en cierto modo, la solidaridad animal:

dueños que pasean a sus perros por calles solitarias

y se evitan al cruzarse, alejándose cautos, mientras

que los animales tiran de las correas, moviendo el

rabo, para acercarse unos a otros.

Arturo Pérez-Reverte
Escritor disruptivo y perrero

El forzado encierro humano está provocando a nivel mundial mucha reflexión sobre la pérdida de la libertad. Llama mi atención que la profundidad del tema esté alcanzando también al resto de los animales. Y es que sintiendo en carne propia el cautiverio —no importando que sea dentro de una mansión o en una casuchita, para peor, inmersa en alguna metrópoli tan gris, compleja y dispareja como la CDMX— la gente está recapacitando sobre el trato que le damos tanto los animales de compañía convencionales, esto es, perros y gatos, como a los de consumo y a la misma fauna silvestre con la que de alguna manera convivimos y poco se repara en disfrutarla, dando cuenta, entonces, de lo dañada, descuidada y abandonada en que muchas veces se encuentra.

Los mensajes han ido mayormente en el sentido de los animales domésticos, reclamando que se les tenga sujetos o abandonados, sucios y mal comidos en azoteas y patios, e inclusive hasta cuestionando y mofándose de la imposición del collar isabelino, pero, lo mejor es que se está deliberando e interpelando la permanencia de la fauna silvestre bajo cautiverio, extendiendo la controversia a lo moral, que sin duda obliga a preguntarnos si todavía es pertinente seguirla manteniendo entre cuatro paredes por toda su vida, además, trastornándoselas a nuestro ¿leal? saber y (mal) entender, bajo la posmoderna justificación de que los zoológicos aportan a una conservación inexistente en la generalidad de los casos y que son fundamentales para la educación y el acercamiento de los niños (niñas y adolescentes) con la naturaleza, impactos estos últimos, que al no estar acreditados formalmente, no pueden darse por efectivos.

Por otra parte, esa sensación de soledad y desasosiego está induciendo a que quienes tienen compañeros animales se vuelquen excesivamente sobre ellos, lo que me alegra por supuesto, pero a la vez me preocupa porque… ¿qué pasará con esas criaturas cuando la vida vuelva a la normalidad? ¿Qué alteración de conducta se les quedará impresa? En fin que…

De entre todo este conglomerado de cavilaciones, se me quedó como mosco zumbando en la oreja la del profesor Peter Li —experto en tráfico de animales en China— que de manera clara y puntual explica la razón de que sigan apareciendo enfermedades virales con origen en animales, particularmente en ese lugar del mundo, dando como ejemplos la influenza cultivada en aves y cerdos; el VIH/SIDA en los chimpancés; el SARS en las civetas; el temible ébola pro-ba-ble-men-te en murciélagos y el actual COVID-19, con cierta evidencia… cierta… de haberse originado en murciélagos para posteriormente pasar a los pangolines (la especie más comercializada internacionalmente) y de ahí brincar al ser humano, aunque también está la versión de que otros posibles intermediarios fueron los camellos.

El profe agrega que aunque los virus son hábiles para saltar entre especies, es raro que uno de tipo mortal infecte al humano porque para el caso, se necesitaría concentrarlos a todos en un mismo lugar, lo que justo sucede en los “mercados mojados” como el de Wuhan, donde la fauna es mantenida bajo crudelísimas condiciones de inmundicia, dentro de estrechas jaulas saturadas y apiladas unas sobre otras, provocando así que los ejemplares de arriba viertan todos su desechos —sangre y pus entre ellos— sobre los de abajo, infectándolos. Lo más grave es que no sólo China cuenta con ese tipo de mercados. Los hay dispersos por todo el mundo, no siendo excepción nuestro México oscuro, pero a diferencia, en los chinos se vende fauna de todas partes del mundo dada la permisividad provocada por la hambruna de los 70, por lo tanto, cada ejemplar tiene enorme potencial de aportar su propio virus.

Tras las infecciones cercanamente anteriores, el régimen chino optó por sacar una ley dizque para proteger a la fauna silvestre de este tipo de comercio, pero como tramposamente la refirieron como “Recursos Naturales”, dieron opción a que su abusivo aprovechamiento continuara a grado de establecerse granjas industriales. Ahora parece que esto del bicho coronado sí los asustó lo suficiente como para buscar la manera de prohibir la práctica, que según, produce ganancias anuales por 148 millones de yuanes. Serán ellos o el resto del mundo. Se valen las apuestas.

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