Opinión

Mi hija es sorda; la premiada “Sound of metal” me entristeció

Mi hija es sorda; la premiada “Sound of metal” me entristeció

Mi hija es sorda; la premiada “Sound of metal” me entristeció

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Tenía temor a enfrentarme a “Sound of Metal”, candidata a Mejor Película y a Mejor Sonido en los Oscar. Tenía temor porque sabía que la trama era que el protagonista se quedaba sordo, y mi hija, de cinco años, es sorda.

Empujado por la curiosidad y por las buenas críticas, me armé de valor y la vi hace unos días. Y pasó lo que me temía. Efectivamente, la película es moderna y rompedora, no sólo porque aborda una temática marginal -la sordera-, sino porque los coprotagonistas son (valga la expresión) inauditos: el sonido y el silencio. Sólo por este montaje audaz y original, los tres mexicanos responsables del sonido ganaron merecidamente el Oscar al Mejor Sonido… y pese a todo esto, cuando acabé de ver la película me dejó mal sabor de boca; me entristeció.

No sé cuál era la intención del director con su historia, pero parece obvia: que el espectador sienta empatía por el drama del protagonista ante lo peor que puede ocurrir a alguien vive haciendo música, quedarse sordo. En ese proceso, “Sound of Metal” es un viaje del traumatizado músico al mundo de los sordos que se comunican mediante la lengua de signos, y de cómo logra aprenderlo (en un tiempo sospechosamente rápido) e integrarse en esa comunidad que se comunica en silencio.

Pero, justo cuando el músico parece haber alcanzado la paz e incluso la felicidad, cometió poco menos que una traición, como le vino a decir el líder de la comunidad. El músico le dijo que quería volver a oír, poniéndose un doble implante coclear. Ya salió el malo de la película: ese aparato que se pega a la sien, casi desconocido para el gran público, que en la película castiga al músico por su deseo de volver a oír, convirtiéndolo poco menos que en un ser desgraciado, que oye sonidos metálicos desagradables e inteligibles, al punto de que le resulta imposible recuperar a su novia y su antigua vida social. El clímax, como no podía ser de otra manera, es cuando acaba quitándose las antenas del implante y siente el alivio del silencio. La película “Sound of Metal” acaba convertida en “Sound of Silence”.

Pues bien, el implante coclear es el “culpable” de que mi hija oiga y empiece a desarrollar un lenguaje oral (con todo el trabajo del mundo); de que empiece a bailar (no por imitación, sino porque ha descubierto el sonido de la música); de que no cruce la calle (porque escuchó que detrás de ella le dije “alto”); o simplemente sonría y diga espontáneamente “paharo”, porque escuchó piar a un pájaro. También, desde luego, he tenido oportunidad de conocer personas que se quedaron sordas cuando eran adultos y se adaptaron perfectamente a la reconexión auditiva gracias a los implantes cocleares, sin quejarse de ruidos metálicos. Y, faltaría más, también he conocido sordos que son perfectamente felices en su silencio y comunicándose exclusivamente con la lengua de los signos.

Cuando mi hija fue diagnosticada con hipoacusia bilateral profunda y la doctora pronunció esas dos palabras que no había escuchado en mi vida -implante coclear-, no lo dudamos un segundo: Inés tiene que ser implantada. ”Es ahora o nunca” escribió una madre a su hija en una emotiva carta que publicó “The Guardian” en 2017 titulada ”A letter to our child, who is deaf, for whom we have to make a big decision” (algo así como: Una carta a nuestra hija sorda, de quien debe tomar por ella una decisión trascendental). Esa carta abierta, publicada tan solo días después del diagnóstico de Inés, vendría a ser el otro lado del mundo de la sordera que fue tratado -a mi parecer- de forma injusta en “Sound of Metal”.

Desde luego no soy quién para decirle a un director de cine cómo debe hacer su película, de igual manera que no consentiría que me dijera cómo debo escribir mi columna y qué debo decir del tema, como periodista y como padre de una niña a la que no le pedí permiso para que fuera implantada, a la que daré en su momento la herramienta de la lengua de signos y a la que apoyaré sin rechistar, si en el futuro también decide -como hizo el músico- elegir el silencio.

fransink@outlook.com