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Los nuevos personajes, las nuevas historias

En 1980, la televisión por cable se vendía con el bobalicón argumento de que era un buen recurso “para practicar inglés”. Solamente había cinco canales de cable en el centro del país, cuando ya era algo muy integrado a la vida del mexicano de la frontera norte

Los nuevos personajes, las nuevas historias

Los nuevos personajes, las nuevas historias

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

En 1980, la televisión por cable se vendía con el bobalicón argumento de que era un buen recurso “para practicar inglés”. Solamente había cinco canales de cable en el centro del país, cuando ya era algo muy integrado a la vida del mexicano de la frontera norte. Pero en el Altiplano, y algunas otras ciudades, pensar en tele por cable era pensar en los canales 7, 10, el 20, Telestar, que daba el cierre de la Bolsa Mexicana de Valores. Estaba el Canal 16, Cine Hogar y el 23. Fue en cable donde los mexicanos empezaron a ver La Pequeña Casa en la Pradera, que, al saltar a la televisión abierta se conoció como Los Pioneros, una serie llena de positivos valores estadunidenses, que, con todo y todo, permitió que la pequeña Laura Ingalls se ganara a muchos televidentes.

Surgieron nuevos héroes: con El Hombre Increíble, Bill Bixby, que en la década anterior había sido El Mago, que resolvía crímenes mientras presentaba trucos sorprendentes, alternó con el aparatoso y verde Lou Ferrigno para ganar espacio en la pantalla chica.

Las series policiacas siguieron siendo un género muy favorecido; desde los honestos policías angelinos o neoyorquinos, hasta los detectives, los médicos forenses y esos extraños personajes, mezcla de policías, detectives y aventureros que ni usaban uniforme, ni eran señores mayores. T.J. Hooker se vendía como el más dinámico de los policías, y Quincy, desde la serenidad de sus años seguía siendo eficaz. MacGyver usaba el cabello como los cantantes de pop estadunidense, y Magnum empleaba las camisas más coloridas que el departamento de vestuario pudo conseguirle.

Y, sin embargo, pese a que se trataba de una de las series más viejas en la programación, la gente seguía pasándole al canal 4 para ver Los Intocables, con aquella inconfundible voz del narrador, la del poeta y escritor colombiano Álvaro Mutis, que, a más de veinte años de distancia, seguía siendo un detonador de memoria.

Una y otra vez, es la sorpresa. O quizá no es tanta la sorpresa: en 1984, los niños seguían viendo, con menor frecuencia, es cierto, pero ahí estaban la misma Disneylandia y el mismo Llanero Solitario que habían visto sus tíos y sus padres, pero al mismo tiempo disfrutaban de Ripley: Aunque Usted no lo Crea, versión televisiva de aquella sección en los periódicos que por décadas había provisto a los lectores de pequeños datos curiosos o sorprendentes. En la televisión, Aunque Usted No lo Crea crecía en impacto visual gracias a esa industria que empezaba a expandirse, la de los efectos especiales.

Ese era el gran plus de El Auto Increíble, donde el famoso Keith no solo hablaba, tenía muchos peculiares accesorios, y a veces, hasta parecía que tenía sentido del humor. Era la irrupción de la tecnología dotando de humanidad y de personalidad a los objetos de la vida diaria.

Con la mitad de la década aparecieron nuevos personajes: despreocupados, como era la juventud de aquellos años, más interesados en pasarla bien, como los Duques de Hazzard, que habían llegado a México, también, por la televisión por cable y luego habían saltado a la televisión abierta.

Entre las muchas producciones de importación, una, de factura mexicana, llamó la atención: la Biografía del Poder, de Porfirio Díaz a Plutarco Elías Calles, versión televisiva de los libros de Enrique Krauze. Transmitida en julio y agosto de 1985, mostraron que, probablemente, la divulgación de la historia nacional era un filón que se podía desarrollar con gran resonancia.

Grandes series, de impacto internacional, llegaron a finales de la década: Dinastía, desde luego. Pero más llamó la atención Dallas, donde, después de tantos años, el estadunidense Larry Hagman logró sacudirse de encima al capitán Anthony Nelson, protagonista de Mi Bella Genio, para transformarse en J.R. Ewing, un tipo mujeriego, poco escrupuloso, avaro y ansioso de poder. En suma, parecidísimo a los villanos que, durante años los mexicanos habían visto en las telenovelas.

Y es que se terminaba la década. El escepticismo, el desencanto y el ocaso de la Guerra Fría eran fenómenos emocionales de alcance mundial. Las audiencias empezaron a experimentar fascinación por los villanos encantadores, o por lo menos interesantes, que serían de los grandes protagonistas de la televisión de los años 90.

Por eso, muy probablemente, una serie animada, ácida, a ratos con aires un tanto decadentes, mordaz y cínica, se ganó a los televidentes de todo el mundo: Los Simpson, los amarillos Simpson y sus vecinos de Springfield, entraron a la televisión a mediados de diciembre de 1989. Antes de que se terminara el año, la televisión pública, Imevisión, se anotaba un gran tanto, transmitiéndola en México. Cambió el país, cambió la vida política, la televisión pública dejó de serlo, y los chicos que vieron esos primeros capítulos de Los Simpson se hicieron adultos. Y ahí siguen Homero, Marge, Lizza, Bart, y Maggie. Increíblemente eternos, increíblemente vigentes.