Opinión

Max Weber y la dominación carismática

Max Weber y la dominación carismática

Max Weber y la dominación carismática

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Hace cien años, el 14 de junio de 1920, murió el sociólogo, economista e historiador alemán Max Weber, considerado un importante estudioso del Estado moderno que abordó con maestría la ética protestante, el espíritu del capitalismo y la sociología de la religión. La influencia de su obra más relevante, Economía y Sociedad, se mantiene hasta nuestros días y es de consulta obligada para estudiantes y profesores en las diferentes universidades del mundo. Afirmaba que los problemas políticos del gobierno se deben principalmente a la modalidad de liderazgo que establecen, el cual puede ser de tres tipos: tradicional, carismático o legal-racional. Abogaba por la democracia como un sistema que permite la correcta elección legitima de los líderes, pero al mismo tiempo, advertía del enorme peligro que significaba el arribo de liderazgos carismáticos donde “la demagogia imponía su deseo sobre las masas”. En su momento, muchos afirmaron que el pensador alemán “había preparado el terreno intelectual para la posición de liderazgo de Adolf Hitler”, sin embargo, más bien anticipaba las posibilidades de una degeneración del sistema político democrático a manos de los demagogos.

Consideraba que la inestabilidad de la autoridad carismática -caracterizada por elementos patriarcales, patrimonialistas y con recurrentes invocaciones religiosas- inevitablemente conduciría a la “rutinización” de una forma más estructurada de autoridad. Sus estudios sobre el poder que ejercen los caudillos o ciertos grupos estamentales sobre las masas, resultan fundamentales para el análisis del populismo contemporáneo. Sostiene que los individuos actúan unos con otros, y unos contra otros, sobre la base de su interés material y espiritual manteniendo una relación de mando y obediencia. La autoridad, tradicional o carismática, representa un tipo ideal de organización y acción orientada a los valores que permite la existencia de un “orden moral” que impone obligaciones a los individuos, como el de los profetas sobre sus discípulos o el de los sacerdotes sobre sus congregaciones. Ellos comparten un sentimiento de solidaridad y un interés en los valores que esperan realizar mediante el culto común y una identificación emocional recíproca.

La autoridad tradicional o carismática, afirma, se contrapone radicalmente con la autoridad legal y racional que se orienta a objetivos y que representa una característica primordial del Estado moderno. Es la famosa distinción entre el poder personal que por excelencia identifica al tirano y el poder impersonal de las leyes que da vida al estado de derecho. Weber definió el poder como la posibilidad de imponer la voluntad propia al comportamiento ajeno. De esta forma, el poder constituye un aspecto de las relaciones sociales tanto si surge de una constelación de intereses, como si deriva de una autoridad constituida que asigna el derecho al mando y el deber de la obediencia. Para que haya dominación deben concurrir un individuo o grupo dominante, un sector sobre el cual se ejerce la dominación, la voluntad para influir en los dominados a través del mandato, así como la evidencia del sometimiento y la aceptación subjetiva con que los dominados obedecen. En este sentido, establece una identidad entre “dominación” y “poder autoritario de mando”.

Recordamos a Max Weber porque sus reflexiones permiten una mejor comprensión de la acción política contemporánea y un análisis de la dominación carismática ejercida por López Obrador, quien representa el prototipo del líder tradicionalista cuyos excesos de poder no son racionales, y muchas veces, ni siquiera legales.

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