Opinión

"Los grandes libros", un artículo de Benjamín Barajas

"El apando" es una obra que condensa lo mejor de la técnica narrativa que había ensayado Revueltas desde sus inicios como escritor y por ello se debe reconocer que fue él –y Agustín Yáñez con "Al filo del agua"– uno de los precursores del cambio novelístico en México

"Los grandes libros", un artículo de Benjamín Barajas

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Mujer saliendo del Psicoanalista (1960), de Remedios Varo.

Cuando hablamos de los grandes libros no siempre nos referimos a la extensión, sino a la profundidad e intensidad; se trata de obras, como dijera Gabriel García Márquez, que deben leerse con las manos arriba. Sería el caso de Crónica de una muerte anunciada, del mismo autor; El túnel, de Ernesto Sábato y El apando; la pequeña obra maestra de José Revueltas.

El apando es un relato de madurez, escrito desde un espacio privilegiado: el tristemente célebre penal de Lecumberri (hoy convertido en Archivo Nacional). Privilegiada tuvo que ser la mirada de Revueltas para poder observar, sentir y transmitir el dolor y la degradación humana en su forma más insólita. Privilegiada, también, fue su actitud para transformar su propio sufrimiento en literatura, ya que, como se sabe, el autor estuvo preso por razones políticas precisamente en este espacio.

El apando es una obra que condensa lo mejor de la técnica narrativa que había ensayado Revueltas desde sus inicios como escritor y por ello se debe reconocer que fue él –y Agustín Yáñez con Al filo del agua– uno de los precursores del cambio novelístico en México. El apando, pues, se ubica en la cima de la producción revueltiana porque en este relato están presentes todas las huellas, tanto de la estructura como del contenido, que caracterizan a sus novelas; sólo que con una variante: aquí todo se vuelve vértigo, intensidad y violencia.

Así, desde la perspectiva temática, se observa la inclusión de los asuntos religiosos. En la novela está presente el Viejo Testamento cuando El Carajo recita frenéticamente algunos salmos en el éxtasis o en la desesperación que padece. La Madre, asimismo, es una especie de diosa prehispánica, nacida de la tierra, construida por un artista de lo grotesco, con trazos burdos y temerarios. Luego lo patético excede lo puramente religioso y se extiende a los otros personajes, caracterizados por su degradación, por la pérdida de valores y la imposibilidad de superar su condición animalizada.

Tanto Polonio como Albino y El Carajo están “apandados”; –encerrados, jodidos, doblegados– sin esperanza alguna. A ellos sólo les interesa la droga y para obtenerla recurren a todos los medios que están a su alcance. Las tres mujeres, Meche, La Chata y la Madre, responden a este propósito y, por su parte, se las arreglan para introducir el enervante. Sobra decir que también ellas son personajes degradados y que su existencia gira en torno a la vida de sus presos.

El apando, desde el punto de vista de la estructura, es, como ya se dijo, una obra maestra. En ella, el narrador se sirve de la analepsis (retrospección o Flash back) y presenta los sucesos casi por el final; a partir de ahí reconstruye los hechos tanto hacia atrás como hacia adelante. De esta manera, nos damos cuenta de la procedencia de los personajes, sus andanzas anteriores, las fechorías que los llevaron a la cárcel y los pormenores del plan que urdieron para introducir la droga.

Pero es en el presente donde transcurre la verdadera acción del texto. Esta acción se centra en el hecho concreto que genera el conflicto por la droga; pues debido a ello la tensión se intensifica de tal manera que mantiene al lector en permanente zozobra. El clímax se logra gracias a la combinación de los elementos estructurales de la novela. En primer lugar, aparece el tiempo, que antes parecía transcurrir lentamente, se intensifica y luego el espacio, de por sí limitado, tiende a reducirse cada vez más hasta que estalla la violencia.

Para tener una idea más cabal de la importancia del espacio como disparador de la tensión, se debe reconocer que todo encierro es antinatural y que tanto los animales como los hombres se degeneran al estar privados de su libertad. En El apando, hay varios niveles de encierro que a su vez incrementan el conflicto. La cárcel representa un reducto social; un confinamiento que afecta a los delincuentes, los guardias, los funcionarios del penal y a los familiares. Pero dentro de Lecumberri hay otros espacios más cerrados y cruentos. Así, Albino, Polonio y El Carajo pueden recibir visitas, después los “apandan” porque promueven una trifulca, este castigo significa un encierro dentro de otro, finalmente los enjaulan y los inmovilizan con barras metálicas hasta que, prácticamente, quedan crucificados.

La obra, de esta manera, se singulariza por la escenificación de la violencia que se incrementa por diversas causas; al principio, se observa la hostilidad verbal como un recurso del narrador para mostrar la crudeza y la sordidez cotidiana de la prisión; luego destaca la rudeza de las palabras y las acciones de los personajes. El lenguaje sorprende, emociona o espanta al lector mientras sigue el hilo de la acción; pero este discurso tan fuerte y descarnado es fundamental para describir la atmósfera imperante en el lugar; cualquier otra forma de narrar hubiera sido inverosímil.

La violencia también se percibe en las actitudes de los personajes. La Madre, por ejemplo, presta su vagina para introducir la droga con naturalidad. Lo mismo ocurre antes con La Chata y Meche, a quienes, además, las celadoras exploraban sus genitales para descubrir el tráfico de enervantes. La violencia se suma a la promiscuidad y la depravación de los personajes, lo cual podría parecer un insulto a la sensibilidad del lector. Por último, la violencia física, cuyo ejemplo más elaborado se encuentra al final de la novela, muestra a Polonio y Albino convertidos en piltrafas humanas, víctimas del fracaso de su plan.

Para concluir, habría que prevenir a los lectores –a los jóvenes, por ejemplo– sobre los posibles efectos negativos que el texto les pudiera despertar; pues El apando es una obra escrita para estremecer e incomodar a las buenas (y malas) conciencias de la época; con ella, José Revueltas quiso mostrar toda la sordidez de un centro penitenciario que, a su vez, era un microcosmos de la sociedad mexicana. Él sabía, como lo supo el italiano Antonio Gramsci, que por las cárceles se mide la salud de una república.