Metrópoli

Manos prodigiosas: Los terapeutas invidentes de la Plaza Loreto

Desde 50 pesos, invidentes ofrecen sus servicios de masoterapia cinco días a la semana.

Desde 50 pesos, invidentes ofrecen sus servicios de masoterapia cinco días a la semana.

Manos prodigiosas: Los terapeutas invidentes de la Plaza Loreto

Manos prodigiosas: Los terapeutas invidentes de la Plaza Loreto

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

La fuente Victoria, en la Plaza Loreto, es testigo del juego de un par de niños que se remojan felices en el agua y de una treintena de especialistas en masoterapia, en su mayoría con discapacidad visual. Ellos ofrecen a gritos reparar dolencias, enderezar huesos y arreglar con las manos y aceites cualquier dolor.

Poco antes del mediodía algunas carpas aún permanecen cubiertas con mantas de colores y bien amarradas con lazos. Poco a poco comienzan a llegar hombres y mujeres ataviados con batas blancas, con una mano arrastrando sillas de masaje y con la otra empuñando un bastón y preguntando a sus compañeros si ése es su lugar o se mueven más a la izquierda o a la derecha.

Otros tantos llegan entre una y dos de la tarde, al acabar sus clases de masoterapia en la Escuela Nacional Para Ciegos, de donde la mayoría de quienes trabajan en ese jardín son egresados, como Víctor Díaz, que con 21 años de edad ejerce la profesión de masoterapeuta desde hace siete años.

Al principio, llegó a la Plaza Loreto, en el centro histórico, armado sólo con una silla de plástico, con el tiempo pudo adquirir una de masaje profesional; él, es terapeuta porque “a un discapacitado no lo contratan como licenciado en derecho o como administrador de empresas, no tienen la confianza hacia gente como nosotros, este trabajo es bueno y amable con la gente, si te sabes mover, ganas bien”.

Rosa García también es invidente y cuenta con una carpa en la que anuncia la serie de masajes y dolencias que sus manos son capaces de curar, trabaja en la bulliciosa plaza desde hace cinco años para “ayudar a las personas de bajos recursos, porque lo que nosotros cobramos aquí en la plaza son precios bajos, desde 50 pesos, 80, 150 pesos”, explicó.

Cada día, con excepción de los martes y domingos, días en los que nadie trabaja en esa plaza, ella se despierta a las seis de la mañana para llegar en punto de las ocho, ella misma coloca con mucho cuidado su lona color amarillo, las varillas de su carpa, así como su cama y mesa de masajes, las retira poco antes de las seis de la tarde y las lleva de nueva cuenta a su casa, más adelante del metro Martín Carrera.

“Es un poco complicado por estarse moviendo de un lado a otro, pero eso no nos detiene; el camino, es como una barrera, de alguna manera tenemos que brincarla, de una u otra forma tenemos que salir adelante porque nosotros no tenemos apoyo de nadie, bueno, al menos yo soy para mí misma, yo sola, soy independiente”.

Arturo Ramírez tiene 64 años de edad, lleva seis de ellos como técnico profesional en masoterapia, también es egresado de la Escuela Nacional para Ciegos, desde los 35 años es débil visual y con el tiempo quedó ciego, fue así como decidió estudiar esa carrera, cuya duración es de tres años.

Explicó que la masoterapia es considerada como una rama de la fisioterapia que utiliza distintas técnicas de masaje y él sabe trabajar masajes relajantes para reducir los niveles de tensión y estrés en las personas, así como el terapéutico, que es más específico para luxaciones, parálisis y otros padecimientos; de lo que se trata, dijo, es de “localizar el golpe, y ayudar a que el dolor cese”; sin embargo, señaló que la mayor parte de quienes visitan plaza buscan masajes relajantes, “vienen todos tensos”, comenta entre risas.

Leobardo Alegría aún estudia la carrera de masoterapia en dicha institución ubicada en la calle de Mixcalco y que desde 1870 ofrece educación especializada para ciegos y débiles visuales; en su opinión, la terapia de masajes es funcional, sin embargo, en México es poco valorada.

Los terapeutas de la Plaza Loreto enfrentan cada día no sólo las inclemencias del tiempo y la incertidumbre de que un día los quiten del jardín, sino también la discriminación de las personas por ser ciegos o débiles visuales; aunque a ellos parece no importarles, porque saben que con las manos son capaces de ver los dolores que otras personas son incapaces de mirar.