Opinión

Mis libros de 2019 (III) El vendedor de silencio

Mis libros de 2019 (III) El vendedor de silencio

Mis libros de 2019 (III) El vendedor de silencio

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Ya se ha escrito mucho sobre la novela de Enrique Serna que narra el ascenso y la caída del periodista mexicano Carlos Denegri. Se convirtió en la novela del año, la más comentada y leída en el país desde su aparición el verano pasado. No pretendo por lo tanto escribir una reseña más del libro, y sólo me detengo a destacar uno de sus múltiples aspectos: la novela traza, con realismo atroz, una suerte de antideontología del oficio periodístico.

La vida y la carrera periodística de Carlos Denegri representa todo aquello que se deforma e infecta cuando el periodismo, el poder y el dinero se aparean. Su biografía se construyó en el mismo terreno en el que se edificó la relación de codependencia entre el poder político y la prensa en los años más granados del autoritarismo mexicano.

Con gran habilidad y olfato periodístico, Denegri lograba acceder a la información más comprometedora que los políticos no querían que se diera a conocer. Obtenía pues información de interés público, no para publicarla, sino para venderla a los afectados a cambio de su silencio. De ahí el título de la novela: el vendedor de silencio. Como un gran extorsionador del poder político, supo acrecentar su influencia, fama y fortuna, pero al mismo tiempo labró su caída y su ruina.

En Denegri, en su actividad profesional, en su manera de poner el periodismo al servicio del poder y al servicio de su bolsillo, se resume uno de los capítulos centrales de la historia del periodismo en México en el último siglo: la manera recurrente en que se han construido carreras periodísticas o medios de comunicación al amparo de sus pactos con el poder. Es un capítulo, por lo demás, no concluido. La antideontología del periodismo en México, que extraigo de diversos párrafos de la novela, es una suerte de manual del antiperiodismo, vigente hasta cierto punto en el panorama periodístico actual:

“Al tlatoani estreñido (Díaz Ordaz) no le gustaban las medias tintas; quería adhesiones incondicionales, alfombras de flores tendidas a su paso. (…) Cuanto más exagerado fuera un elogio menos credibilidad tenía, pero ¿Cómo explicárselo a los asesores de imagen en Los Pinos que le exigían panegíricos desorbitados? Gracias a Dios, (Denegri) había detectado que una buena parte de sus lectores ya sabía distinguir cuando hablaba en serio y cuando exageraba por compromiso las virtudes de los políticos”. (p.139)

“Traducida al lenguaje vulgar su advertencia significaba: cáete con tu moche o te balconeo”. (p. 142)

Luego de visitar a un general y gobernador de un estado que le muestra sin rubor sus ranchos y su fortuna: “(Denegri) se imaginó la crónica mordaz que hubiera podido escribir si se limitara a narrar esa impúdica exhibición de riqueza mal habida. Cuántos buenos reportajes había desperdiciado por congraciarse con la familia revolucionaria. Parecía mentira que a esas alturas su vocación prostituida todavía le reprochara perder las oportunidades de lucimiento. No era la honestidad, sino la vanidad, lo que le punzaba el orgullo en esos momentos amargos, cuando sentía que la conveniencia del secuaz empeñaba su gloria de reportero”. (p. 165)

Denegri al dar un discurso en homenaje al director histórico de Excélsior, Rodrigo del Llano: “Detrás de su escritorio tenía enmarcada su declaración de principios: ‘Que no publique el periodista lo que no pueda sostener el caballero’. Ésa ha sido desde entonces la piedra angular de mi ética profesional y la brújula que me ha permitido navegar en el mar proceloso de las ambiciones políticas, donde todo periodista está obligado a tender su red”. (p. 175).

“En este negocio no sólo vendemos información y espacios publicitarios: por encima de todo vendemos silencio”. (p.194).

“Aquí el gobierno es el principal cliente de los diarios, no los lectores. Todos trabajamos para el mismo patrón y nadie puede darse baños de pureza” (p.199)

“Para disipar cualquier predicamento moral empleaba un lema acuñado por los decanos del oficio: embute que no te corrompa, tómalo”. (p.202)

“En las conferencias de prensa, en los cocteles, en las antesalas de los altos funcionarios, un reportero con buenas maneras, elegante y culto, se ganaba de entrada el respeto de los mandones. Ser tratado como ‘uno de nosotros’ por la élite del poder significaba tener acceso a exclusivas inasequibles para la plebe astrosa que mendigaba declaraciones en las banquetas”. (p.208)

Cuando Denegri escribe de manera inusual su columna apoyando a un movimiento sindical un colega le pregunta: “¿De cuándo acá te rasgas las vestiduras para defender el derecho de huelga? ¿No te habrás vuelto Bolchevique? Pero él sabía por instinto que un poco de populismo no era un estorbo para cortejar a la oligarquía. De hecho, lo ayudaba a servirla mejor. (…) Que dijeran misa: ningún periodista llegaba a ser un líder de opinión sin cacarear sus buenos sentimientos”. (p.210)

“El poder de un periodista depende en gran medida del tamaño y la calidad de su archivo”. (p.210).

“Los periódicos no viven del aire. Si había tal cantidad de políticos dispuestos a comprar aplausos, ¿por qué no íbamos a complacerlos?”. (…) ni que fuera un pecado moral explotar la vanidad ajena. Tenía una mercancía codiciada y la vendí, eso es todo”. (p.231)

Cuando Julio Scherer llega a la dirección de Excélsior e inicia una campaña en el periódico para sacarlo del diario, Denegri se defiende: “Detrás de toda campaña moralizadora siempre hay uno o varios caínes muertos de envidia. Si de veras son tan rectos, ¿por qué siguen vendiendo espacios para insertar discursos de funcionarios o informes de gobernadores? ¿A quién engañan? ¿Esos no son embutes? Ganas de lavarse la cara y taparle el ojo al macho. Que no me vengan con remilgos: aquí todos mamamos de la misma chichi. (…) Ponles delante un cheque con varios ceros, un buen puesto en el gobierno o una embajada y verás cómo menean el rabo”. (pp.231-232)

Cuando decide no publicar un escándalo de infidelidad conyugal de un poderoso empresario: “Era una buena nota para mi columna de chismes pero yo no ataco ni chantajeo a los triunfadores. Al contrario: aproveché la oportunidad de quedarme callado y mi táctica surtió efecto. ¿Adivina con quién voy a comer al rato?”. (p.241).

“Los presidentes de México sólo accedían a hablar con la prensa a condición de que no los pusieran en aprietos y cualquier atrevimiento hubiera podido costarle caro”. (p.258)

Denegri al justificar su columna de sociales: “Los periódicos y las revistas eran elitistas por default. La gente de medio pelo quería asomarse a la vida de los ricos y a los ricos les encantaba matarlos de envidia. Yo me limité a darle al público lo que pedía”. (p.310).

Cuando en un evento público Díaz Ordaz se muestra afectuoso con Julio Scherer y distante con Denegri: “dentro del burdel de la prensa mexicana, las pupilas vírgenes se cotizan mejor que las veteranas”. (p.375)

“Que lo entendiera bien la clase política: Carlos Denegri servía al poder en calidad de socio, no de lacayo. Ni era un subalterno de la aristocracia sexenal, ni tenía la obligación de taparle sus marranadas: podía hacerlo por conveniencia, siempre y cuando se llevara una rebanada del pastel”. (p.429)

“No pedía mucho, carajo, sólo que lo dejaran prostituirse a su modo”. (p.418).

edbermejo@yahoo.com.mx
Twitter: @edbermejo