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“Mejor solos y pobres, pero no moribundos”

Don Cenorino Reza y doña Isabel García viven solos en la comunidad de San Gregorio, en el municipio de Tetipac, Guerrero. De los 1.7 millones de ancianos en soledad, el 60 por ciento son mujeres y el 40 por ciento, hombres. El 80 por ciento tiene entre 60 y 79 años, según datos del INEGI.

Doña Isabel y Don Cenorino viven así, solos, en la comunidad de San Gregorio, en el municipio de Tetipac, Guerrero, el título de su historia sería hoy: “El amor en los tiempos del coronavirus”.

“Mejor solos y pobres, pero no moribundos”

“Mejor solos y pobres, pero no moribundos”

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Era quizás su segundo gran amor, después de Isabel, compañera de vida durante más de cinco décadas, pero las penurias insalvables de la vida en el campo lo forzaron a venderla. Qué noches aquellas con su trompeta, sople y sople. A veces cuatro o cinco “tocadas” con diferentes bandas cada fin de semana, y regresaba a casa feliz, “con sus buenos 400 o 500 pesos”.

Ay, qué nostalgia por su trompeta… Sumido en las reminiscencias, el título de su historia sería hoy: “El amor en los tiempos del coronavirus”.

Fue después de un baile cuando don Cenorino Reza se desplomó, en diciembre de 2016. Lo atacó una embolia y aunque venció a la muerte, perdió la movilidad en un brazo y en una pierna, y se trastornó su memoria: ya no recuerda su canción preferida. “Pero las que más me gustaban eran las rancheritas”, dice.

Su estado físico decayó aún más, por un zarpazo fulminante de la diabetes.

Cumplió ya 75 años. Qué reto, todos los días, es vencer sus propios miedos y cansancios. Doña Isabel García, mujer incansable y quien a sus casi 68 años aún sostiene la casa lavando y planchando ajeno, lo ayuda a levantarse de la cama. Él se entrega al milagro de su bastón y camina en el tiempo, ajeno a la velocidad del reloj. Llegará, pasito a pasito, al solar donde ve correr a los pollitos y donde ve pasar los días apocalípticos del COVID-19.

-Que dice José Guadalupe que nos vayamos pa´ México, que pa´ qué nos quedamos aquí solitos, ¿qué tal si nos agarra ese mal? -le dice doña Isabel.

-¿Quién? -pregunta don Cenorino.

-Nuestro yerno…

-Aquí estamos mejor, mujer, allá en la ciudad están cayendo como cucarachas y en el pueblo nadie se ha enfermado. Mejor solos y pobres, pero no moribundos…

Viven así, solos, en la comunidad de San Gregorio, en el municipio de Tetipac, Guerrero. De los 1.7 millones de ancianos en soledad, el 60 por ciento son mujeres y el 40 por ciento hombres. El 80 por ciento tienen entre 60 y 79 años, según datos del INEGI.

“Tuve 14 hijos, pero tres se me murieron. Los otros 11 se casaron y se fueron, sólo me quedó uno cerca, aquí en el pueblo, pero hace seis años agarró sus cosas y se fue pa´ Estados Unidos”, cuenta doña Isabel, quien gana entre 120 y 140 pesos por una jornada de lavado o planchado ajeno.

“Es lo que me va llegando, al menos pa´comer frijolitos, porque ahora ni huevo. Con este cochino virus, el precio ya se fue por los cielos”.

-¿Y le gusta la idea de quedarse solos en casa, pese al coronavirus? -se le pregunta.

-A la soledad ya está uno acostumbrado, además tengo mis gallinitas: son tres, y dos gallitos, una urgencia y las puedo vender para sacar centavitos. Ya las están pagando a 100. Sí está uno asustado, pero Dios sabe cuándo y a qué hora, si nos deja más días o nos lleva de una vez. En la ciudad está más desatado, qué tal si nos agarra por allá, aquí en el pueblo entra poca gente, no es turístico ni nada. Cualquier cosa, le toco a un vecino.

Por ese amor en medio del coronavirus, doña Isabel auxilia a su esposo para ir al baño, lo ducha, lo cambia y lo deja bien peinadito. En una vieja silla de ruedas lo lleva entre empujones a sus citas en el centro de salud, a kilómetro y medio de distancia.

“Para comer él sí puede con una mano. A veces se me ha caído, imagínese pa´ levantarlo, pero qué le hacemos, así es la vida de dura”.

En el patio, bajo la sombra de una manta, don Cenorino extravía la mirada. “Disfruto ver la carretera y ver a la gente cómo sube y cómo baja. Y a veces me imagino tocando la música de viento con las bandas de San Gregorio, con mis amigos, o enseñando la trompeta a los más jóvenes del pueblo, con el sueño de que sigan las tradiciones”.

-Pero tal vez sea el tiempo de irse con su hija y con su yerno, a la ciudad, para estar mejor cuidados…

-Ni que estuviera loco para dejar mi tierra. Me basta con mis dos amores. No me voy, por más recio que esté ese virus atolondrado...