Opinión

"Los sueños compartidos", de Vicente Rojo

Con motivo del Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor, el próximo 23 de abril, El Colegio Nacional comparte con los lectores de "Crónica" el capítulo 8 del discurso de ingreso del artista a esta institución, pronunciado el 16 de noviembre de 1994.

"Los sueños compartidos", de Vicente Rojo

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Permanente caja de sorpresas, quizá el libro resuma mi máximo interés como centro de las tareas de difusión cultural. El libro es reflejo del mundo y celebración de la vida. Puede curar enfermedades del cuerpo y del alma. Damos vuelta a sus páginas y aparece un museo en miniatura. Y es el resguardo de la poesía.

Me gusta no sólo por las maravillas que encierra, sino también como objeto entrañable, que hay que saber cuidar y preservar. “Los libros tienen los mismos enemigos que el hombre —dice Paul Valéry—: el fuego, la humedad, las bestias, el tiempo y el mismo contenido”. Mientras que para Kafka “un libro ha de ser como el hacha que quiebra la mar helada que [todos] llevamos dentro”.

Los libros viajan en un bolsillo o permanecen en el silencio de las bibliotecas, donde brillan como las estrellas en el cielo.

Pero lo más inquietante es que sus autores ignoran los lectores que van a tener, la cantidad y la calidad de los mismos, y el momento en que serán leídos. Ya se sabe, los caminos de la creación son insondables. Un ejemplo:

En la “tarde dorada” del 4 de julio de 1862, en un paseo en barco por el Támesis, Lewis Carroll les contó un cuento a tres niñas, simplemente para distraerlas, pues ni siquiera sabía en ese momento que lo iba a escribir.

Afortunadamente lo hizo y Alicia en el país de las maravillas se publicó tres años después. Ni a Carroll ni a su ilustrador Tenniel les gustó la calidad de la impresión, por lo que el libro fue retirado de la circulación. Con esos mismos pliegos se hizo al año siguiente una edición en Nueva York de mil ejemplares. Más de cien años después, el libro que tuvo un origen tan incierto conserva la misma magia para los niños, a quienes en un principio estaba dedicado, pero sobre todo se ha convertido en una lectura fundamental para muchísimos adultos quienes vemos en él un espejo reluciente en el que hoy nos podemos reconocer.

No me considero un buen lector pero, por razones profesionales o por amistad, sí un lector afortunado: quizá no he sido el primero, pero sí uno de los primeros lectores de libros como Aura, La noche, Narda o el verano, Cien años de soledad, La obediencia nocturna, Hasta no verte Jesús mío, Días de guardar, El apando, Pasado en claro, El tañido de una flauta, El otoño recorre, Las islas, La palabra mágica, No todos los hombres son románticos, Incurable, Las hojas muertas, El salvaje en el espejo, La destrucción de todas las cosas, El silencio de la luna y de los cuadernos de trabajo de mi muy querido Juan Rulfo.

Todos estos libros luminosos han sido diseñados por mí o tienen portadas mías y casi todos, junto con otras importantes obras de investigación y análisis, han sido publicados por Ediciones Era, de ahí viene mi privilegio. Como privilegio han sido las muchas, muchísimas horas que he compartido con Neus Espresate en el sueño mayor de editar libros. Neus es muy discreta, nunca hace declaraciones públicas, piensa, al igual que yo, que si se desea conocer los propósitos o los fines de una editorial lo mejor es revisar el catálogo, ver los autores y los títulos publicados. Tampoco le gusta a Neus que se hable de ella. Yo sólo diré, muy bajito, que con suavidad, rigor y pasión, con una combinación poco común de cultura, generosidad y eficacia, encabeza un equipo de trabajo que ha logrado reunir y mantener a un grupo de escritores que hacen de Era una de las editoriales esenciales para la cultura mexicana.

Más allá de mis portadas, que en ocasiones han acompañado a libros de gran tirada, yo sólo he colaborado en ediciones de ejemplares limitados. Pero he tenido la satisfacción de hacerlo siempre con poetas. Satisfacción que proviene de mi certeza de que la poesía mueve al mundo. En marzo de 1968 Octavio Paz, desde la India, me propuso el proyecto de realizar Discos visuales, una manera de poesía en movimiento. Inspirado en un pequeño disco de cartón que al girar mostraba los horarios de una compañía de aviación, hizo cuatro poemas y me pidió que los acompañara de imágenes o señales visuales. Fue una tarea tan atractiva como difícil. Porque resultaba casi una redundancia dar movimiento a una poesía como la de Paz, llena por sí misma de imágenes fulgurantes y de dinamismo. Una poesía que, además, me ha acompañado desde que llegué a México y que no ceso de leer y releer.

Dentro de mi serie Recuerdos, colaboré con José Emilio Pacheco en un libro en serigrafía que se llamó Jardín de niños, donde dos infancias se entrecruzaban. Con mi tema México bajo la lluvia realicé carpetas de grabados con Álvaro Mutis y David Huerta, y con José-Miguel Ullán, con quien ya había colaborado en un libro anterior, Acorde. En mi actual etapa Escenarios, he tenido la compañía de Andrés Sánchez Rohayna y Alberto Blanco, y la de Fernando del Paso en Paleta de diez colores, un libro para niños, de edición no tan limitada.

Luis Cardoza y Aragón, que siempre será para mí la presencia constante de la lucidez, afirmó con precisión que la poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre.